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Authors: Jussi Adler-Olsen

Tags: #Intriga, suspense

La casa del alfabeto (2 page)

BOOK: La casa del alfabeto
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El inglés, sorteando a los pilotos dispersos por la pista, se dirigió hacia su compañero, que estaba totalmente estirado en el suelo, con la cabeza apoyada sobre los brazos.

Bryan dio un respingo al notar una ligera patada en el costado.

Los copos de nieve se deslizaban por sus rostros, posándose sobre narices y cejas. Las nubes se cernían amenazantes formando olas oscuras. Esa campaña iba a ser muy distinta de las que habían realizado de noche.

El asiento vibraba ligeramente bajo el cuerpo de Bryan. El espacio aéreo que los rodeaba estaba saturado de los reflejos de los radares de los aviones del convoy. Cada uno de los ecos sonaba preciso y distinto de los demás.

Más de una vez, durante los entrenamientos, habían bromeado sobre la posibilidad de repintar los cristales del avión y dejarse guiar únicamente por los instrumentos, tan fiable era aquel equipo.

Una broma que bien podrían haber hecho realidad en esa expedición, pues la visibilidad ofrecía, según palabras de James, «la misma claridad que una sinfonía de Béla Bartók». Los limpiaparabrisas y el morro irrumpían entre las masas de nieve; no veían nada más.

Habían estado en desacuerdo; no sobre la locura de cambiar de servicio y de avión en un plazo tan corto, sino acerca de los motivos de John Wood. Según él, su designación se debía a que eran los mejores, afirmación que James había aceptado sin rechistar.

Bryan se lo había echado en cara. No cabía la menor duda de que John Wood los había elegido porque James jamás se oponía a nada estando de servicio. Era evidente que esa operación no había dado lugar a la polémica por una sencilla razón: porque no había habido tiempo para nada.

Los reproches irritaban a James. Tal como estaban las cosas, ya tenían más de qué preocuparse. Se trataba de una expedición larga y el instrumental era nuevo. Hacía un tiempo de mil demonios. En cuanto hubieran abandonado la formación, nadie los apoyaría. Si la hipótesis de los servicios secretos era correcta, y los alemanes realmente estaban construyendo fábricas importantes para sus intereses, el objetivo estaría muy vigilado. Sería ardua tarea volver a Inglaterra con imágenes de la zona. Sin embargo, James tenía razón. Alguien tenía que hacerlo. Además, esa incursión no podía ser muy distinta de las ya realizadas sobre Berlín. Y seguían vivos.

Bryan estaba sentado tranquilamente en el asiento trasero, realizando su tarea de forma impecable. Poco a poco, las vibraciones iban aplastándole el cabello, que llevaba peinado hacia atrás. El peinado de Bryan era su rasgo distintivo; recién peinado, parecía casi tan alto como James.

Entre las cartas y los instrumentos de Bryan había una fotografía de una chica del cuerpo auxiliar femenino, Madge Donat. Para ella, Bryan era un adonis.

Y a ella se había arrimado Bryan hacía ya tiempo.

Como al compás imperioso de la batuta de un director de orquesta, el fuego antiaéreo alemán inició la obertura de descargas contra los primeros aviones que aparecieron sobre Magdeburgo. Unos segundos antes, James había previsto el fuego de barrera y había avisado a Bryan, y entonces habían desviado el rumbo. A partir de ese momento y durante una hora que se les hizo eterna, estuvieron a merced del diablo, desprotegidos y solos.

—Si me obligas a bajar aún más, rascaremos el culo de esta maldita máquina, James —dijo Bryan, malhumorado, veinte minutos más tarde.

—¡Tu lenguaje haría que nuestras viejas y distinguidas escuelas se retorcieran de indignación, Bryan! Si nos quedamos a doscientos pies de altitud, no vas a conseguir plasmar nada en tus fotografías.

