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Authors: Cilla Börjlind,Rolf Börjlind

Tags: #Intriga, #Policíaco

Marea viva (14 page)

BOOK: Marea viva
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Cuando enfilaba el acceso de vehículos, Olivia la vio a través de la ventana de la cocina. Mamá, la abogada penalista de ascendencia española, aquella mujer locuaz y siempre pulcra que su padre había amado por encima de todo en este mundo.

Y ella a él, o así le había parecido siempre a Olivia. En su hogar siempre había reinado una atmósfera apacible, pocas veces habían tenido jaleo. Disputas, discrepancias y discusiones interminables sí, pero nunca encono. Nunca nada que se le pudiera atravesar a una niña.

Siempre se había sentido segura en casa.

Y considerada. Al menos por su padre, o sobre todo por él. Maria era como era; tal vez no fuera una madre complaciente, pero siempre estaba ahí cuando la necesitaba. Por ejemplo, cuando caía enferma. Como ahora. Entonces su madre estaba ahí, con mimos, recetas y reprimendas.

Para bien y para mal.

—¿Qué vamos a cenar?

—Pollo al ajillo especial.

—¿Y qué tiene de especial?

—Lo que no aparece en la receta. Tómate esto —dijo Maria.

—¿Qué es?

—Agua caliente con jengibre, un poco de miel y un par de gotas secretas.

Olivia sonrió y se lo bebió. ¿Cuál era el secreto? ¿Notó un poco de menta con su nariz mocosa? Probablemente. Su garganta lacerada recibió con agrado el brebaje suave y tibio y pensó: Mamá Maria.

Se habían sentado a la mesa de comedor blanca en la lustrosa cocina. A Olivia seguía sorprendiéndole cómo su madre había asimilado las ideas del interiorismo nórdico. No había ni asomo de colores subidos. Todo era blanco y sobrio. Una vez, de adolescente, se había rebelado y había pintado las paredes de su habitación de un rojo encendido. Ya había superado esa etapa y restablecido el estilo general de la casa con un discreto tono beis.

—¿Qué tal por Nordkoster? —preguntó Maria.

Olivia seleccionó algunas partes de su visita a la isla, muy bien seleccionadas: las que excluían todo lo esencial. Y luego comió y bebió un poco de buen vino tinto. ¿Fiebre y vino?, había pensado cuando su madre le sirvió una copa. Pero Maria no pensaba así. Un poco de vino tinto siempre cae bien.

—¿Hablasteis tú y papá alguna vez del caso de Nordkoster?

—No que yo recuerde, pero acababas de nacer, así que no teníamos tiempo para debates profesionales.

¿Su voz tenía un matiz de decepción? ¡No, eso ni pensarlo, Olivia, cálmate!

—¿Piensas dedicarte a él todo el verano? —preguntó Maria.

¿Estaba preocupada por la casa de veraneo? ¿Por la cinta adhesiva protectora y las rasquetas para quitar la pintura vieja?

—No lo creo, solo he de verificar algunas cosas y luego redactar algo.

—¿Qué es lo que quieres verificar?

Desde la muerte de su marido, pocas veces se le ofrecía la posibilidad de sentarse a la mesa de la cocina con una copa de buen vino y discutir alguna causa judicial. En principio, nunca. Así pues, aprovechó la ocasión.

—Había una chica en la isla cuando ocurrió, una tal Jackie Berglund, que ha despertado mi curiosidad.

—¿Por qué?

—Porque ella y unos noruegos se largaron casi inmediatamente después del asesinato, en una embarcación, y me parece que los interrogatorios que les hicieron fueron bastante superficiales.

—¿Crees que conocían a la víctima?

—Es posible.

—¿A lo mejor estuvo con ellos desde el principio?

—Sí, tal vez. Esa tal Jackie era una
escort
.

—Ajá…

Ajá, ¿qué?, pensó Olivia. ¿Qué quería decir con eso?

—A lo mejor la víctima también era una
escort
—prosiguió Maria.

—Lo he pensado.

—Entonces deberías hablar con Eva Carlsén.

—¿Quién es?

—La vi en un programa de debate ayer, ha escrito un libro sobre el negocio de las chicas
escort
, en la actualidad y en el pasado. Me pareció una mujer muy competente.

Como tú, pensó Olivia, y se grabó el nombre de Eva Carlsén.

Cuando, ahíta y con un ligero hormigueo en los pies, fue obligada a coger un taxi pagado por Maria, se sentía mucho mejor. Tan bien que estuvo a punto de olvidarse de preguntar lo que quería preguntar desde un principio.

—La investigación en Nordkoster fue dirigida por un inspector que se llamaba Tom Stilton, ¿te acuerdas de él?

—¡Tom, claro que sí! —Maria sonrió con cierta melancolía desde el otro lado de la verja—. Era muy bueno en el squash. Jugamos unas cuantas veces. También era atractivo, un poco como George Clooney. ¿Por qué lo preguntas?

—He intentado dar con él, pero por lo visto dejó el cuerpo de policía.

—Sí, es cierto, fue un par de años antes de que papá falleciera.

—¿Sabes el motivo?

