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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Una campaña civil (68 page)

BOOK: Una campaña civil
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No hizo que se sintiera gratificado. Hizo que se sintiera
desnudo
. Demasiado tarde, recordó las palabras de Miles de que la recompensa por un trabajo bien hecho solía ser un trabajo más duro. Por un momento, al llegar al pasillo, luchó contra el impulso y volverse hacia la derecha y salir a los jardines en vez de hacia la izquierda y subir a la galería. Pero no se perdería aquello por nada del mundo. Subió las escaleras.

—¡Fuego! —gritó Kareen.

Dos frascos de manteca de cucaracha volaron por el pasillo describiendo altas trayectorias. Kareen esperaba que hicieran
thud
sobre sus blancos, como piedras, pero un poco más resistentes. Pero todos los frascos de los estantes eran el nuevo suministro que Mark había comprado de
rebajas
en alguna parte. El plástico más fino y más barato no tenía la integridad estructural de los primeros frascos. No golpearon como rocas; golpearon como granadas.

Al impactar con los hombros de Muno y la nuca de Gustioz, los frascos se rompieron y salpicaron de manteca de cucaracha las paredes, el techo, el suelo e, incidentalmente, los blancos. Como la segunda andanada estaba ya en el aire antes de que la primera aterrizara, los sorprendidos escobarianos se volvieron justo a tiempo de recibir las siguientes bombas mantequeras en el pecho. Los reflejos de Muno fueron lo bastante rápidos para esquivar un tercer frasco, que estalló en el suelo, rociando a todo el grupo de blanca y goteante manteca de cucaracha.

Martya, enormemente excitada, estaba ahora sumida en una especie de furia incontrolable, y disparaba frascos al pasillo a tanta velocidad como podía agarrarlos. No todos los frascos se rompieron: algunos golpearon con
thunks
bastante satisfactorios. Muno, maldiciendo, esquivó un par más, pero tuvo que soltar a Enrique el tiempo suficiente para tomar un par de frascos de los estantes que estaban en el extremo del pasillo y lanzarlos contra las hermanas Koudelka. Martya esquivó el frasco que la apuntaba; el segundo explotó a los pies de Kareen. El intento de Muno por contraatacar le salió por la culata cuando Enrique se puso de rodillas y escapó pasillo abajo hacia sus valkiriescas protectoras.

—¡Vuelve al laboratorio y cierra la puerta! —gritó a Kareen—. ¡Podremos pedir ayuda desde allí!

La puerta situada al fondo del pasillo, más allá de los invasores escobarianos, se abrió de golpe. El corazón de Kareen se animó, momentáneamente, al ver llegar al soldado Roic. ¡Refuerzos! Roic iba apenas vestido con botas, calzoncillos y una cartuchera a la espalda.

—¿Qué demonios…? —empezó a decir, pero fue interrumpido cuando una última y desafortunada salva de fuego amigo, disparada por Martya sin apuntar, estalló en su pecho.

—¡Oh, lo siento! —dijo ella, haciéndose pantalla con las manos.

—¿Qué demonios está pasando aquí? —aulló Roic, buscando su aturdidor en el lado contrario con las manos resbaladizas por la capa de manteca de cucaracha—. ¡Me han despertado! ¡Es la
tercera vez
que alguien me despierta esta semana!
Acababa de quedarme dormido
. ¡Juré que
mataría
al siguiente hijo de puta que me despertara…!

Kareen y Martya se abrazaron durante un instante de pura apreciación estética de la altura, la anchura de hombros, la grave reverberación de su voz y el generoso aspecto atlético del joven macho que presentaba Roic; Martya suspiró. Los escobarianos, naturalmente, no tenían ni idea de quién era el bárbaro gigante semidesnudo que apareció entre ellos y la única ruta de salida que conocían. Retrocedieron unos cuantos pasos.

—¡Roic, están intentando secuestrar a Enrique! —gritó Kareen apremiante.