James tenía razón. Nevaba sobre el objetivo, pero los golpes de viento levantaban los copos del suelo. Si se acercaban lo suficiente, encontrarían huecos por los que hacer las fotografías.

Desde que se habían desviado del mar de llamas que cubría Magdeburgo, nadie se había interesado por su presencia. Por lo visto, nadie había reparado todavía en ellos y Bryan haría todo lo que estuviera en sus manos para que las cosas siguieran así.

A sus espaldas se habían estrellado muchos aviones, demasiados. En medio del estruendo, James le había gritado a Bryan que había visto cazas alemanes disparando unos artefactos que parecían cohetes. Un breve destello seguido de una explosión absolutamente devastadora.

«La Luftwaffe no vale una mierda», había proferido con alboroto la noche anterior un piloto norteamericano con una amplia sonrisa de Kentucky atravesándole la cara. Tal vez a esas alturas ya habría experimentado personalmente algo bien distinto.

—¡Y ahora, 138 grados hacia el sur! —Bryan seguía el mar de nieve que tenía debajo—. Allá abajo puedes distinguir la carretera principal desde Heidenau. ¿Ves ahora el cruce? Bien, pues sigue el brazo que atraviesa la loma.

La velocidad había bajado a apenas 125 millas por hora, que, con el tiempo que hacía, provocaba unos zumbidos amenazadores.

—Aquí debes cruzar la carretera zigzagueando, James, Pero ¡ten cuidado! Algunos de los repechos meridionales pueden ser muy empinados. ¿Ves algo?, creo que el trecho hacia Geising ofrece buenas posibilidades.

—No veo nada, salvo que la carretera parece bastante ancha. ¿Para qué tan ancha en un sitio tan desierto?

—Estaba pensando lo mismo. ¿No podrías virar hacia el sur ahora? ¡Mira esos árboles! ¿Ves lo espesa que es la vegetación?

—¿Quieres decir que se trata de una red de camuflaje?

—Tal vez. —Si habían construido fábricas allí, por fuerza tenían que haberlas enterrado en las laderas. Bryan no se fiaba; en cuanto hubieran descubierto una instalación así, los terraplenes no ofrecerían suficiente protección en caso de intensos bombardeos de precisión—. ¡Es una trampa. James! No hay nada que indique que estén construyendo por aquí.

Dado el caso, habían recibido órdenes de dirigirse hacia el norte siguiendo las vías del tren a Heidenau, desviarse hacia el oeste hasta llegar a Freital y seguir de nuevo las vías hacia Chemnitz, tras lo cual deberían seguir adelante hasta alcanzar la línea de ferrocarril hacia Waldheim, donde tomarían rumbo hacia el norte y luego hacia el nordeste. Debían fotografiar minuciosamente toda la red; eso era lo que habían pedido los rusos. Las tropas soviéticas presionaban como locos en torno a Leningrado y amenazaban con arrollar el frente alemán. En su opinión, el nudo ferroviario alrededor de Dresde era el cordón umbilical de los alemanes. Hasta que no se cortara ese nudo, no les faltarían los suministros a las divisiones alemanas del frente oriental. La cuestión era, sin embargo, en cuántos puntos habría que cortar para considerar la acción suficientemente eficaz. Bryan echó un vistazo a la vía férrea que se extendía a sus pies.

En las fotos que estaba tomando no se vería más que unas vías desnudas, cubiertas por la nieve.

El primer estampido llegó sin previo aviso, increíblemente violento, de la cola, apenas a medio metro del asiento de Bryan. Antes de que hubiera tenido tiempo de darse la vuelta. James ya estaba obligando al avión a subir en una aceleración vertical.

Bryan sujetó el gancho del mosquetón al asiento y notó cómo el aire tibio de la cabina era aspirado hacia afuera.

El desgarro sufrido en el fuselaje era del tamaño de un puño; el agujero de salida en el techo, como un plato. Los había alcanzado un proyectil solitario de un cañón antiaéreo de pequeño calibre.

Conque, finalmente, habían pasado algo por alto.

