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Authors: Leena Lehtolainen

Tags: #Intriga

Mi primer muerto (3 page)

BOOK: Mi primer muerto
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Según Mirja, el grupo allí presente estaba formado por el cuarteto de Jukka y otros cuatro cantantes que por casualidad se habían quedado a pasar el verano en la ciudad. Los padres de Jukka iban a estar varios días navegando en su velero, así que la villa de verano se había convertido en el lugar de reunión para los ensayos.

El octeto se había reunido la tarde del día anterior para ensayar un par de horas antes de entregarse al pasatiempo estival por excelencia de los finlandeses: la sauna y la bebida. Pasada la medianoche, la gente se había retirado poco a poco a dormir, pero nadie parecía saber cuáles habían sido los movimientos de Jukka. La última vez que lo habían visto con vida había sido a eso de las dos de la madrugada.

—Me extrañó no verlo por la mañana —explicó Mirja—, pero luego Jyri apareció gritando que Jukka se había ahogado, y ahí estaba... en la playa. —La voz le tembló en ese punto.

—Cuando acudisteis a ver el cuerpo de Peltonen, ¿lo movisteis?

—Yo intenté encontrarle el pulso, pero no lo movimos para nada —dijo una voz seca de bajo proveniente de la parte de atrás del porche—. Sí... soy Antti Sarkela, no sé si me recuerdas. No tenía pulso y se notaba a la legua que se había ahogado, así que no intentamos reanimarlo.

También recordaba a Antti. Había estado loquita por él casi dos semanas, después de una vez que se sentó a mi lado en el tranvía y charlamos un rato sobre el libro que yo llevaba para leer en el trayecto, uno de poemas de Henry Parland. ¿Cuántos hombres sabían quién era Henry Parland? Más tarde decidí olvidar a Antti para dedicarme a Henry en cuerpo y alma, pero desde aquella conversación aquel hombre me había interesado e irritado a partes iguales. Me gustaba su aspecto. Tenía un rostro fino, como de indio americano, con la nariz aguileña, y un cuerpazo de casi dos metros. Ahora, la expresión de sus ojos era difícil de interpretar, una mezcla de tristeza y temor. Recordé que Antti y Jukka habían sido buenos amigos.

—Vale. Me han pasado este caso, lo cual quiere decir que los interrogatorios se harán en Pasila. Para facilitar la investigación sería conveniente que fueseis lo antes posible. Quiero comenzar con las declaraciones esta misma tarde, así que aquellos que lo necesiten no tienen más que decirlo y se les ofrecerá el transporte. Parece que aquí no hay ni parada de autobús. Bueno, por el momento me gustaría saber, aunque sólo sea por encima, quién es quién, profesiones, direcciones y esas cosas. ¿Vas tomando nota tú, Rane? ¿Quién eres? —me dirigí a un chico bajito y bastante joven que no parecía encontrarse muy bien.

—Soy Jyri Lasinen —dijo con su voz alta y clara de tenor—, tengo veintitrés años y estudio matemáticas e informática en la universidad. —El muchacho parecía recién llegado a una entrevista de selección de personal.

—Yo soy Mirja Rasikangas —repitió la chica morena y gruesa—. Veintiséis años, estudiante de historia.

—Piia Wahlroos. —Su voz era apenas más fuerte que un susurro. Ojos marrones, grandes, pelo castaño, anillos de compromiso con piedras de considerable tamaño, cuerpo estilizado, ropa de verano con estilo... Registré todos aquellos detalles en mi cabeza sin conseguir ordenarlos—. Tengo veintiséis años y estudio lenguas nórdicas.

—Sirkku Halonen, veintitrés. Estudio químicas. Soy la hermana de Piia, pero ella está casada y por eso llevamos apellidos diferentes. —Sirkku era la versión pálida y corrientucha de su delicada hermana. A su lado, sosteniéndole la mano entre las suyas en ademán de consuelo, se sentaba un chico robusto de pelo tieso. El novio, al parecer.

—Me llamo Timo Huttunen, forestales, veinticinco.

