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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Una campaña civil (67 page)

BOOK: Una campaña civil
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Ekaterin no estaba segura de si era una invitación o una orden, pero desde luego resultaba irresistible. Gregor alzó una mano, la palma hacia arriba. Todos se levantaron, excepto la tía Vorthys, que fue decorosamente ayudada por el lacayo. Gerard les indicó amablemente la puerta.

Gregor se acercó y añadió en voz baja a Vassily, justo antes de que se marchara:

—La señora Vorsoisson tiene mi plena confianza, teniente; le recomiendo que le dé usted la suya.

Vassily consiguió decir algo que sonó como
¡urkseñor!
Salieron al pasillo. Hugo no habría podido mirar a su hermana con mayor sorpresa si le hubiera salido una segunda cabeza.

Por el pasillo, tuvieron que caminar en fila india cuando se encontraron con el mayor que venía de vuelta. Ekaterin se sorprendió al ver que escoltaba a Byerly Vorrutyer, que tenía un aspecto desesperadamente abatido. By iba sin afeitar, y su caro traje estaba arrugado y manchado. Tenía los ojos hinchados e inyectados en sangre, pero sus cejas se alzaron al reconocerla y consiguió hacerle un saludito irónico, la mano sobre el corazón, sin alterar el paso.

Hugo volvió la cabeza y miró a By.

—¿Conoces a ese tipo tan raro?

—Uno de mis pretendientes —replicó Ekaterin al instante, decidiendo dar un buen uso a la oportunidad—. Byerly Vorrutyer. Primo de Dono y de Richars. Pobre, imprudente, y ajeno al desaliento, pero muy ingenioso… si te gusta cierto tipo de humor desagradable.

Dejando a Hugo para que resolviera la indirecta de que podía haber cosas peores en la vida de una viuda desprotegida que la consideración de cierto heredero conde bajito, siguió al soldado a lo que era evidentemente un tubo-ascensor privado. Llevó al grupo a la primera planta y a otro estrecho pasillo, que terminaba en una discreta entrada a la galería. Había un guardia de SegImp en la puerta; otro ocupaba una posición de vigilancia al otro extremo de la galería.

La galería que asomaba a la cámara del Consejo estaba llena en sus tres cuartas partes, llena de murmullos en voz baja de mujeres bien vestidas y de hombres con uniforme verde o trajes elegantes. Ekaterin se sintió de pronto pobretona y sospechosa con su ropa de luto, sobre todo cuando el soldado de Gregor les hizo sitio en medio de la fila central, pidiendo a cinco caballeros, amablemente, pero sin explicaciones, que se cambiaran. Ella les sonrió a modo de disculpa mientras pasaban por su lado; ellos la miraron con curiosidad. Ekaterin sentó a Nikki entre ella y la tía Vorthys. Hugo y Vassily se sentaron a su derecha.

—¿Ha estado aquí antes? —susurró Vassily, mirando a su alrededor con tanto asombro como Nikki.

—No —dijo Ekaterin.

—Yo estuve una vez, en una excursión del colegio, hace años —confesó Hugo—. El Consejo no celebraba sesión, desde luego.

Sólo la tía Vorthys no parecía impresionada, pero claro, ella visitaba frecuentemente los archivos del Castillo Vorhartung en su calidad de historiadora incluso antes de que el tío Vorthys fuera nombrado Auditor Imperial.

Ansiosa, Ekaterin observó el hemiciclo, que se extendía ante ella como un escenario. En sesión plenaria, la escena era pintoresca en extremo, con todos los condes con las más elegantes versiones de las libreas de sus Casas. Buscó entre la cacofonía multicolor una pequeña figura con uniforme marrón y plata, poco llamativo y elegante en comparación con otros… ¡allí! Miles acababa de levantarse de su escaño, en la primera fila, un poco más a la derecha de Ekaterin. Ella se aferró a la barandilla, los labios entreabiertos, pero él no alzó la cabeza.

