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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Una campaña civil (9 page)

BOOK: Una campaña civil
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Delia había cambiado durante aquel año. La última vez que habían hablado de acontecimientos imperiales, la conversación giró sobre qué ropa llevar, aunque no podía decirse que la combinación de colores de las Koudelka no fuera un desafío en sí mismo. Kareen empezó a pensar que iba a gustarle aquel tal Duv Galeni. Un cuñado, mm. Era una idea a la que tendría que acostumbrarse.

Y entonces el vehículo de tierra dobló la última esquina y su casa apareció ante ellos. La residencia Koudelka era la última casa de un bloque, un edificio de dos plantas con una buena porción de ventanas que asomaban a un parque en forma de media luna, justo en el centro de la capital y apenas a una docena de manzanas de la mismísima mansión Vorkosigan. Sus padres la habían comprado cuando eran jóvenes, hacía veinticinco años. Papá era entonces ayudante de campo del Regente y mamá renunció a su puesto como guardaespaldas de Gregor y su madre adoptiva, lady Cordelia, para tener a Delia. Kareen no era capaz de calcular cuánto había aumentado su valor desde entonces, aunque apostaba a que Mark podría hacerlo. Un problema académico: ¿quién podría vender el viejo palacio, desvencijado como estaba? Salió corriendo del coche, loca de alegría.

Kareen no tuvo oportunidad para hablar en privado con sus padres hasta muy tarde. Primero tuvo que deshacer las maletas, repartir los regalos y recuperar la habitación que sus hermanas le habían usurpado durante su ausencia. Luego se celebró la gran cena familiar, a la que asistieron sus tres mejores amigas. Todo el mundo hablaba y hablaba, excepto papá, por supuesto, que bebía vino y parecía encantado de estar cenando con sus ocho mujeres. En medio de toda aquella charla, Kareen se fue dando cuenta gradualmente de que se estaba guardando para sí las cosas que más le interesaban. Eso le pareció muy extraño.

Se encaramó a la cama de sus padres mientras éstos se preparaban para acostarse. Mamá ejecutaba una serie de ejercicios isométricos, como hacía todas las noches desde que Kareen podía recordar. Incluso después de dos partos y todos aquellos años, seguía manteniendo el tono muscular de una atleta. Papá cruzó cojeando la habitación y soltó su bastón junto a su lado de la cama, se sentó torpemente, y observó a mamá con una sonrisita. Su pelo ya era completamente gris, observó Kareen; la trenza de mamá aún mantenía su rubio tostado sin ayuda cosmética, aunque empezaba a adquirir un tono plateado. Las torpes manos de papá se pusieron a la tarea de quitarse las botas. Kareen tenía problemas para enfocar la vista. Los barrayareses cincuentones parecían betanos setentones, o incluso octogenarios; y sus padres habían tenido una juventud dura, con guerras y servicios militares. Kareen se aclaró la garganta.

—En cuanto a los estudios del año que viene… —empezó a decir con una sonrisa radiante.

—Estás pensando en la Universidad del Distrito, ¿verdad? —dijo mamá, colgándose de la barra del techo; extendió las piernas en horizontal y las mantuvo estiradas mientras contaba en silencio hasta veinte—. No nos esforzamos en proporcionarte una educación galáctica para que renunciaras a la mitad. Eso sería descorazonador.

—Oh, sí, quiero continuar. Quiero volver a la Colonia Beta.

Ya está.

Un breve silencio. Entonces papá dijo, quejumbroso:

—Acabas de volver a casa, cariño.

—Y quería volver —le aseguró ella—. Quería veros a todos. Sólo pensaba… que no era demasiado pronto para empezar a planificar. Se trata de una cosa importante.

—¿Empiezas a hacer campaña? —Papá alzó una ceja.

Ella controló su irritación. No era una niña pequeña pidiendo un poni. Toda su vida estaba en juego.

—Planifico. En serio.

Mamá dijo lentamente, quizá porque estaba pensando o tal vez porque estaba colgada boca abajo:

—¿Sabes qué vas a estudiar esta vez? El programa que seleccionaste el año pasado era un poco… ecléctico.

—Obtuve buenos resultados en todas mis clases —se defendió Kareen.

—En los catorce cursos, completamente desconectados unos de otros —murmuró papá—. Es verdad.

—Había mucho donde elegir.

—Hay mucho donde elegir en el Distrito de Vorbarr Sultana —señaló mamá—. Más de lo que podrías aprender en un par de vidas, incluso vidas betanas. Y el viaje es mucho menos costoso.

Pero Mark no estará en Vorbarr Sultana. Estará en Beta
.

—La terapeuta de Mark me dijo que había algunas becas en su especialidad.

—¿Eso es lo último por lo que te interesas? —preguntó papá—. ¿Por la psicoingeniería?

—No estoy segura —dijo ella sinceramente—. Es interesante cómo la practican en Beta.

Pero ¿era la psicología en general lo que la atraía, o sólo la psicología de Mark? No lo sabía con certeza. Bueno… tal vez sí. Pero no le gustaba del todo cómo sonaba la respuesta.

