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Authors: Michael Marshall

Tags: #Intriga

Los hombres de paja (14 page)

BOOK: Los hombres de paja
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Salió de la habitación, bajó en el ascensor y se quedó un rato delante del edificio. Nina se había ido en el taxi, debían encontrarse al día siguiente a última hora de la mañana. Ella había llamado ya a la sucursal del FBI de Westwood desde el avión, y antes desde Pimonta, pero probablemente debería presentarse de vez en cuando en la oficina. Sin embargo, algo le detuvo un momento, mientras observaba los coches aparcados a lo largo de la calle. No le extrañaría que Nina hubiese dado una vuelta a la manzana y luego hubiera regresado para ver qué hacía. Y él no era ningún experto en la materia. A Nina le gustaba saber cosas. Solo para saberlo.

Cinco minutos más tarde, dejó atrás aquella esquina, giró por Arizona Avenue, y caminó un par de manzanas hasta el paseo de la calle Tercera. Arizona Avenue era donde Michael Becker había dejado a su hija la noche que desapareció.

Torció a la izquierda y avanzó por el lado oeste de la Promenade, hacia el extremo en el que Sarah Becker había sido vista por última vez. Iban a dar las once era mucho más tarde que cuando la muchacha había sido capturada. En principio, todas las tiendas tenían que estar cerradas. Los músicos y artistas callejeros habían recogido sus trastos hacía rato, incluido el imitador de Frank Sinatra, que dedicaba más horas a su oficio que la mayoría. No importaba.

Sin la presencia de la víctima y el raptor, las circunstancias eran irreproducibles.

Por el rabillo del ojo observaba a los que paseaban arriba y abajo. A menudo los asesinos vuelven al escenario de su crimen, sobre todo aquellos para quienes asesinar es algo más que una conveniencia del momento. Regresan al lugar y rebobinan para poder contemplar su recuerdo una vez más. No esperaba que nadie en particular le llamara la atención. Cuando pasó por el callejón que Nina había citado en su descripción, el sitio donde habían visto un coche mal aparcado, se metió en él y lo examinó durante un rato. No buscaba nada. Solo quería estar ahí.

—¿Esperas a alguien?

Zandt se dio la vuelta y vio a un joven, guapo y delgado. Adolescente, dieciocho como máximo.

—No —dijo él.

El muchacho sonrió.

—¿Seguro? Yo creo que sí. Me pregunto si me estarás esperando a mí.

—No —respondió Zandt—. Pero alguien lo hará. No esta noche, ni aquí, sino en algún sitio parecido.

La sonrisa desapareció.

—¿Eres poli?

—No. Solo te cuento las cosas como son. Anda y búscate una cita en algún lugar mejor iluminado.

Entró en un Starbucks, se compró un café para llevar y regresó a al banco del que Sarah desapareció. El muchacho se había largado.

Uno puede pensar que un acontecimiento como ese tendrá alguna repercusión, como cuando se vislumbra una cara famosa. No es así. La mente humana está organizada para reconocer caras. Su comprensión del espacio es mucho más precaria. Con las apariencias es fácil: cuanta más gente reconoce tu cara, más famoso eres. No necesitas ningún título. No eres un desconocido, sino parte de nuestra familia extensa: hermanos cachas, hermanas guapas, padres amables, parientes falsos que nos ayudan a olvidar que nuestros grupos sociales se han reducido hasta desaparecer. Con los lugares se trata de saber a qué acontecimientos han servido de escenario. Pero si se deja eso de lado y te quedas sentado el tiempo suficiente, ya no sientes nada. Vuelves al lugar tal como fue antes de que sucediera algo allí, a la forma que tenía aquella noche. Eso es lo más parecido a retroceder en el tiempo, al momento previo, a sostener un cuchillo tal como era cuando salió del cajón de la cocina, antes de que estuviera manchado de sangre; cuando solo existían posibilidades.

Se sentó en el banco hasta que fue un lugar cualquiera, y siguió sentado un rato más.

Cuando era detective de homicidios, Zandt tuvo que vérselas con un número desacostumbrado de asesinos en serie. Por norma, de esas cosas se ocupa el FBI. Tienen el laboratorio de Ciencias del Comportamiento de Quantico, sus retratos robots, las Jodie Foster y los David Duchovny con traje y cortes de pelo repulidos. Igual que los mismos asesinos, los federales parecen estar por encima de la media. Pero en ocho años, Zandt, un simple mortal, un poli de homicidios, se vio envuelto en numerosos casos de asesinatos que finalmente se convertían en la obra de alguien a quien debía considerarse asesino en serie. Dos de esos tipos fueron detenidos, y Zandt desempeñó un papel determinante en ambas ocasiones. Tenía talento para esos asuntos, y se le reconocía. El primer caso que el de un tipo de Venice Beach responsable de la muerte de cuatro ancianas, y Zandt participó de forma accidental. En el segundo caso trabajó desde el principio con el FBI, y así fue como conoció a Nina Baynam.

