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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Una campaña civil (71 page)

BOOK: Una campaña civil
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Mark rechinó los dientes ante el esperanzado tono de voz de Miles.

—Para siempre no —admitió reacio el oficial custodio—. Pero desde luego por bastante tiempo. —Hizo una pausa y agitó su puñado de papeles—. ¡Tengo todas las órdenes y permisos pertinentes, señor!

—Ah —dijo Miles, mirando el pegajoso legajo—. Ya entiendo —vaciló—. Me permitirá usted, naturalmente, que los examine.

Se excusó ante la multitud que le acompañaba, le dio un apretón a la mano de Ekaterin… espera un minuto, ¿no habían dejado de hablarse? Miles se había pasado todo el día anterior sumido en una negra nube de energía negativa, como un agujero negro en movimiento; sólo mirarlo le producía dolor de cabeza. Ahora, bajo aquella densa capa de ironía, se quedó boquiabierto. ¿Qué demonios estaba pasando aquí? También Kareen miró a la pareja con creciente sorpresa.

Mark abandonó momentáneamente su perplejidad mientras Miles dirigía a Gustioz a una mesa cercana. Retiró el adorno floral y se lo tendió a Roic, que corrió a recibirlo, e hizo que Gustioz colocara sus documentos de extradición en un montón.

Lentamente, y Mark no tenía ninguna duda de que Miles estaba usando todos los trucos teatrales posibles para ganar tiempo y poder pensar, repasó las órdenes. Todos se le quedaron mirando en absoluto silencio, como hipnotizados. Tocó los documentos sólo con las yemas de los dedos, dirigiendo una mirada ocasional a Gustioz que hizo que el escobariano se pusiera nervioso. De vez en cuando tenía que tomar un par de papeles y separarlos.

—Mm-hm —dijo—. Mm-hm. Dieciocho, sí, muy bien.

Llegó al final, pensó durante un momento, tocando apenas el montón con los dedos, sin devolvérselos al ansioso Gustioz. Miró a Ekaterin. Ella le devolvió la mirada y sonrió astutamente.

—Mark. ¿Le pagaste a Ekaterin por su trabajo con acciones, y no en efectivo?

—Sí —dijo Mark—. Y a Ma Kosti también —se apresuró a señalar.

—¡Y a mí! —dijo Kareen.

—¡Y a mí! —añadió Martya.

—La compañía ha estado un poco corta de capital —explicó Mark, cauteloso.

—También Ma Kosti. Mm. Oh, cielos. —Miles contempló la nada durante un segundo, y luego se volvió y le sonrió a Gustioz.

—Oficial Custodio Gustioz.

Gustioz se enderezó, como si se pusiera firmes.

—Todos los documentos que tiene aquí parecen ser legales y estar en orden.

Miles tomó el fajo con dos dedos y se lo devolvió al oficial. Gustioz aceptó los papeles, sonrió, y tomó aire.

—Sin embargo —continuó Miles— le falta una jurisdicción. Bastante crítica: el guardia de SegImp no debería haberle dejado pasar sin ese permiso. Bueno, los muchachos son soldados, no abogados. No creo que haya que llamarle la atención al cabo. Tendré que decirle al general Allegre que se asegure de que eso forme parte de su instrucción en el futuro.

Gustioz lo miró, horrorizado e incrédulo.

—Tengo permisos del Imperio… el espacio planetario local… el Distrito Vorbarra… y la ciudad de Vorbarr Sultana. ¿Qué otra jurisdicción hay?

—La mansión Vorkosigan es la residencia oficial del conde del Distrito Vorkosigan —le explicó Miles con amabilidad—. Como tal, sus terrenos se consideran suelo del Distrito Vorkosigan, más o menos igual que una embajada. Para sacar a este hombre de la
mansión Vorkosigan
, en la ciudad de Vorbarr Sultana, en el Distrito Vorbarra, en Barrayar, en el Imperio, necesitará todo eso —indicó el montón pegajoso— y también una autorización de extradición, una orden de la Voz del conde (igual que la tiene aquí del Distrito Vorbarra) del Distrito Vorkosigan.