—Sin duda, una formación práctica o técnica sería bienvenida aquí —dijo mamá—. Si pudieras concentrarte en una lo suficiente para… El problema es el dinero, cariño. Sin la beca de lady Cordelia, no habríamos soñado siquiera con enviarte fuera del planeta. Y por lo que sé, la beca del año que viene ya ha sido concedida a otra chica.

—No esperaba pedirle más. Ya ha hecho mucho por mí. Pero existe la posibilidad de solicitar una beca betana. Y podría trabajar este verano. Eso, más lo que habríais gastado en la Universidad del Distrito… ¿no esperaréis que una cosa tan insignificante como el dinero detenga a, digamos, lord Miles?

—Yo no esperaría que un disparo de arco de plasma detuviera a Miles —sonrió papá—. Pero él es, digamos, un caso especial.

Kareen se preguntó qué era lo que impulsaba a Miles. ¿Una rabiosa frustración, como la que ahora caldeaba su decisión? ¿Cuánta furia? En su exagerada pugna con su progenitor y gemelo, ¿veía Mark algo sobre Miles que a ella se le había escapado?

—Si duda se nos ocurrirá alguna solución. Si lo intentamos todos.

Mamá y papá intercambiaron una mirada.

—Me temo que las cosas son un poco complicadas —dijo papá—. Entre la escolarización de todas vosotras y la enfermedad de tu abuela Koudelka, que en paz descanse…, hipotecamos la casa de la costa hace dos años.

—La alquilaremos este verano, menos una semana —intervino mamá—. Suponemos que con todos los acontecimientos del solsticio de verano apenas tendremos tiempo para salir de la capital.

—Y tu madre está enseñando defensa personal y da clases de seguridad a los empleados ministeriales —añadió papá—. Así que está haciendo todo lo que puede. Me temo que no nos quedan demasiados recursos económicos que no hayan sido exprimidos ya.

—Me gusta enseñar —dijo mamá. ¿Para tranquilizarlo? Se volvió hacia Kareen y añadió—: Y es mejor que vender la casa de verano para zanjar la deuda, cosa que temimos durante un tiempo.

¿Perder la casa de la costa, el centro de su infancia? Kareen se horrorizó. Lady Alys Vorpatril había regalado la casa en la costa a sus padres cuando se casaron, hacía tantísimos años, por haberles salvado la vida a ella y al bebé, lord Ivan, en la Guerra de los Pretendientes Vordarianos. Kareen no sabía que las finanzas estuvieran tan mal. Pero luego contó el número de hermanas que tenía por delante, y multiplicó sus necesidades… um.

—Podría ser peor —dijo papá alegremente—. ¡Pensad en cómo habría sido tener este harén flotante en la época de las dotes!

Kareen sonrió por compromiso (su padre llevaba al menos quince años haciendo el mismo chiste) y huyó. Iba a tener que encontrar alguna solución. Por su cuenta.

La decoración de la Sala Verde de la Residencia Imperial superaba la de cualquier otra sala de conferencias en la que Miles hubiera estado atrapado jamás. Antiguos tapices murales de seda, pesadas cortinas y gruesas alfombras le daban un aspecto serio, apagado y casi submarino, y el elegante servicio de té que habían depositado sobre la mesa auxiliar dejaba en pañales los envases de plástico de las reuniones militares. La luz de la primavera se filtraba por las ventanas para dibujar cálidas franjas doradas en el suelo. Miles se había pasado toda la mañana mirándolas, hipnotizado, mientras la reunión se prolongaba.

Un ineludible aire militar impregnaba la sesión, dada la presencia de tres hombres de uniforme: el coronel lord Vortala el Joven, jefe de la fuerza de choque de SegImp destinada a encargarse de la seguridad en la boda del Emperador; el capitán Ivan Vorpatril, que tomaba diligentemente notas para lady Alys Vorpatril, igual que habría hecho como ayuda de cámara de su comandante en cualquier conferencia militar, y el comodoro Duv Galeni, jefe de Asuntos Komarreses para SegImp, que se preparaba para el día en que hubiera que repetir todo el espectáculo en Komarr. Miles se preguntó si Galeni, cuarentón y taciturno, estaba apuntando ideas para su propia boda con Delia Koudelka, o si tenía suficiente sentido de la autoconservación para esconderse y dejárselo todo a las competentes y algo acaparadoras mujeres Koudelka. A las cinco. Miles estaba dispuesto a ofrecerle a Duv la mansión Vorkosigan como santuario, pero sin duda las chicas lo localizarían allí.

