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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Los límites de la Fundación (12 page)

BOOK: Los límites de la Fundación
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Esto había sucedido casi dos siglos y medio antes. En el resto de la Galaxia aún se recordaba Trántor tal como había sido. Viviría eternamente como el escenario preferido de las novelas históricas, el símbolo y el recuerdo preferido del pasado, la palabra preferida para adagios como «Todas las naves estelares aterrizan en Trántor», «Como buscar a una persona en Trántor» y «Se parece como esto y Trántor».

En todo el resto de la Galaxia…

¡Pero no sucedía lo mismo en el propio Trántor! Allí el antiguo Trántor estaba olvidado. El metal de la superficie había desaparecido casi en todas partes. Trántor era ahora un mundo de campesinos autosuficientes casi despoblado, un lugar al que las naves comerciales raramente acudían y no eran particularmente bien recibidas cuando lo hacían. La misma palabra «Trántor», aunque todavía en uso oficial, había desaparecido del lenguaje popular. Los trantorianos lo llamaban «Hame», que en su dialecto era el equivalente de «Hogar», en el idioma galáctico.

Quindor Shandess pensaba en todo esto y mucho más mientras permanecía sumido en un grato estado de somnolencia, en el cual podía dejar que su mente discurriera a lo largo de una línea de pensamiento automotriz y no organizada.

Había sido primer orador de la Segunda Fundación durante dieciocho años, y bien podría seguir siéndolo durante otros diez o doce si su mente se mantenía razonablemente vigorosa y era capaz de continuar librando guerras políticas.

Era el cargo análogo, el fiel reflejo del de alcalde de Términus, que gobernaba la Primera Fundación, pero ¡qué diferentes en todos los aspectos! El alcalde de Términus era conocido en toda la Galaxia y, por lo tanto, la Primera Fundación era simplemente «la Fundación» para todos los mundos. El primer orador de la Segunda Fundación sólo era conocido por sus compañeros.

Y, sin embargo, era la Segunda Fundación, bajo él mismo y sus predecesores, la que detentaba el verdadero poder. La Primera Fundación era superior en el reino del poder físico, de la tecnología, de las armas bélicas. La Segunda Fundación era superior en el reino del poder mental, del intelecto, de la capacidad para controlar. En un conflicto entre las dos, ¿acaso importaría de cuántas naves y armas dispusiera la Primera Fundación, si la Segunda Fundación podía controlar las mentes de aquellos que controlaban las naves y las armas?

Pero ¿durante cuánto tiempo podía él recrearse en esta certeza de su poder secreto?

Era el vigésimo quinto primer orador y ya llevaba en el cargo más tiempo del habitual. ¿Debería, tal vez, no seguir aferrándose a él y ceder el paso a los aspirantes más jóvenes? Estaba el orador Gendibal, el más perspicaz de la Mesa y el que se había incorporado más recientemente a ella. Esa noche pasarían un rato juntos y Shandess lo esperaba con interés. ¿Debería esperar también el posible acceso al poder de Gendibal algún día?

La respuesta a la pregunta era que Shandess no pensaba realmente dejar su puesto. Lo disfrutaba demasiado.

Permanecía allí, en su vejez, aún perfectamente capaz de cumplir con sus obligaciones. Su cabello era gris, pero siempre había sido de un color claro y lo llevaba muy corto, de modo que el color apenas importaba. Tenía los ojos de un azul pálido y su ropa se ajustaba al sobrio estilo de los campesinos trantorianos.

El primer orador podía pasar entre los habitantes de Hame como uno de ellos, si así lo deseaba, pero su oculto poder seguía existiendo. Podía optar por concentrar sus ojos y su mente en cualquier momento; entonces ellos actuarían según su voluntad y después no recordarían nada.

Rara vez ocurría. Casi nunca. La Regla de Oro de la Segunda Fundación era: «No hagas nada a menos que sea preciso, y cuando sea preciso actuar… vacila.».

El primer orador suspiró quedamente. Vivir en la vieja universidad, con la melancólica grandeza de las minas del Palacio Imperial no demasiado lejos, impulsaba a preguntarse de vez en cuando si la Regla de Oro era realmente de oro.