—Tuulia Rajala, veintinueve. Zángana de profesión.

—Antti Sarkela. Asistente en la Facultad de Exactas. Veintinueve, aunque no termino de entender qué pintan nuestras edades en este asunto. —Rane masculló algo en voz baja, porque había empezado a anotar también su última frase de manera automática. Le lanzó a Sarkela una mirada acusadora.

—Muy bien... Preparad vuestras cosas, nos iremos lo antes posible.

Eché a andar hacia la playa porque aún quería hablar con los chicos de la Científica. Los camilleros venían hacia mí por el sendero. El nuevo domicilio de Jukka iba a ser el Instituto Anatómico Forense.

Cuando volví a la casa, Mirja estaba vaciando el refrigerador.

—Por cierto... ¿dónde habéis dormido cada uno exactamente?

—La habitación de Jukka está en el piso de arriba y da al pasillo. Jyri y Antti han dormido justo al otro lado de éste, en el dormitorio del hermano de Jukka. Timo y Sirkku estaban al final del pasillo, en la cama de los padres de Jukka, y Piia, Tuulia y yo hemos dormido aquí abajo, en el suelo de la sala de estar.

—Entonces, ¿Jukka era el único que dormía solo?

—En principio, aunque no tuve la impresión de que allá arriba durmieran mucho, porque la gente se ha pasado la noche yendo y viniendo, corriendo al baño, como Jyri, que ha estado usando el de aquí abajo aunque arriba hay uno. Al principio de la noche me costó horrores conciliar el sueño. Tuulia roncaba que daba miedo y, por mucho que intentase moverla, no había manera.

—Vaya, siento mucho haberte desvelado. —Tuulia entró en ese momento en la cocina—. La que sí estaba despierta, y no por mi culpa, era Piia, a lo mejor era la mala conciencia, que no la dejaba dormir... —Tuulia le echó un vistazo al frigorífico—. Al final no hemos hecho la cazuela de marisco. Podríais venir luego a cenar a casa, si es que el interrogatorio en tercer grado acaba temprano. La última cena en honor a Jukka... La salsa de tomate le irá que ni pintada, del color de la sangre. Lástima no tener vino tinto para acompañarla.

—¡Tuulia, haz el favor! —bufó Mirja, que no había reparado en el temblor de su voz.

Me fui de allí y subí al vestíbulo de la planta superior, donde Jyri estaba enrollando su saco de dormir. Desde el ventanal se divisaba el mar. El vestíbulo acababa en un pasillo estrecho, al final del cual se veía el gran dormitorio de los padres de Jukka. A través de la puerta entornada pude ver los pies de una mujer que estaba tumbada en la cama. Una mano masculina los acariciaba. Eran Sirkku y Timo.

La habitación de adolescente de Jukka estaba vacía. Se notaba que aquel cuarto no había experimentado cambio alguno en los últimos diez años. Tejidos azul mar, pósteres de motivos náuticos en las paredes, un par de botellas vacías de Cutty Sark en la estantería, libros de navegación a vela, una guitarra. Un jersey de lana sobre el respaldo de una silla y un par de zapatos bajo la cama. Jukka había andado descalzo la noche de su muerte, para no despertar a nadie, al parecer. La cama estaba deshecha, como si tratara de decir que, dondequiera que Jukka hubiese estado, antes había dormido en ella y a ella pensaba regresar. En la última habitación del pasillo, Antti Sarkela estaba tumbado con los brazos bajo la nuca en una cama estrecha. Al verme se puso en pie de un salto, firme como un recluta ante su sargento.

—¿Alguna pista? —Su voz denotaba antipatía.

—A lo mejor. ¿Tú dormiste en este cuarto?

—Sí...

—Conoces... conocías a Jukka bastante bien. ¿Podrías venir a su habitación y decirme si falta algo?

Antti parecía demasiado grande para aquel cuarto.