—¿Sí? Bien —Roic la miró, algo bizco—. Asegúrese de que le llevan a todos sus bichos del diablo también…

El aterrado Gustioz trató de abrirse paso hacia la puerta, pero chocó con Roic. Los dos resbalaron en la manteca de cucaracha y cayeron en medio de un remolino de documentos oficiales. Los entrenados reflejos de Roic, algo privados de sueño, eso sí, intervinieron, y trató de sujetar en el suelo a su atacante accidental, cosa que no fue fácil porque ambos estaban ahora cubiertos de lubricante.

El fiel Muno, encogido, lanzó otra salva de frascos para tratar de agarrar de nuevo a Enrique, y consiguió hacer contacto con un brazo que trataba de repelerlo. Los dos resbalaron en el traicionero suelo. Pero Muno consiguió asir uno de los tobillos de Enrique y empezó a arrastrarlo por el pasillo.

—¡No puede detenernos! —jadeó Gustioz, debajo de Roic—. ¡Tengo una orden!

—¡Amigo, no quiero detenerlo! —aulló Roic.

Kareen y Martya se lanzaron a agarrar los brazos de Enrique, y tiraron en la otra dirección. Como nadie tenía punto de apoyo ninguno, la competición no llegó momentáneamente a ninguna conclusión. Kareen se arriesgó a soltar un brazo y rodeó a Enrique para asestar una patada a la muñeca de Muno; el sargento soltó un grito y retrocedió. Las dos mujeres y el científico corrieron como pudieron hacia la puerta del laboratorio. Martya cerró la puerta y echó el cerrojo justo antes de que el hombro de Muno golpeara desde el otro lado.

—¡La comuconsola! —le gritó a su hermana por encima del hombro, entre jadeos—. ¡Llama a lord Mark! ¡Llama a
alguien
!

Kareen se quitó de los ojos manteca de cucaracha, se lanzó hacia la consola y empezó a teclear el código personal de Mark.

Miles volvió la cabeza y observó, por desgracia sin poder oírlo, cómo Ivan llegaba a la primera fila de la galería y echaba sin piedad a un desafortunado cadete. El joven oficial, inferior en rango y en peso, cedió reacio su puesto y se fue a buscar sitio de pie al fondo. Ivan se sentó junto a la profesora Vorthys y Ekaterin. Siguió una conversación en voz baja; por los gesto de Ivan y su sonrisita de satisfacción, Miles imaginó que estaba informando a las damas de sus heroicas aventuras de la noche anterior.

Maldición, si yo hubiera estado allí, habría podido salvar a lord Dono también
… O tal vez no.

Miles había reconocido a Hugo, el hermano mayor de Ekaterin, y a Vassily Vorsoisson, que la flanqueaban al otro lado, por su breve encuentro en el funeral de Tien. ¿Habían venido a la ciudad para acosar de nuevo a Ekaterin respecto a Nikki? Ahora, al escuchar a Ivan, los dos parecían completamente estupefactos. Ekaterin dijo algo con ferocidad. Ivan se rió inquieto, y luego se volvió para saludar a Olivia Koudelka, que acababa de sentarse en la última fila. No era justo que una persona que había estado despierta toda la noche pareciera tan refrescada. Se había cambiado el vestido de noche por un traje suelto de seda con unos pantalones a la moda komarresa. A juzgar por su saludo y su sonrisa, al menos no había sido herida durante la lucha. Nikki hizo una pregunta, nervioso, y la profesora le respondió: miró fríamente y sin aprobación la nuca de Richars Vorrutyer.