Era impensable llamarlo, aunque nadie ocupaba ahora mismo el Círculo de Oradores; no se permitían intervenciones desde la galería cuando el Consejo celebraba la sesión, y solamente los condes y sus testigos podían acceder al hemiciclo. Miles se movía con tranquilidad entre sus poderosos colegas, mientras se acercaba al escaño de René Vorbretten para consultarle algo. Por difícil que le hubiera resultado a Aral Vorkosigan presentar a su lisiado heredero ante esta asamblea, hacía tantos años, era evidente que se habían acostumbrado a él ya. Era posible cambiar.

René, al mirar hacia la galería, la vio primero y atrajo la atención de Miles, cuyos ojos se iluminaron al verla con una mezcla de deleite, confusión y, al advertir a Hugo y Vassily, preocupación. Ekaterin se atrevió a hacerle un gesto tranquilizador, apenas la mano abierta delante del pecho, que cerró rápidamente sobre su regazo. Miles le dirigió el antiguo saludo perezoso que usaba para expresar una sorprendente gama de comentarios; en este caso, una cauta ironía cargada de profundo respeto. Su mirada pasó a la tía Vorthys; alzó las cejas en una pregunta esperanzada y le dirigió un gesto de saludo, que ella devolvió. Sonrió.

Richars Vorrutyer, que hablaba con un conde de la primera fila, vio el saludo de Miles y se volvió hacia la galería. Richars vestía ya el atuendo gris y azul de su Casa, la librea de un conde, dando muchas cosas por hechas, pensó Ekaterin con desaprobación. Tras un instante, el reconocimiento asomó a sus ojos y frunció el ceño, malévolo. Ella miró con frialdad al coautor, como mínimo, de su actual crisis.
Conozco a los de tu calaña. No te tengo miedo
.

Gregor no había salido aún de su sala de conferencias privada; ¿de qué estaban hablando Byerly y él allí dentro? Dono, advirtió Ekaterin mientras observaba a los hombres congregados abajo, no había llegado todavía. Aquella enérgica figura destacaría en cualquier multitud, incluso en ésta. ¿Había un motivo secreto para la molesta seguridad de Richars?

Pero justo cuando un nudo de alarma empezaba a formarse en su pecho, docenas de rostros se volvieron hacia las puertas de la cámara. Directamente bajo ella, un grupo de hombres entró en el hemiciclo. Incluso desde aquel ángulo, Ekaterin reconoció al barbudo lord Dono. Llevaba un uniforme de cadete azul y gris de la Casa Vorrutyer, casi gemelo al que llevaba Richars, pero mejor calculado, sus adornos y alamares los propios de un heredero de conde. Lord Dono cojeaba, algo preocupante, y se movía con torpeza, como si sintiera algún tipo de dolor. Para sorpresa de Ekaterin, Ivan Vorpatril lo acompañaba. No estaba segura de quiénes eran los otros hombres, cuando reconoció algunas libreas.

—¡Tía Vorthys! —susurró—. ¿Quiénes son los condes que acompañan a Dono?

La tía Vorthys parecía sorprendida.

—El de la cabellera blanca vestido de oro y azul es Falco Vorpatril. El más joven es Vorfolse, ese tipo tan raro de la costa sur, ya sabes. El caballero mayor del bastón es, santo cielo, el mismísimo conde Vorhalas. El otro es el conde Vorkalloner. Junto con Vorhalas, es considerado el tipo más inflexible del partido conservador. Espero que sean los caballeros que todo el mundo estaba esperando. Las cosas deben empezar a moverse de un momento a otro.

Ekaterin buscó la respuesta de Miles. Su alivio por la aparición de lord Dono se llenó claramente de desazón ante la llegada de los más poderosos valedores de Richars, en tropel. Ivan Vorpatril se separó del grupo y se acercó al escaño de René, con una sonrisa peculiar en el rostro. Ekaterin se echó hacia atrás, el corazón latiéndole ansiosamente, tratando con desesperación de descifrar lo que sucedía abajo, aunque con el murmullo de las mesas apenas era inteligible nada.