El chirrido del motor durante la brusca ascensión les impedía evaluar si los alemanes seguían disparando.

—¿Es grave allí atrás? —gritó James haciendo un gesto de satisfacción al escuchar la respuesta—. ¡Ahora empieza la función!

En ese mismo instante, James hizo un rizo completo, ladeó el avión ligeramente y lo dejó caer en barrena. Unos segundos después, los cañones del Mustang empezaron a repiquetear. Varias bocas de fuego los señalaban directamente mostrándoles el camino.

En el centro del mar de llamas había algo que los alemanes no querían, bajo ningún concepto, que vieran.

James hizo que el avión se meciera de un lado a otro en una agitación desconcertante, mientras el personal de la artillería antiaérea intentaba alcanzarlos. Nunca vieron los cañones, pero el estrépito era inconfundible. El Flakzwilling 40 emitía un zumbido característico y espeluznante.

Cuando se hallaban muy cerca del suelo. James enderezó el avión bruscamente. Era su última oportunidad. La zona tenía un ancho de entre una milla y media y dos. La mano de Bryan tenía que ser muy segura para poder tomar alguna foto.

El terreno desapareció bajo el avión. Cuadrados grises y torbellinos azules se alternaban con copas de árboles y edificios. Unas grandes alambradas rodeaban la zona que sobrevolaban estruendosamente. Varias torres de vigilancia descargaron fuego de ametralladora sobre ellos. Era en este tipo de campos donde se mantenía en cautiverio a los obreros esclavos. Los proyectiles trazadores, lanzados en densas descargas desde la espesura de un bosque que apareció frente a ellos, hicieron que instintivamente James bajara el avión aún más y se dirigiera directamente hacia los árboles. Muchas de las descargas de los cañones iban a dar en lo más profundo del bosque, entre los troncos, y hacían enmudecer la resistencia.

Entonces, James rozó las copas de los abetos y dejó que el avión se deslizara directamente sobre una enorme masa grisácea de red de camuflaje, muros, vagones de tren y montones dispersos de mercancías. Bryan tenía donde escoger para sus fotografías. Pocos segundos después, volvieron a tomar altura y desaparecieron del lugar.

—¿Todo bien? —preguntó James.

Bryan asintió, le dio una palmada en el hombro y rezó para que los cañones que sobrevolaban fueran sus únicos enemigos.

Pero no fue así.

—¡Está pasando algo raro aquí, Bryan! Si te incorporas, podrás verlo. ¡Es la cubierta protectora del motor! ¿Lo ves? —No era difícil darse cuenta. Una punta de la chapa se había soltado y se había erguido en el aire. Si había sido el picado, un proyectil o la onda expansiva lo que había arrancado el triángulo, ahora no importaba. Se mirara por donde se mirase, aquello era una catástrofe.

—Vamos a tener que reducir mucho la velocidad, Bryan. Te das cuenta, ¿verdad? Hay pocas posibilidades de que podamos volver con el convoy.

—¡Haz lo que te parezca mejor!

—Seguiremos las vías del tren. Si han enviado cazas detrás de nosotros, probablemente crean que nos dirigimos directamente hacia el oeste. Tú te encargarás de vigilar el espacio aéreo a nuestro alrededor, ¿de acuerdo?

El viaje de vuelta iba a resultar interminable.

El terreno que sobrevolaban se iba haciendo cada vez más llano. En un día despejado podrían haber visto el horizonte dibujándose a su alrededor. De no haber sido por la tormenta, se les podría haber oído a varias millas de distancia.

—¿Cómo demonios piensas que vamos a volver, James? —dijo Bryan quedamente.

No valía la pena echar un vistazo al mapa; sus posibilidades eran mínimas.

—Tú limítate a vigilar la pantallita que tienes delante, no puedes hacer nada más —se oyó desde el asiento delantero—. Creo que la tapa no se desprenderá, siempre y cuando mantengamos la velocidad de marcha.