Gustioz estaba temblando.

—¿Y dónde puedo encontrar la Voz más cercana del conde del Distrito Vorkosigan? —dijo roncamente.

—¿La Voz más cercana? —dijo Miles alegremente—. Vaya, ése soy yo.

El Oficial Custodio lo miró durante largo rato. Tragó saliva.

—Muy bien, señor —dijo humildemente, la voz quebrada—. ¿Puedo por favor conseguir una orden de extradición para el doctor Borgos de la, la Voz del conde?

Miles miró a Mark. Mark le devolvió la mirada, los labios torcidos.
Hijo de puta, estás disfrutando cada segundo de esto

Miles dejó escapar un lento y apesadumbrado suspiro (todos suspiraron a la vez) y dijo tan tranquilo:

—No. Se niega su solicitud. Pym, por favor escolta a estos caballeros a la salida y luego informa a Ma Kosti de que seremos, um, diez para almorzar, en cuanto sea posible. Por fortuna, le gustan los desafíos. Soldado Roic… —miró al joven, todavía con las flores en la mano, lleno de pánico. Miles sacudió la cabeza—. Ve a darte un baño.

Pym, alto, severamente maduro y vestido pulcramente de uniforme, avanzó intimidador hacia los escobarianos, quienes cedieron ante él y se dejaron conducir a la puerta.

—¡Tendrá que salir de esta casa alguna vez, maldición! —gritó Gustioz por encima del hombro—. ¡No podrá estar escondido aquí para siempre!

—Lo llevaremos al Distrito en el aerocoche oficial del conde —le replicó Miles alegremente.

El grito inarticulado de Gustioz quedó apagado por las puertas al cerrarse.

—El proyecto de la manteca de cucaracha es realmente fascinante —le dijo Ekaterin a los dos hombres que los acompañaban a Miles y a ella—. Deberían ver el laboratorio.

Kareen negó, frenética.

—¡Ahora no, Ekaterin!

Miles miró a Mark a los ojos, con una muda advertencia, e indicó a su grupo que continuara en la dirección opuesta.

—Mientras tanto, quizá les guste ver la biblioteca de la mansión Vorkosigan. Profesora, ¿sería tan amable de señalar algunos de sus interesantes aspectos históricos a Hugo y Vassily, mientras yo me encargo de unas cosillas? Ve con tu tía, Nikki. Muchas gracias… —sostuvo la mano de Ekaterin, para que se quedara con él, mientras el resto del grupo se marchaba.

—Lord Vorkosigan —gimoteó Enrique, la voz temblando de alivio—. ¡No sé cómo puedo pagárselo!

Miles alzó una mano, seco, para interrumpirlo.

—Pensaré en algo.

Martya, un poco más atenta a los detalles de Miles que Enrique, sonrió y agarró al escobariano por la mano.

—Vamos, Enrique. Creo que tal vez sería mejor empezar a zanjar tu deuda de gratitud limpiando primero el laboratorio, ¿no?

—¡Oh! Sí, por supuesto…

Se marchó, mientras comentaba:

—¿Crees que le gustarán las cucarachas mantequeras que diseñó Ekaterin…?

—Sí —rezongó Mark. Se miró las botas—. Sé lo que piensas de todo este proyecto. Um… gracias, ¿eh?

Miles se ruborizó un poco.

—Bueno… no podía arriesgarme a ofender a mi cocinera, ya sabes. Parece que ha adoptado al pobre hombre. Es por la forma entusiasta en que se come mi comida, supongo.

Mark arrugó el entrecejo, lleno de súbitos recelos.

—¿Es verdad que la residencia de un conde es legalmente parte de su Distrito? ¿O te lo inventaste sobre la marcha?

Miles sonrió.

—Búscalo. Ahora, si nos disculpáis, creo que será mejor que me dedique a calmar los temores de mis futuros parientes políticos. Ha sido una mañana difícil para ellos. Como favor personal, querido hermano, ¿podrías abstenerte de provocar más crisis durante el resto del día?

