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Authors: Marcus Sedgwick

Tags: #Infantil y juvenil

Monstruos y mareas (3 page)

BOOK: Monstruos y mareas
2.09Mb size Format: txt, pdf, ePub
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El castillo fue sitiado

treinta y dos veces

antes de que

los Otramano se

lo «adquirieran»

a los Defriquis.

Nadie sabe cómo

lograron triunfar

donde tantos otros

habían fracasado.

V
oy a hablarte de Esa Cosa Que Vi…

¡No! Espera. El castillo. Quizá necesites conocer un poco el castillo primero. El castillo de Otramano ha estado en manos de los Lores de Otramano desde hace más de tres siglos. Antes había pertenecido a una familia de origen francés llamada Defriquis, pero cuentan las crónicas que el tercer Lord de Otramano se encaprichó del castillo y decidió trasladarse aquí con su familia. Según la versión oficial de la
Historia de Otramano
se produjo por este motivo una pequeña trifulca y, después de eso, los Otramano vinieron con todos sus bártulos. Eso fue hace mucho y ahora es un lugar tranquilo en términos generales, pero aún quedan por ahí algunos restos de aquellos días turbulentos. El arsenal sigue bien provisto y en perfectas condiciones; hay ollas de hierro en las almenas que en su día estuvieron llenas de aceite hirviendo; y en los pasadizos se ven troneras y orificios defensivos en el techo que parecen hacerte un guiño cuando pasas volando.

El edificio entero se levanta en una pequeña meseta al lado de una montaña. Por encima están las cumbres escarpadas; por debajo, un gran valle. Cuando me poso en la Terraza Superior diviso ante mí siete condados distintos. Desde el punto de vista arquitectónico, el castillo es un verdadero desbarajuste. Me imagino que en tiempos de Maricastaña había un único edificio, pero con el paso del tiempo los Defriquis y los Otramano fueron añadiendo nuevas alas, torres adicionales, más salones, numerosas capillas y así sucesivamente, hasta convertir el conjunto en un despliegue mareante de piedra y cristal. Se supone que yo no debo moverme de la Habitación Roja y de la Terraza Superior, un pequeño trecho de césped situado a más de cien metros de altura, pero resulta que también tengo Otros Lugares Favoritos. Me gusta sentarme en el alféizar de la ventana del Torreón Este, la que da a la habitación donde Pantalín hace sus experimentos, aunque, si lo hago, he de andarme con sigilo. Basta con que suelte un graznido para que se asome a la ventana y me ahuyente amenazándome con un soporte de hierro o un alambique, o con el instrumento de laboratorio que tenga más a mano. También me gusta posarme en la aguja de la Rotonda, una habitación circular situada en la esquina sudoeste del Gran Salón y rematada con una cúpula construida con docenas de paneles de cristal. El sol reluce en los paneles y sus destellos resultan preciosos, al menos a los ojos de este viejo cuervo.

El castillo tiene la tira de dormitorios, casi el mismo número de baños, el Gran Salón, la Biblioteca, la Sala de Baile, las Cocinas y la Antecocina. También están la Rotonda, el Ala Sur «perdida», la Terraza Superior, el Torreón Este… Y luego las partes de las que la gente prefiere no hablar. Me refiero, claro, a la bodega: un enorme sótano abovedado y umbrío que nadie ha explorado del todo. Y por debajo de ésta, las cavernas: rincones oscuros y antiguos sobre los que ni siquiera yo voy a extenderme. Bastará con decir que el castillo entero fue erigido en la ladera de una montaña plagada de agujeros. Se han producido a lo largo de los años uno o dos «incidentes»: historias que incluyen garras y tentáculos entre otras cosas. Lord Otramano no deja de prometerle a Mentolina que hará tapiar un día de éstos todos los pasadizos y grietas que van a las cuevas, pero lo cierto es que nunca se decide a hacerlo. Prefiere pasar el tiempo entregado a sus disparatados inventos.

Ojalá lo tapiara todo, la verdad, porque hay cosas malignas y sobrenaturales en esas hondas cavernas. Sólo de pensarlo ya me entran escalofríos.

Y eso me lleva a una última cosa sobre el castillo. Nadie ha logrado demostrarlo, al menos a ciencia cierta, pero el castillo tiene sus propias manías, no sé si me entiendes. Posee su propio punto de vista sobre las cosas, sus propias opiniones, cosa que estaría muy bien si no fuera porque a veces tiene tendencia a entrometerse…

Entrometerse

Lo cual me lleva de nuevo al pasado miércoles, cuando me puse a sobrevolar el comedor con la intención de que alguien me siguiera y pudiera ver lo que yo había visto.

El problema era doble. En primer lugar, yo no hablo la lengua humana. Bueno, no mucho. Sé unas cuantas palabras, como «rock», «jorc» y «crac», pero a ver quién se atreve a mantener una conversación con ese vocabulario. Ni siquiera estoy seguro de que «jorc» sea una palabra. Así pues, cuando tengo la necesidad urgente de decirles algo, suelo graznar y soltar chillidos como una estúpida corneja hasta que deducen la que se está armando.

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