Durante el verano de 1994 se encontraron en distintos lugares de la ciudad los cadáveres semienterrados de cuatro muchachos negros. El método de descuartizamiento, junto a las cintas de vídeo que acompañaban a cada una de las víctimas, fue suficiente para pensar que los asesinatos eran obra de una misma persona. Todas las víctimas fueron secuestradas en los barrios más bajos y tres de ellas habían estado mezcladas con asuntos de drogas y prostitución callejera. El público en general ignoró casi por completo las dos primeras muertes, consideradas parte de la ola de crímenes habitual entre las clases bajas. Hasta que no se repitieron los asesinatos no comenzaron a abrirse paso entre el ruido difuso de la actualidad. Las cintas de vídeo halladas junto a los cadáveres contenían entré una y dos horas de metraje groseramente editado que dejaba bien claro lo desagradables que habían sido para las víctimas los últimos días de su vida. En la cubierta de cada cinta había una foto del chico en cuestión, su nombre y la palabra
Maqueta
.

Los periódicos apodaron al asesino el Cazatalentos, cosa que le pareció muy divertida a todo el mundo. A todo el mundo menos a los padres, claro está, si bien en su condición de embarazosa evidencia de la realidad de aquellos acontecimientos tan teatrales, su dolor fue completamente ignorado salvo cuando fue necesario avivar a bombo y platillo el interés del público. Los parientes eran meros espectadores de aquellos hechos, no actores, y es el actor el que más nos gusta, alguien a quien podamos llegar a conocer, un rostro que reproduzcan los periódicos y la televisión. Queremos una personalidad. Una estrella.

Zandt trabajó en el caso de la muerte del primer chico, y cuando apareció la segunda víctima, el FBI entró en escena. Nina era una joven agente con experiencia, el año anterior había trabajado en un caso largo y difícil en Texas y Luisiana. Entre los dos, gracias a la combinación de la intuición y el trabajo previo de Zandt y el análisis que hizo Nina de la ubicación de los cuerpos, junto a un error del culpable, que había registrado la cámara con que hacía los vídeos, finalmente lo atraparon. Era un hombre blanco de treinta y un años, que trabajaba de diseñador gráfico en la industria de, los vídeos musicales, y que había aparecido de niño en algunas películas completamente olvidadas. En una serie de interrogatorios con Zandt, admitió los crímenes e incluso aportó información adicional sobre el paradero de sus talismanes, la mano derecha de sus víctimas, que habían sido embutidas en tarros vacíos de una de las principales marcas de café instantáneo. Finalmente condujo a la policía hasta los cuerpos de dos víctimas anteriores, experimentos con los que había desarrollado su técnica. Atribuyó su conducta a que de pequeño habían abusado de él, alegación que encajaba perfectamente con lo que el público deseaba como inicio y nudo de cualquier relato. La verdad de los hechos, sin embargo, resultó imposible de establecer, y el final de la historia llegó cuando otro preso le cortó la garganta al asesino mientras esperaba juicio. La cadena alimenticia tiene víctimas en ambos extremos: incluso los violadores y los asesinos necesitan a alguien a quien mirar por encima del hombro, y los niñatos homicidas les vienen de perlas. A la larga, la historia del Cazatalentos alcanzó la inmortalidad, conmemorada en un libro oportunista de moderado éxito y en infinidad de páginas web. Un programucho de edición de vídeo llamado CazaTalentos gozó de una breve notoriedad, al igual que una tienda de Atlanta que vendía un sofá de color rojo desteñido al que llamaban Cazasofá.

La investigación duró trece semanas. Durante las últimas ocho, John y Nina se acostaron juntos. La relación terminó poco después de que arrestaran al sospechoso. Nina había puesto mucho empeño en aquel romance al principio. Luego lo descuidó y el asunto llegó así a su fin. Zandt nunca se lo contó a su mujer, con la que mantenía una relación cordial y en general bastante buena, pero que pasaba por una mala época. No quería perderlas, ni a su mujer ni a su hija, así que le alivió mucho que todo hubiera terminado.

Él y Nina se encontraron de vez en cuando para ir a comer durante los años siguientes. Mientras tanto Zandt siguió ocupado con la habitual retahíla de carnicerías entre bandas, ajustes de cuentas familiares y algún pobre diablo al que habían dejado como un colador en algún callejón, boqueando cual pez fuera del agua y que, por y para la apatía general, era declarado muerto antes de llegar al hospital. Algunos casos los resolvió, otros no. Así van las cosas. Nina trabajó en un doble asesinato muy publicitado ocurrido en Yellowstone, una serie de desapariciones que habían tenido lugar en las afueras del estado y otra más en Oregón, todos ellos casos aún abiertos y por resolver. Afuera, en el mundo real, al otro lado de la cortina de muertes y delito tras las cuales viven los guardianes de la ley y el orden, las cosas marchaban como siempre. Bosnia implosionó, el presidente de Estados Unidos tuvo algunos problemillas con sus cigarros, descubrimos con placer los e-mails y
Frasier
, la PlayStation y Sheryl Crow.