Ivan se tomó un instante para saborear la expresión de absoluto despiste de su primo el Auditor-Imperial-estoy-al-mando-aquí.
Sí, apuesto a que tienes problemas para averiguar qué está pasando
. Debería, supuso, sentirse culpable por no haberse tomado un momento, en sus frenéticos pasos de aquella mañana, para llamar a Miles por comuconsola y hacerle saber lo que se cocía, pero de todas formas ya era demasiado tarde para que Miles pudiera hacer nada. Durante unos cuantos segundos más, Ivan estuvo un paso por delante de Miles en su propio juego.
Disfruta
. René Vorbretten parecía igualmente confuso, sin embargo, Ivan no tenía ninguna cuenta que zanjar con él. Suficiente.

Miles miró a su primo con una expresión mezcla de deleite y furia.

—Ivan, idi…

—No… lo digas —Ivan alzó una mano para interrumpirlo antes de que terminara de pronunciar el insulto—. Acabo de salvarte el pellejo, otra vez. ¿Y qué agradecimiento recibo a cambio? Ninguno. Nada más que abuso y desprecio. Mi humilde recompensa en esta vida.

—Pym me informó de que venías con Dono. Cosa que te agradezco —dijo Miles entre dientes—. Pero ¿para qué demonios los has traído a
ellos
? —Señaló con la cabeza a los cuatro condes conservadores, que ahora se dirigían al escaño de Boriz Vormoncrief.

—Observa —murmuró Ivan.

Cuando el conde Vorhalas llegó a la altura de la mesa de Richars, éste se levantó y le sonrió.

—¡Ya era hora, señor! ¡Me alegro de verle!

La sonrisa de Richars desapareció cuando Vorhalas pasó de largo sin volver siquiera la cabeza en su dirección; Richars bien podría haber sido invisible, por el caso que hizo Vorhalas a su saludo. Vorkalloner, que seguía a su compañero, le miró al menos con el ceño fruncido, una especie de reconocimiento.

Ivan contuvo el aliento, lleno de feliz expectación.

Richars lo intentó de nuevo, mientras el canoso Falco Vorpatril pasaba por su lado.

—Me alegro de que haya llegado, señor…

Falco se detuvo y lo miró con frialdad. Con una voz que, aunque grave y baja, llegó perfectamente a todos los rincones del hemiciclo, dijo:

—No será por mucho tiempo. Hay una regla no escrita entre nosotros, Richars; si intentas algo que esté al otro lado de la ética, asegúrate de ser tan bueno en tu juego que no te pillen. No eres lo bastante bueno.

Con una mueca despectiva, siguió a sus compañeros.

Vorfolse, el último, le susurró furioso a Richars:

—¿Cómo te atreves a involucrarme en tus planes usando mi casa para preparar tu ataque? Me encargaré de que te destruyan por esto.

Siguió su camino detrás de Falco, distanciándose de Richars en todos los sentidos.

Miles, con los ojos como platos, sonrió con creciente satisfacción.

—Una noche movidita, ¿no Ivan? —susurró, viendo la cojera de Dono.

—No te lo puedes ni imaginar.

—Inténtalo.

Ivan puso rápidamente al corriente a Miles y al no menos sorprendido René.

—La versión resumida es que un grupo de matones a sueldo trató de invertir la cirugía betana con una vibrodaga. Nos atacaron cuando salíamos de casa de Vorfolse. Tenían un buen plan para eliminar a los soldados de Dono, pero Olivia Koudelka y yo no estábamos en su lista. Los derrotamos y los entregué junto con las pruebas a Falco y al viejo Vorhalas, y los dejamos continuar a partir de ahí. Nadie, por supuesto, se molestó en informar a Richars: lo dejamos en blanco. Richars puede estar deseando ahora mismo tener esa vibrodaga para usarla contra su garganta antes de que acabe el día.