—Es decir, siempre que mantengamos el camino más corto de vuelta.

—¡Rodeando Chemnitz por el norte! ¡Sí, gracias, Bryan!

—¡Estamos locos!

—¡Nosotros, no, es la situación!

La línea de ferrocarril que sobrevolaban no era un tramo lateral de segundo orden. Antes o después aparecería un tren de municiones o de transporte de tropas. Unos pequeños cañones de tubo doble fáciles de ajustar o unos cañones antiaéreos Flak 38 de 20 mm podían acabar con ellos rápidamente. Y luego estaban los Messerschmidt. Una presa fácil, podría decirse de ellos; lucha cuerpo a cuerpo y derribo, así de breve sería el informe.

Bryan estaba considerando proponerle a James que ellos mismos pusieran el avión en el suelo, antes de que lo hiciera el enemigo. Su táctica era sencilla y práctica: El cautiverio era preferible a la muerte.

Posó la mano sobre el antebrazo de James y lo sacudió ligeramente.

—Nos han descubierto, James —dijo con voz queda. Sin que mediara comentario alguno. James empezó a descender.

—Naundorf a proa. ¡Ahora debes poner rumbo al norte...! —Bryan tan sólo podía apreciar al enemigo como una sombra sobre el avión—. ¡Ya está! ¡Ya lo tenemos aquí, James! ¡Justo encima de nosotros!

James arrancó el avión del suelo de un único y violento tirón.

Todo el aparato vibró quejumbrosamente durante la aceleración. La repentina ascensión hizo que la cabina se vaciara de aire por culpa de la succión producida a través del agujero que había en el fuselaje detrás del asiento de Bryan. Incluso antes de que éste hubiera divisado el objetivo, empezaron a sonar los cañones de James. Una descarga inexorable en el vientre paralizó al Messerschmidt al instante. La explosión fue mortífera.

El piloto nunca alcanzó a entender lo que le había sobrevenido.

Se oyeron varios estampidos que Bryan no pudo localizar y de pronto se encontraron planeando en el aire. Bryan fijó la mirada en la nuca de James, como si esperara alguna reacción específica. El soplo que entraba por el cristal delantero hecho añicos era testimonio de que el triángulo de la cubierta protectora del motor se había desprendido durante la brusca ascensión. James meneó la cabeza ligeramente y no dijo nada.

Entonces cayó hacia adelante, con el rostro ladeado.

El estruendo del motor creció. Todas las junturas temblaron emitiendo ruidos amenazadores al compás de los rebotes que hacía el avión al atravesar las distintas capas de aire. Bryan tiró del cinturón de seguridad que lo apresaba y se arrojó sobre James, agarró la palanca de mando y tiró de ella hacia el cuerpo inánime.

Un delta de pequeños regueros de sangre se deslizó por la mejilla de James señalando la causa. Sobre y delante de la oreja se abrían dos largas brechas superficiales. La pieza de metal le había alcanzado en la sien y le había desgarrado gran parte del lóbulo de la oreja.

Sin previo aviso, se desprendió estruendosamente un pedazo más de la cubierta del morro y rodó por el ala izquierda. Un crujido anunció que todavía no se había acabado. Entonces, Bryan tomó la decisión por los dos y liberó a James de un tirón.

Como en una explosión, se desprendió la cúpula de la carlinga y la succión arrancó a Bryan del asiento. En medio del ulular del viento helado, Bryan agarró a James por debajo de las axilas y lo arrastró afuera, hasta el ala, donde un viento desgarrador azotó sus cuerpos. En ese mismo instante, el avión desapareció bajo sus pies. La sacudida en el espacio hizo que Bryan soltara a James que, laxo, cayó al vacío. Como un muñeco de trapo, el cuerpo de James flotó en el aire, frenado por el viento. Entonces se abrió su paracaídas de un tirón. El aleteo de los brazos le hacía parecer un pajarito volantón que emprende su primer vuelo.

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