—Pues no sabría decir si falta alguna cosa. —Le echó un vistazo rápido al armario—. Los mismos trapos de siempre. Jukka tenía aquí la ropa que usaba en su tiempo libre, así que cuando vinimos sólo traía una bolsa pequeña. Esa de ahí... Me imagino que dentro llevaría partituras, alguna muda limpia... Desde luego, el cuarto parece estar como siempre.

La mirada de Antti se detuvo en un libro bastante manoseado que había sobre la mesa, una recopilación de partituras para coro. Estaba abierto por la canción
La corriente al barco lleva
, compuesta por Kuula. Aunque no soy muy dada a la poesía tradicional, siempre me había gustado el poema de Eino Leino que servía de letra a la composición. Jukka había hecho abundantes anotaciones en los márgenes. Antti apartó la vista y vi que se estaba mordiendo el labio.

—¿Esto es lo que ensayasteis ayer?

—Entre otras cosas. Nos habían pedido canciones finlandesas.

La cartera de Jukka se hallaba junto al libro y me la guardé. Tenía la extraña sensación de que había algo más en aquella habitación, algo que mis ojos estaban pasando por alto.

Por fin pudimos irnos de la villa. Los de la Científica acordonaron la playa y se quedaron buscando cualquier objeto que hubiese podido servir de arma homicida. Dos agentes de uniforme esperarían allí a los padres de Jukka, que, según las informaciones, llegarían a lo largo de la tarde.

Contemplé al confundido grupo de mis interrogados. En principio entraba dentro de lo posible que algún extraño que deambulara por la zona hubiese presenciado la muerte de Jukka, o que incluso fuese el responsable de ésta. Era una posibilidad que no había que dejar de lado. Durante el verano se habían producido numerosos robos con allanamiento en la capital, y a lo mejor Jukka había pillado por sorpresa a algún delincuente que estaba merodeando por allí.

Pero en aquel momento la posición clave la ocupaba aquel septeto: un doble cuarteto menos uno.

Alguno de los integrantes del coro sabía más de lo que había contado. Tal vez alguno de ellos había matado a Jukka y, en ese caso, no se trataría de un criminal curtido, sino de un ser humano corriente al que la culpabilidad pronto le resultaría una carga demasiado pesada para llevarla solo, pensé con optimismo.

De repente, Antti y Tuulia se pusieron a llamar y sisear de una manera extraña en dirección a la playa, mientras explicaban algo a los de la brigada.

—¿Qué pasa? —pregunté al acercarme para dar la orden de partida.


Einstein
, mi gato —respondió Antti—. Hace un par de horas que se perdió de vista y no puedo irme sin él.

—¿Crees que se habrá perdido? —dijo Tuulia, entre jadeos.

—¡Pero si ha nacido aquí! Estará de excursión, seguro.

—¿Y si te vas ahora y regresas en otro momento a buscar al gato? —Mi frase sonó más desagradable de lo que yo hubiese deseado. Ordené a los agentes que iban a quedarse que mantuviesen los ojos abiertos por si veían al animal y que lo cogieran en cuanto apareciese, y éstos me miraron como si fuese una retrasada. «Lo que nos faltaba, ponernos a cazar gatos», murmuró uno de ellos con irritación.

El coche de Jukka se quedó en la villa a la espera de que alguien lo llevase al laboratorio para ser examinado por los de la Científica. Las llaves estaban en el contacto. En el BMW de Piia Wahlroos cupieron cinco miembros del coro. Era inútil vigilarlos para que no se pusieran de acuerdo en las coartadas, porque habían tenido tiempo de sobra antes de la llegada de la policía. Si hubiese apostado a que Mirja Rasikangas y Antti Sarkela serían los únicos del grupo que aceptarían ir en el coche de policía, habría ganado. Notaba las largas piernas de Antti a través del respaldo de mi asiento, así que lo moví un poco hacia delante. Su contacto me resultaba irritante.

—¿Y tú qué haces de poli, Maria? —preguntó Antti. En aquel momento estábamos saliendo del pequeño camino del bosque e incorporándonos a la carretera—. La última vez que te vi estudiabas derecho.