Miles frunció los labios.

—¿Pruebas? Richars tiene que haberse movido a través de multitud de capas de intermediarios para hacer algo así. Si realmente tuvo algo que ver con la muerte de la prometida de Pierre, es condenadamente astuto. Seguir la pista hasta su puerta no será tarea fácil.

René añadió, con más urgencia:

—¿Cuándo podremos tener las pruebas?

—Habría sido cosa de semanas, pero el sicario de Richars ahora es testigo Imperial. —Ivan tomó aire, en la cima de su triunfo.

Miles ladeó la cabeza.

—¿El sicario de Richars?

—Byerly Vorrutyer. Al parecer ayudó a Richars a prepararlo todo. Pero las cosas salieron mal. Los matones seguían a Dono y se suponía que tenían que atacarlo cuando llegara a la mansión Vorsmythe, pero pensaron que tendrían una oportunidad mejor en casa de Vorfolse. By echaba espuma por la boca cuando por fin me encontró, poco antes del amanecer. No sabía dónde estaban sus peones, pobre histérico.
Yo
lo había capturado. La primera vez que he visto a By Vorrutyer sin palabras. —Ivan sonrió, lleno de satisfacción—. Entonces llegó SegImp y se lo llevaron.

—Qué… inesperado. No es así como yo situaba a Byerly en este juego —Miles frunció el ceño.

—Me pareció que eras demasiado confiado. Había algo en By que no me encajaba desde el principio, pero no podía situarlo…

Vorhalas y sus compañeros estaban ahora reunidos en torno a la mesa de Boriz Vormoncrief.

Vorfolse parecía ser el más enfático, y hacía gestos furiosos mirando ocasionalmente por encima del hombro a Richars, quien contemplaba alarmado la escena. Vormoncrief apretó los labios y frunció profundamente el ceño. Sacudió dos veces la cabeza. El joven Sigur parecía horrorizado; inconscientemente, cruzó las manos protectoramente sobre su regazo y apretó las piernas.

Todos los debates en voz baja terminaron cuando el emperador Gregor entró por la puerta situada tras su palco y ocupó de nuevo su asiento. Llamó a lord Guardián del Círculo de Oradores, quien corrió hacia él. Conversaron brevemente. La mirada del lord Guardián recorrió la sala; se acercó a Ivan.

—Lord Vorpatril —saludó amablemente—. Es hora de despejar el hemiciclo. Gregor está a punto de convocar la votación. A menos que sea usted llamado como testigo, debe tomar asiento en la galería.

—Allá voy —dijo Ivan, más contento que unas pascuas. Miles intercambió un gesto vencedor con René y regresó a su escaño; Ivan se volvió hacia la puerta.

Ivan pasó lentamente junto al escaño del Distrito Vorrutyer, donde Dono le decía alegremente a Richars:

—Apártate, joven. Tus hampones fallaron anoche. Los guardias municipales de lord Vorbohn te estarán esperando en la puerta con los brazos abiertos cuando esta votación haya acabado.

Con extremo disgusto, Richars se sentó en el otro extremo del asiento. Dono se desplomó y cruzó las piernas (por los tobillos, advirtió Ivan) y ensanchó los hombros cómodamente.

—Eso te gustaría —replicó Richars entre dientes—. Pero Vorbohn no tendrá ninguna jurisdicción sobre mí cuando sea conde. Y el grupo de Vorkosigan estará tan revuelto con sus crímenes que no tendrán oportunidad de tirarme ni piedras.

—¿Piedras, Richars, querido? —rezongó Dono—. Serás muy afortunado. Preveo un corrimiento de tierras… contigo debajo.

Dejando atrás la reunión familiar Vorrutyer, Ivan se dirigió a las puertas dobles, que los guardias abrieron para él. Un trabajo bien hecho, por Dios. Miró por encima del hombro y vio que Gregor lo miraba. El Emperador le dirigió una leve sonrisa y un brevísimo gesto con la cabeza.

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