¿Qué demonios estaba haciendo la familia entera de Ekaterin allá arriba? ¿Cómo había convencido a Hugo y Vassily para que cooperaran con esta visita? ¿Y qué tenía que ver Gregor con todo aquello? Miles hubiera jurado que había visto a un soldado Vorbarra, volviéndose después de escoltarlos a sus asientos… En el hemiciclo, el lord Guardián del Círculo de Oradores golpeó con el extremo de una lanza de caballería con el penacho Vorbarra la placa de madera colocada en el suelo para ese propósito. El
clac-clac
resonó por toda la cámara. Ahora no había tiempo ya para subir a la galería y averiguar qué estaba pasando. Miles desvió su atención de Ekaterin, y se preparó para atender el negocio. El negocio que decidiría si ambos iban a zambullirse en un sueño o una pesadilla…

—Mi Señor Imperial reconoce al conde Vormoncrief —llamó el lord guardián—. Avance y haga su petición, milord.

El conde Boriz Vormoncrief se levantó, palmeó en el hombro a su yerno, y avanzó para ocupar su sitio en el Círculo de Oradores bajo las pintorescas ventanas, de cara al hemiciclo de condes. Hizo una petición breve y formal para que se reconociera a Sigur como legítimo heredero del Distrito Vorbretten, con referencias a las pruebas del examen genético de René, que ya circulaba entre sus colegas bastante antes de aquella votación. No hizo ningún comentario sobre el caso de Richars, que esperaba su turno. ¡Un cambio de alianza a distanciamiento, sí, por Dios! El rostro de Richars, mientras escuchaba, permaneció firme. Boriz se sentó.

El lord Guardián volvió a golpear con la lanza.

—Mi Señor Imperial reconoce a lord Vorbretten. Avance y exprese su derecho de rechazar esta petición, milord.

René se levantó en su escaño.

—Milord Guardián, cedo el Círculo temporalmente a lord Dono Vorrutyer.

Volvió a sentarse.

Un murmullo de comentarios se alzó en el hemiciclo. Todos siguieron el movimiento y su lógica; para total satisfacción de Miles, aunque la ocultó, Richars pareció sorprenderse. Dono se levantó, cojeó hasta el Círculo de Oradores, y se dio la vuelta para encararse a los condes reunidos de Barrayar. Una breve sonrisa blanca destelló en su barba. Miles siguió su mirada hacia la galería justo a tiempo de ver a Olivia en su asiento, haciendo gestos de ánimo con el pulgar.

—Señor, milord Guardián, milores.

Dono se humedeció los labios, y presentó la petición formal del título de conde del Distrito Vorrutyer. Recordó a todos los presentes que habían recibido copias certificadas de su informe médico completo y las declaraciones de los testigos sobre su nuevo sexo. Brevemente, reiteró sus argumentos sobre su derecho de primogenitura masculina, la elección del conde, y su experiencia anterior como ayudante de su difunto hermano Pierre en la administración del Distrito Vorrutyer.

Lord Dono permaneció de pie con las piernas separadas, las manos a la espalda, y alzó la barbilla.

—Como algunos de ustedes saben ya, anoche alguien intentó arrebatarles esta decisión. Decidir el futuro de Barrayar no en esta cámara del Consejo, sino en los callejones. Me atacaron; con suerte, escapé sin heridas serias. Mis asaltantes están ahora en manos de la guardia de lord Vorbohn, y un testigo ha ofrecido pruebas suficientes para el arresto de mi primo Richars como sospechoso de conspiración para cometer la mutilación. Los hombres de Vorbohn lo esperan fuera. Richars saldrá de esta cámara para ser arrestado o ser colocado por encima de su jurisdicción… en ese caso, el juicio del crimen recaerá sobre ustedes más tarde.

»El gobierno en manos de matones en los Siglos Sangrientos dio a Barrayar muchos pintorescos incidentes históricos, dignos de un drama teatral. No creo que sea un drama que deseemos regresar a la vida real. Me presento ante ustedes preparado y dispuesto para servir a mi Emperador, al Imperio, a mi Distrito y a su pueblo. También defiendo el dominio de la ley —dirigió un grave gesto hacia el conde Vorhalas, que asintió a su vez—. Caballeros, está en sus manos.