—¿Parientes políticos…? —Kareen sonrió, llena de alegría—. ¡Oh, Ekaterin, qué bien! Miles… rata. ¿Cuándo ha sido?

Miles sonrió, de verdad esta vez, no de cara a la galería.

—Ella me lo pidió, y le dije que sí —miró más tímidamente a Ekaterin, y continuó—: Tuve que darle un buen ejemplo, después de todo. Verás, Ekaterin, así es como debería responderse una proposición de manera directa, decisiva, y sobre todo, ¡positiva!

—Lo recordaré —le dijo ella. Mantuvo una expresión seria, pero sus ojos se reían mientras ambos se dirigían hacia la biblioteca.

Kareen suspiró, llena de romántica satisfacción, y se apoyó en Mark. Muy bien, así que aquello era contagioso. ¿Era un problema? A la porra el traje negro. Él le pasó un brazo por la cintura.

Kareen se pasó una mano por el pelo.

—Necesito una ducha.

—Puedes utilizar la mía —le ofreció Mark al instante—. Te frotaré la espalda…

—Puedes frotarlo todo —le prometió ella—. Creo que me he lastimado algunos músculos tirando de Enrique.

Bueno, podría salvar la tarde después de todo. Sonriendo feliz, Mark se volvió con ella hacia la escalera.

A sus pies, la reina cucaracha salió de las sombras y cruzó veloz las losas blancas y negras. Kareen soltó un gritito y Mark se lanzó tras el bicho. Resbaló hasta detenerse sobre su estómago justo a tiempo de ver cómo el destello plateado de la cucaracha se perdía de vista entre las tablas y una losa suelta.

—¡Malditos bichos, cómo se escurren! Tal vez deberíamos hacer que Enrique las hiciera, no sé, más altas o algo así —sacudiéndose la chaqueta, se puso en pie—. Se he metido en la pared.

De vuelta a su nido entre las paredes, se temía.

Kareen miró debajo de la mesa.

—¿Deberíamos decírselo a Miles?

—No —dijo Mark decididamente, y la tomó de la mano para subir las escaleras.

EPÍLOGO

Desde el punto de vista de Miles, las dos semanas para la boda Imperial pasaron volando, aunque sospechaba que Gregor y Laisa vivían en una especie de distorsión relativista en la que el tiempo iba más despacio aunque envejecías más rápido. Lograba hacer ruiditos compasivos cada vez que se encontraba con Gregor, reconociendo que sus deberes sociales eran una carga terrible, en verdad, una carga que todo el mundo debía soportar, una característica de la condición humana, la barbilla alta, de frente, soldado. Dentro de su propia cabeza, un continuo contrapunto resonaba como burbujitas estallando:
¡Mira, estoy prometido! ¿No es bonita? Ella me lo pidió a mí. Es lista, además. Va a casarse conmigo. Mía, mía, toda mía. ¡Estoy prometido! ¡Para casarme! ¡Con esta mujer!
Era una efervescencia que emergía, esperaba, sólo como una sonrisa fresca y tranquila.

Consiguió cenar tres veces en casa de los Vorthys, e invitar a cenar a Ekaterin y Nikki a la mansión Vorkosigan dos, antes de que la semana de la boda llegara y todas sus comidas (incluso los desayunos, buen Dios) quedaran comprometidos. Con todo, su calendario no fue tan temible como el de Gregor y Laisa, que lady Alys y SegImp habían ido aumentando poco a poco. Miles invitó a Ekaterin a acompañarlo a todas sus obligaciones sociales. Ella lo miró y aceptó hacerlo en tres sensatas y dignas ocasiones. Sólo más tarde señaló ella que había límites al número de veces que una dama quería que la vieran con el mismo vestido, un problema que, si él hubiera advertido, habría resuelto alegremente. Quizá no importaba. Quería que Ekaterin compartiera su placer, no su cansancio.