—¿De que renunciara?

—Sí.

—No. Pero recuerdo que por esa época se divorció. Tu padre me lo contó.

—De Marianne Boglund.

—Sí. ¿Cómo lo sabes?

—La he conocido.

De pronto el taxista salió del coche, probablemente para darle prisa. Olivia dio un paso hacia Maria rápidamente.

—Adiós, mamá, ¡y gracias por la cena y la medicina y el vino y todo lo demás!

Ambas se abrazaron.

Era un hotel de lo más corriente en Estocolmo. El Oden, en Karlbergsvägen. De categoría media y con habitaciones corrientes. Esta tenía una cama de matrimonio, unos grabados baratos y un televisor colgado en una pared gris claro. El programa
Aktuellt
estaba emitiendo un reportaje especial con motivo de la distinción de la compañía minera MWM como empresa del año. Detrás del presentador habían colocado una fotografía del director gerente, Bertil Magnuson.

El hombre sentado en el borde de la cama acababa de ducharse. Solo llevaba una toalla alrededor de la cintura y tenía el pelo mojado. Subió el volumen.

«La designación de la compañía MWM como empresa sueca del año en el extranjero ha despertado fuertes reacciones en organizaciones de preservación del medio ambiente y pro derechos humanos, tanto en Suecia como en el extranjero. La compañía se dedica a la extracción de minerales y a lo largo de los años ha recibido duras críticas por sus vínculos con países con regímenes corruptos y dictatoriales. Ya desde los años ochenta, cuando se fundó la compañía en el entonces Zaire, los críticos fueron implacables. Se la acusó de sobornar al presidente Mobutu para conseguir favores, algo que, entre otros, el prestigioso periodista Jan Nyström estaba investigando cuando en 1984 sufrió un trágico accidente en Kinshasa. Pero, como podemos ver, hoy en día se siguen cuestionando los métodos de MWM. Nuestra reportera Karin Lindell se encuentra en el este del Congo.»

El hombre en la cama se echó un poco hacia delante. La toalla se deslizó de la cintura al suelo. Estaba muy concentrado en el reportaje. Una reportera rubia apareció en una ventanilla detrás del presentador. Estaba frente a una zona cercada.

«Aquí, en la provincia de Kivu, al norte del Congo oriental, se encuentra una de las plantas de MWM de extracción de coltán, el llamado “oro gris”. No nos dejan entrar en la zona, el ejército vigila la entrada, pero la población de Walikale nos ha hablado de las terribles condiciones laborales que sufren allí.»

«Se han oído rumores sobre trabajo infantil en la mina misma. ¿Son ciertos?»

«Sí. Eso, y también abusos contra la población local. Lamentablemente, nadie se atreve a dejarse entrevistar ante las cámaras, temen posibles represalias. Una mujer se expresó de la siguiente manera: “Si ya te han violado una vez, te andas con cuidado a la hora de volver a protestar.”»

El hombre reaccionó. Apretó la colcha con el puño.

«Has llamado oro gris al coltán. ¿Puedes explicarlo a nuestra audiencia?»

Karin Lindell enseñó una piedra gris a la cámara.

«Esto parece una piedrecita insignificante y carente de valor, pero se trata de coltán. De aquí se extrae el tantalio, uno de los componentes más importantes de la electrónica moderna. Encontramos el tantalio, entre otros componentes, en las placas de circuito de ordenadores y teléfonos móviles de todo el mundo. Así pues, se trata de un mineral de una enorme importancia que ha sido sometido a extracción ilegal y contrabando durante muchos años.»

«Pero supongo que la explotación de coltán en el Congo por parte de MWM difícilmente puede tacharse de ilegal, ¿no?»

«Supones bien. MWM es una de las pocas compañías que todavía posee derecho de explotación, que por cierto le concedió el antiguo régimen dictatorial.»

«Entonces, ¿a qué van dirigidas todas las críticas?»

«Como ya he dicho, al trabajo infantil y a los abusos, además del hecho de que nada de lo que se extrae repercute beneficiosamente en el Congo. Todo sale del país.»

El presentador se volvió ligeramente hacia la fotografía de Bertil Magnuson en el fondo.

«Tenemos al director gerente de MWM, Bertil Magnuson, al teléfono. ¿Qué puede decirnos acerca de esta información?»

«En primer lugar, me parece que el reportaje utiliza un tono innecesariamente duro, incluso un tanto tendencioso. No puedo comentar ahora mismo los datos concretos. Solo quiero subrayar que nuestra compañía es un actor responsable de largo recorrido en el sector de las materias primas, y estoy convencido de que los beneficios económicos que ofrece una explotación responsable de los recursos naturales tienen un gran impacto a la hora de aliviar la pobreza en la región.»

El hombre apagó el televisor y recogió la toalla del suelo. Se llamaba Nils Wendt. Nada de lo que se había dicho en aquel reportaje era nuevo para él, pero había conseguido reforzar su convicción. Se ocuparía de Bertil Magnuson.

Uno para todos.