—También he ido a la academia de policía. Surgió una sustitución que me convino.

—¿Y has resuelto muchos asesinatos como éste?

—Los suficientes.

—Tío, no infravalores la inteligencia de la chavala. Seguro que pilla al culpable —fue el comentario ácido de Rane. Me hizo gracia. Ya volvía a entrarle el síndrome de la talla... Rane superaba por apenas un centímetro la altura exigida por la ley para ser poli y siempre se mostraba especialmente desagradable con los tipos altos. No quise llamarle la atención por llamarme «chavala», ya que por una vez había salido en mi defensa. Un camarada es un camarada.

—Tú eras compañera de piso de Jaana. —Mirja acababa de caer en la cuenta—. Ahora caigo... —Por el tono de su voz, tuve la impresión de que sus recuerdos no eran del todo positivos. Tal vez se debía a que, cierta noche en que la cerveza corrió más de lo normal, yo metí la pata hablando más de la cuenta y cuestionando la necesidad de que existiesen coros.

Tenía que llamar a Jaana a Alemania. Había salido con Jukka y podía darme datos importantes. Con seguridad conocería a la mayor parte de los integrantes del coro involucrados en el caso, porque hacía apenas dos años que se había marchado.

El resto del viaje fue silencioso. Necesitaba organizar la información de que disponía y darle forma en mi cabeza antes de los interrogatorios. Según la estimación preliminar del forense, Jukka había recibido un golpe en la cabeza desde delante y desde arriba con un objeto romo cuya forma no podía determinarse. Posiblemente, el agresor era más alto que él —y Antti era el único de los presentes en el momento del crimen que reunía esa condición—, o tal vez Jukka se hallaba sentado o de rodillas, pero en cualquier caso no inclinado, ya que entonces el ángulo del impacto habría sido otro.

¿Había acordado Jukka encontrarse con alguien en el embarcadero de forma discreta, o simplemente había salido y lo habían pillado por sorpresa?

La única manera que conozco de aclarar las cosas es a base de pico y pala, hablando con la gente y escuchándola. Los homicidios que había resuelto hasta el momento habían sido muy simples: apuñalamientos en el pecho en plena borrachera en los que víctimas y culpables eran amigos, o hachazos propinados a la propia esposa. Todos ellos, homicidios sin complicaciones. ¿Sería éste mi primer asesinato?

2

Golpean las olas el mástil y la quilla

Kinnunen seguía sin aparecer por la comisaría. El oficial de guardia me dijo que finalmente había conseguido hablar con la novia de turno, que se había puesto al teléfono y le había informado de que nuestro jefe se había quedado en la terraza de Kappeli bebiéndose su cuarta cerveza de medio litro. Rane y yo decidimos que lo mejor era ponerse manos a la obra sin contar con él, más que nada para no tener a la gente esperando toda la tarde en la comisaría. No contaba con nadie más para ayudarme con los interrogatorios. Ya ni siquiera nos apetecía acordarnos de la madre de Kinnunen... tantas eran las veces que nos habíamos visto obligados a sustituirlo para ocultar sus irresponsabilidades.

Decidí interrogar a los del coro por orden alfabético; no se me ocurría una manera más sensata de hacerlo. Yo formularía las preguntas y Rane tomaría notas. No podía hacer más, porque lo trasladaban a la retaguardia durante el verano y esperaba con impaciencia la llegada del lunes para dejar de madrugar y quitarse de encima todos los asesinatos del mundo. Pero, por el momento, Rane estaría conmigo, escuchando lo que los testigos contasen, y me proporcionaría alguna que otra valoración sobre el caso antes de irse de vacaciones. Durante los últimos meses me había dado cuenta de que, a pesar de sus prejuicios y de la mala leche que a veces gastaba, la capacidad de observación de aquel tipo era excelente. Tal vez sólo lo fastidiase el hecho de estar subordinado a una mujer diez años más joven que él, porque, mientras que él era ya un corredor de larga distancia en la profesión, yo no era más que una extraña en el cuerpo, una corredora de categoría inferior.

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