La nube de divertidas felicitaciones que los rodeaba a causa de su espectacular compromiso sólo se vio lastrada en una ocasión, en una cena en honor del Servicio de Bomberos de Vorbarr Sultana, que incluyó la entrega de premios a los hombres que habían hecho gala de su valentía y sus rápidos reflejos en el año anterior. Cuando salía con Ekaterin del brazo, Miles encontró la puerta medio bloqueada por lord Vormurtos, algo borracho, uno de los derrotados valedores de Richars. La sala casi estaba vacía ya, con sólo unos cuantos grupitos de rezagados. Los criados se disponían a limpiar. Vormurtos se inclinó sobre el marco de la puerta, con los brazos cruzados, y no se apartó.

—Discúlpenos, por favor —dijo Miles amablemente. Vormurtos frunció los labios con exagerada ironía.

—¿Por qué no? Todo el mundo lo ha hecho. Parece que si eres un Vorkosigan, puedes incluso asesinar por la cara.

Ekaterin se envaró, entristecida. Miles vaciló una décima de segundo, considerando las posibles respuestas: ¿pedir explicaciones, gritar, protestar? ¿Ponerse a discutir con un idiota medio borracho? No.
Soy el hijo de Aral Vorkosigan, después de todo
. Así que alzó la cabeza, sin parpadear, y le espetó:

—Si de verdad cree eso, ¿
por qué se interpone en mi camino
?

La mueca ebria de Vormurtos desapareció, para ser sustituida por una expresión de cautela. Con un esfuerzo por parecer indiferente que no consiguió, descruzó los brazos y abrió la mano para dejar paso a la pareja. Cuando Miles le enseñó los dientes con una sonrisa forzada, retrocedió un paso más, involuntariamente. Miles se cambió a Ekaterin al otro brazo y pasó junto a él sin mirar atrás.

Ekaterin miró una vez por encima del hombro, mientras llegaban al pasillo. Murmuró una observación desapasionada:

—Se ha venido abajo. ¿Sabes? Tu sentido del humor te va a meter en problemas algún día.

—Probablemente —suspiró Miles.

La boda del Emperador, decidió Miles, era muy parecida a una misión de combate, excepto que, maravillosamente, él no estaba al mando. Ahora les tocaba el turno de sufrir colapsos nerviosos a lady Alys y al coronel lord Vortala el Joven. Miles tenía que ser un recluta. Lo único que tenía que hacer era seguir sonriendo y cumplir las órdenes, y con el tiempo todo se habría acabado.

Fue una suerte que se tratara de un acontecimiento durante el solsticio de verano, porque el único sitio lo bastante grande para albergar a todos los círculos de testigos (eliminando al feísimo estadio municipal) era el antiguo terreno de desfiles, ahora un campo de hierba, justo al sur de la Residencia. El salón de baile era una alternativa por si llovía, tras el plan antiterrorista de Miles que preveía matar a la mayor parte del Gobierno del Imperio por el calor y la privación de oxígeno. Para igualar la tormenta que hizo tan memorable la ceremonia de compromiso en el solsticio de invierno, habrían hecho falta tornados veraniegos, pero para alivio de todos el día amaneció soleado.

La mañana comenzó con otro desayuno formal más, esta vez con Gregor y su grupo de solteros en la Residencia. Gregor estaba un poco pálido, pero con aspecto decidido.

—¿Cómo lo llevas? —le preguntó Miles en voz baja.

—Conseguiré llegar a la cena —le aseguró Gregor—. Luego ahogaremos a nuestros perseguidores en un lago de vino y escaparemos.

Ni siquiera Miles sabía qué refugio habían escogido Gregor y Laisa para la noche de bodas, ya fuera en una de las diversas propiedades Vorbarra o en la casa de campo de un amigo o tal vez a bordo de un crucero de batalla en órbita. Estaba seguro de que no iba a haber ningún tipo de contratiempo imprevisto. Gregor había escogido a sus miembros de SegImp más aterradoramente duros para que protegieran su retirada.

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