Dono se sentó.

Años atrás (antes de que Miles naciera) uno de los hijos de conde Vorhalas había sido ejecutado por participar en un duelo. El conde decidió no alzar su estandarte en rebelión contra aquello, y había dejado claro desde entonces que esperaba igual lealtad hacia la ley por parte de sus pares. Era una especie de disuasión moral con dientes afilados;
nadie
se atrevía a oponerse a Vorhalas en cuestiones éticas. Si el partido conservador tenía una médula espinal que lo mantenía erguido era el viejo Vorhalas. Y parecía que Dono se había metido a Vorhalas en el bolsillo. O Richars se lo había metido por él… Miles siseó entre dientes, reprimiendo su nerviosismo.
Buena jugada, Dono, buena, buena. Soberbia
.

El lord Guardián volvió a golpear con la lanza y llamó a Richars para que respondiera a la petición de Dono. Richars parecía aturdido y furioso. Avanzó para ocupar su lugar en el Círculo de Oradores, murmurando. Se volvió hacia la cámara, inspiró profundamente y se lanzó a los preámbulos formales de su rechazo.

Miles se distrajo al ver que llegaba más gente a la galería. Alzó la mirada y sus ojos se ensancharon al ver a sus padres, en la fila situada directamente detrás de Ekaterin y la profesora, murmurando disculpas por los asientos y dando las gracias a una sorprendida pareja Vor que instantáneamente cedió su puesto a los Virreyes. Estaba claro que habían terminado su desayuno a tiempo de asistir a la votación, y aún iban formalmente vestidos, el conde Aral con el mismo uniforme marrón y plata de la Casa que llevaba Miles, la condesa con una bonita túnica beige bordada, el pelo rojizo en elaboradas trenzas. Ivan se volvió, pareció sorprenderse, saludó, y murmuró algo entre dientes. La profesora, concentrada en las palabras de Richars, le hizo callar. Ekaterin no había mirado hacia atrás; estaba agarrada a la barandilla y observaba a Richars como si quisiera que le reventase una arteria en los centros de habla del cerebro. Pero él continuó hablando, hasta llegar a la conclusión de su argumento.

—Que he sido siempre el heredero de Pierre es algo que demuestra el hecho de que no nombrara a otro para ocupar ese lugar. Reconozco que no hubo mucho amor entre nosotros, cosa que siempre consideré desafortunada, pero como muchos de ustedes saben, Pierre era, ah, una persona
difícil
. Pero incluso él se daba cuenta de que no podría tener más sucesor que yo.

»Dono es una broma de mal gusto de lady Donna, que hemos tolerado demasiado. Ella es la esencia misma de la corrupción galáctica —su mirada, y su mano, se dirigieron al muti Miles, como sugiriendo que el cuerpo de su enemigo fuera una forma externa y visible de un veneno interno e invisible—, contra la cual debemos luchar, sí, yo digo que luchemos y que lo hagamos con arrojo y en voz alta, por nuestra pureza nativa. Ella es una amenaza viviente para nuestras esposas, nuestras hijas, nuestras hermanas. Ella es una incitación a la rebelión contra nuestro orden más profundo y fundamental. Es un insulto al honor del Imperio. Les suplico que acaben con esa charada del modo que se merece.

Richars miró en derredor, buscando ansiosamente signos de aprobación de sus impasibles oyentes, y continuó:

—Con respecto a la débil amenaza de lady Donna sobre su supuesto ataque (que de hecho puede haber sido obra de cualquier facción suficientemente escandalizada por su postura) y su presentación ante esta Cámara. Yo digo, adelante. ¿Y quién será el caballo que presente su caso ante ustedes, en ese caso? —Hizo un amplio gesto hacia Miles, sentado en su escaño con las piernas extendidas y escuchando lo más impasible que podía—. Uno que está acusado de crímenes peores, incluso de asesinato premeditado.

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