Gregor y Laisa parecían soportarlo bien hasta el momento. El emperador Gregor, a sus treinta y pocos años, era alto y delgado, moreno y seco. La doctora Laisa Toscane era baja, con rizos rubio platino y ojos verdiazules que entornaba a menudo con humor, y una figura que hacía que Miles, para variar, quisiera caer sobre ella y enterrarse para el invierno. No había ninguna traición en ello: no le habría cambiado a Gregor su suerte. De hecho, Miles consideraba los meses de ceremonia pública que separaban a Gregor de la consumación una crueldad rayana en el sadismo. Suponiendo, claro está, que la estuvieran guardando…

Las voces continuaron; los pensamientos de Miles siguieron divagando. Imaginó dónde podrían celebrar Ekaterin y él su futura boda. ¿En el salón de baile de la mansión Vorkosigan, delante de todo el Imperio? El lugar tal vez no pudiera albergar una multitud lo bastante grande. Quería testigos para la ocasión. ¿O tenía, como heredero del condado de su padre, la obligación de celebrarla en Hassadar, la capital del Distrito Vorkosigan? La moderna residencia del conde en Hassadar siempre había parecido más un hotel que una casa, rodeada como estaba por todas aquella oficinas burocráticas del Distrito que rodeaban la plaza principal de la ciudad. El lugar más romántico sería la casa de Vorkosigan Surleau, en los jardines que daban al Lago Largo. Una boda al aire libre, sí, apostaba que a Ekaterin le gustaría. En cierto modo, eso permitiría la asistencia al sargento Bothari y también al general Piotr.
¿Llegaste a imaginar que llegaría para mí ese día, abuelo?
Lo atractivo del lugar dependería de la época del año, claro: en verano sería glorioso, pero no resultaría tan romántico en mitad de una nevada invernal. No estaba seguro de poder llevar a Ekaterin al altar antes de otoño, y retrasar la ceremonia hasta la primavera siguiente sería tan terrible como lo que le estaba pasando a Gregor…

Laisa, sentada frente a él al otro lado de la mesa, repasó la siguiente página, la leyó durante unos segundos y dijo:

—¡No pueden ustedes hablar en serio!

Gregor, sentado junto a ella, pareció alarmado, y se inclinó para mirar por encima de su hombro.

Oh, ya tenemos que haber llegado a la página doce
. Rápidamente, Miles encontró el punto, se enderezó y trató de parecer atento.

Lady Alys le dirigió una fría mirada, antes de volcar su atención en Laisa. El medio año transcurrido desde la ceremonia del compromiso, durante la Feria de Invierno anterior, hasta la inminente boda en el solsticio de verano era el punto culminante de la carrera de lady Alys como anfitriona oficial. Había dejado claro que Había-que-Hacer-las-Cosas-Adecuadamente.

El problema llegaba a la hora de definir el término
adecuadamente
. La boda más reciente de un emperador en ejercicio había sido la confusa unión del abuelo de Gregor, el emperador Ezar, con la hermana del pronto-difunto emperador Loco Yuri y, por diversas razones estéticas e históricas, Alys se negaba a tomarla como modelo. La mayoría de los otros emperadores llevaban años casados antes de acceder al trono. Antes de Ezar había que remontarse casi doscientos años, hasta el matrimonio de Vlad Vorbarra le Savante y lady Vorlightly, en el período más negro de la Era del Aislamiento.

—No hicieron de verdad que la pobre novia se desnudara delante de todos los invitados a la boda, ¿no? —preguntó Laisa, señalando el ofensivo párrafo donde se citaba el detalle histórico.

—Oh, Vlad tuvo que desnudarse también —le aseguró Gregor al momento—. Los parientes insistieron. Eran las inspecciones de rigor. Por si se producía alguna mutación en sus futuros retoños. Así cada una de las familias podía declarar que no era culpa de los suyos.

—La costumbre ya casi no se sigue en la actualidad —observó lady Alys—. Excepto en algunos grupúsculos atrasados.

—Se refiere a los paletos greekis —tradujo Ivan para Laisa, a menudo despistada en los detalles de este mundo. Su madre frunció el ceño por su brusquedad.

Miles se aclaró la garganta.

—La boda del Emperador puede considerarse un refuerzo de las antiguas costumbres. Personalmente, preferiría que ésta no fuera una de ellas.

—Aguafiestas —dijo Ivan—. A mí me parece que volvería a introducir cierto grado de excitación en las bodas. Será mejor que las competiciones de brindis.

—Seguidas luego de las competiciones de vomitonas —murmuró Miles—. Por no mencionar las apasionantes, aunque algo erráticas, carreras Vor a cuatro patas. ¿No ganaste una de ellas en una ocasión, Ivan?

—Me sorprende que te acuerdes. ¿No sueles ser el primero en perder el sentido?

—Caballeros —dijo fríamente lady Alys—. Tenemos que resolver un montón de asuntos en esta reunión. Y ninguno de ustedes saldrá de aquí hasta que terminemos.

Dejó que esas palabras flotaran un momento en el aire, para darse énfasis, y continuó:

—No pretendo reproducir exactamente esa antigua costumbre, Laisa, pero la puse en la lista porque representa algo de importancia cultural para los barrayareses más conservadores. Esperaba que encontráramos una versión actualizada que causara el mismo efecto psicológico.

Duv Galeni frunció sus oscuras cejas, pensativo.

—¿Publicar sus análisis genéticos? —sugirió.

Gregor hizo una mueca, pero luego tomó la mano de su prometida, la sostuvo y le sonrió.

—Estoy seguro de que Laisa no tiene ningún inconveniente.

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