Jelle había estado antes en la caravana, breves visitas por distintas razones. Sobre todo para hacerle compañía a Vera cuando se sentía mal, pero nunca había dormido allí. Esta vez lo haría. Al menos esa fue su intención al llegar. La caravana tenía tres literas. Dos, una a cada lado de la mesa, y una a la cabecera de la mesa. Esta era demasiado corta para Jelle, y las otras dos demasiado estrechas para dos personas.

Pero daba igual.

Jelle sabía lo que vendría. Había pensado en ello durante todo el trayecto hasta allí. Tendría que hacer el amor con Vera la
Tuerta
, una certeza que ya había empezado a cristalizarse en la plaza de Medborgarplatsen. Y poco a poco había ido creciendo hasta convertirse en algo más: en deseo.

O en calentura.

Vera había caminado a su lado, se había sentado a su lado en el metro, había ido a su lado en silencio mientras subían los sesenta y seis metros de escalera mecánica de Västra Skogen, lo había cogido del brazo a través del bosque de Ingenting y no había dicho nada durante todo el trayecto. Jelle daba por supuesto que había pensado en lo mismo que él.

Y así era.

Y eso provocó algo en su cuerpo. Un cambio de temperatura, y su cuerpo se tornó cálido, desde el interior. Vera sabía que tenía buen cuerpo: seguía fuerte, rolliza, con unos pechos que nunca habían dado de mamar y que rellenaban unas copas bastante grandes cuando alguna vez se le ocurría utilizar sujetador. No sucedía muy a menudo. No temía por su cuerpo. Respondería debidamente. Nunca le había fallado cuando lo había necesitado, y de eso hacía mucho tiempo. Así pues, tenía ganas, y estaba nerviosa.

Quería que todo fuera bien.

—Hay un poco de viento favorable en ese armario.

Vera señaló uno de los armarios de contrachapado detrás de Jelle. Él se volvió y abrió la puerta. Una botella de vodka Explorer medio llena, o medio vacía, según se mire.

—¿Quieres? —Jelle miró a Vera.

Ella había encendido una pequeña lámpara de cobre. Daba justo el poco de luz que necesitaban.

—No —dijo.

Jelle cerró la puerta y miró a Vera.

—¿Vamos?

—Sí.

Vera se quitó la blusa y Jelle, sentado frente a ella, contempló sus pechos. Era la primera vez que los veía desnudos, y sintió como su miembro despertaba bajo la mesa. Hacía seis años que no tocaba los pechos de una mujer, ni siquiera de pensamiento. Nunca tenía fantasías sexuales. Ahora estaba ante un par de grandes y bellos pechos ensombrecidos por la débil luz de una lámpara. Empezó a quitarse la camisa.

—No hay mucho espacio aquí.

—Pues no.

Vera se quitó la falda y las bragas y se echó un poco hacia atrás, completamente desnuda. Jelle se había puesto de pie y bajado lo que había que bajar. Su miembro había adquirido unas dimensiones que casi había olvidado. Vera también lo vio y separó las piernas. Jelle se inclinó hacia delante y pasó una mano por la pierna de Vera. Los dos se miraron.

—¿Quieres que apaguemos la luz? —preguntó ella.

—No.

No tenía nada que ocultar. Sabía que Vera sabía de qué se trataba, quiénes eran, no había nada que pudiera incomodarlos. Si ella quería que la luz estuviera encendida, él también. Aquella mujer era la que era y ahora haría el amor con ella. Enseguida se dio cuenta de lo húmedo que estaba su sexo. Deslizó un par de dedos por los suaves labios de la vulva y Vera cerró su mano derecha alrededor del miembro de Jelle. Luego cerró los ojos.

Disponían de todo el tiempo del mundo.

Los jóvenes se agacharon a cierta distancia de la caravana. La débil luz que salía de la ventana oval apenas les llegaba, pero bastaba para que pudieran ver perfectamente todo lo que ocurría en el interior.

Vera se echó sobre la estrecha litera. Tenía una almohada bajo la cabeza. Una de sus piernas se apoyaba contra la pared, cediéndole así sitio a Jelle para que pudiera inclinarse sobre su cuerpo. Él no tuvo problemas para introducir su miembro, pero lo hizo con delicadeza, lentamente, y oyó el breve y suave jadeo de Vera.

Así estaban.

Haciendo el amor.

Sus cuerpos se mecían en pequeñas y rítmicas sacudidas. La litera limitaba sus movimientos, de una manera excitante. Jelle tuvo que contenerse. Vera lo seguía.

Fuera, en la oscuridad, brillaba la discreta lucecita de la cámara de un móvil.

Vera sintió que Jelle se corría, y sintió cómo ella misma se corría, casi en el mismo instante. Mientras él seguía dentro de ella, un último temblor recorrió su cuerpo. Entonces se quedó dormida.

Jelle dejó su miembro un rato más en aquella húmeda y cálida cavidad, hasta que salió por sí mismo. Sintió un dolor en el codo. Se había apoyado con fuerza contra la pared. Con cuidado se incorporó y se sentó en el borde del camastro. Vio que Vera se había dormido, oyó su respiración regular, regular de una manera que no reconocía. La había visto dormir antes, o más bien quedarse frita, y se había sentado a su lado muchas noches.

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