Luego, el doce de diciembre de 1998, una adolescente desapareció en Los Ángeles. Josie Ferris, de dieciséis años, había estado celebrando el cumpleaños de una amiga con una hamburguesa en el Hard Rock Cafe de Beverly Boulevard. A las nueve y cuarenta y cinco de la noche, tras despedirse en la acera frente al restaurante, se fue andando rumbo al Ma Maison. Tenía la intención de tomar un taxi delante del hotel. Beverly Boulevard no es ningún callejón. Es una calle ancha y muy transitada y aquella noche tanto la entrada del hotel como el vestíbulo del Beverly Center Malí que hay enfrente, estaban abarrotados. No obstante, desapareció en algún punto de aquellos trescientos metros de calle.

A las cero horas y cincuenta minutos se le comunicó a la policía que Josie aún no había regresado a su casa. Tras recibir lo que consideraron una respuesta falta de entusiasmo, sus padres fueron a rellenar los impresos personalmente. El señor y la señora Ferris eran gente de carácter, y la policía enseguida se tomó aquel incidente más en serio, al menos mientras los padres estuvieron en su campo de visión. Lamentablemente, aquello no significó nada. No volvieron a ver a su hija con vida.

Al cabo de dos días apareció un jersey en la puerta de su casa. Habían bordado el nombre de Josie en la parte delantera, con lo que luego se demostró que era el propio cabello de la muchacha, El jersey se lo había regalado su mejor amiga con motivo de su decimosexto cumpleaños. En las mangas había cosidas las letras APS: «Amigas Para Siempre». Lo fueron. Solo que la eternidad había resultado ser muy breve. Junto a la prenda no había ninguna nota pidiendo dinero. Sin embargo, la policía comenzó a tratar aquel asunto con mucho interés, sin importarle quien anduviera por ahí fisgoneando. Le dedicó un equipo exclusivo, coordinado por el agente especial Charles Monroe, de la división local del FBI. Finalmente, el envío de la prenda fue comunicado a los periódicos, pero no se dijo nada de cómo el criminal la había modificado. Un mes más tarde, no se había dado ningún paso significativo en la búsqueda de la adolescente desaparecida. A finales de enero y a principios de marzo de 1999 desaparecieron otras dos chicas. Elyse LeBlanc y Annette Mattison no regresaron del cine y de casa de un amigo, respectivamente. Ambas se parecían a Josie en ciertos aspectos; eran de edades similares (quince y dieciséis) y llevaban el pelo largo. Los LeBlanc y los Mattison pertenecían a la clase acomodada y sus hijas eran atractivas y de una inteligencia por encima de la media. Aquello no era, sin embargo, suficiente para suponer que las tres desapariciones, que habían ocurrido en zonas muy distantes de la misma ciudad, estaban relacionadas.

Sí lo fue la llegada de dos nuevos jerséis. Nuevamente, fueron enviados a casa de las familias, a plena luz del día, y de nuevo también con el nombre de las chicas bordado en el pecho con su propio cabello. No se recibieron más mensajes. La seriedad de la situación obligó al FBI a mantener en secreto ambas desapariciones. La mayoría de los secuestradores procuran que sus actos pasen desapercibidos. La elección de muchachas cuya desaparición iba a ser advertida de inmediato y el hecho de que dichas desapariciones fueran confirmadas y destacadas con el envío de paquetes sugerían que los servicios de investigación se enfrentaban a un individuo fuera de lo común. Y que pretendía llamar la atención inmediatamente.

Se la negaron.

Una semana después de la desaparición de Annette Mattison, un grupo de gente que hacía un picnic halló el cuerpo vestido de una mujer joven en Griffith Park. Aunque estaba rapado, muy abrasado y bastante perjudicado por la actividad de la fauna local, el cadáver fue rápidamente identificado gracias a un reciente trabajo de cirugía dental y a una pieza de joyería particular. Se trataba de Elyse LeBlanc. Se estimó que llevaba muerta más o menos la mitad del tiempo que había transcurrido desde su desaparición, pero no fue trasladada al lugar donde la encontraron hasta hacía poco. Se descubrió además que había sufrido cierto número de traumatismos craneales menores, ninguno de los cuales le había causado la muerte. A pesar de que el cadáver fue llevado inmediatamente al laboratorio federal de Washington, no se encontraron evidencias físicas del asesino ni en sus ropas ni en sus restos. Aunque la policía local y el equipo de rastreos del FBI de Sacramento registraron el resto del parque, no encontraron ni el cadáver ni parte alguna de Josie Ferris o Annette Mattison.

Se levantó el veto a la prensa. La búsqueda de testigos no aportó más que la retahíla habitual de fraudes, lunáticos y pistas falsas. Los padres se organizaron para que sus hijas adolescentes se desplazaran siempre en grupo.

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