En los días del Gran Saqueo, la Regla de Oro había sido extremada hasta el límite. No había modo de salvar Trántor sin sacrificar el Plan Seldon de establecer un Segundo Imperio. Habría sido humano salvar a los cuarenta y cinco mil millones de víctimas, pero no habrían podido ser salvadas sin retención del núcleo del Primer Imperio y eso sólo habría retrasado el cumplimiento de las previsiones. Habría llevado a una destrucción mayor unos siglos más tarde, y quizá el Segundo Imperio nunca…

Los primeros oradores anteriores habían trabajado en el previsto saqueo durante décadas, pero no habían encontrado ninguna solución, ningún medio para asegurar tanto la salvación de Trántor como el posible establecimiento del Segundo Imperio. ¡Hubo que escoger el mal menor, y Trántor había muerto!

Los miembros de la Segunda Fundación de aquella época consiguieron salvar, por un estrechísimo margen, el complejo de la universidad/biblioteca, y esto también había generado un sentimiento de culpabilidad. Aunque nadie había demostrado jamás que la salvación del complejo condujera al meteórico ascenso del Mulo, siempre persistió la intuición de que existía una relación.

¡Qué cerca habían estado de destruirlo todo!

Sin embargo, tras las décadas del saqueo y el Mulo, llegó la Edad de Oro de la Segunda Fundación.

Antes de eso, durante más de dos siglos y medio después de la muerte de Seldon, los miembros de la Segunda Fundación se habían escondido como topos en la biblioteca, con el único fin de no cruzarse en el camino de los imperiales. Ejercieron de bibliotecarios en una sociedad decadente cada vez menos interesada por la ahora mal llamada Biblioteca Galáctica, que cayó en el desuso que tanto convenía a la Segunda Fundación.

Fue una vida innoble. Se limitaron a conservar el Plan, mientras en el extremo de la Galaxia, la Primera Fundación luchaba por sobrevivir contra enemigos cada vez más poderosos sin la ayuda de la Segunda Fundación ni la seguridad de que existiera realmente.

Fue el Gran Saqueo lo que liberó a la Segunda Fundación, otro motivo (el joven Gendibal, que tenía valor, había dicho recientemente que fue el motivo principal) por el que se permitió que el saqueo tuviera lugar.

Después del Gran Saqueo, el Imperio desapareció y, durante los últimos tiempos, los supervivientes trantorianos nunca habían entrado en el territorio de la Segunda Fundación sin ser invitados. Los miembros de la Segunda Fundación se encargaron de que el complejo universidad/biblioteca, que había sobrevivido al saqueo, también sobreviviera a la Gran Renovación. Las ruinas del palacio fueron asimismo preservadas. El metal había desaparecido de casi todo el resto del mundo. Los amplios e interminables corredores estaban cubiertos, rellenados, destruidos, abandonados; todo bajo piedra y tierra; todo excepto en ese lugar, donde el metal aún circundaba los antiguos espacios abiertos.

Podía ser considerado un gran monumento a la grandeza, el sepulcro del Imperio pero para los trantorianos, los hamenianos, esos eran lugares embrujados, llenos de fantasmas a los que no se debía molestar. Sólo los miembros de la Segunda Fundación penetraban en los antiguos corredores o tocaban el brillante titanio.

Y aun así, todo había estado a punto de perderse a causa del Mulo.

El Mulo había estado en Trántor. ¿Y si hubiera descubierto la naturaleza del mundo donde se encontraba? Sus armas físicas eran mucho más poderosas que aquellas de las que la Segunda Fundación disponía, y sus armas mentales casi igualmente poderosas. La Segunda Fundación siempre se vería obstaculizada por la necesidad de no hacer nada más que lo preciso, y por la certeza de que casi cualquier esperanza de ganar la lucha inmediata podría comportar una pérdida aún mayor.

De no haber sido por Bayta Darell y su rápida decisión… ¡Y eso también se produjo sin la ayuda de la Segunda Fundación!

Y después…, la Edad de Oro, durante la cual los primeros oradores de la época hallaron de algún modo los medios para pasar a la acción, deteniendo al Mulo en su carrera de conquistas, controlando al fin su mente; y deteniendo luego a la propia Primera Fundación cuando reveló una suspicacia y una curiosidad excesivas sobre la naturaleza y la identidad de la Segunda Fundación. Fue Preem Palver, decimonoveno primer orador y el más grande de todos, quien consiguió poner fin a todo peligro, no sin terribles sacrificios, y restauró el Plan Seldon.

Ahora, desde hacía ciento veinte años, la Segunda Fundación volvía a estar donde había estado, escondida en una zona embrujada de Trántor. Ya no se escondían de los imperiales, sino todavía de la Primera Fundación, una Primera Fundación casi tan extensa como el antiguo Imperio Galáctico, é incluso más poderosa en tecnología.

El primer orador cerró los ojos bajo el cálido sol y se sumió en ese estado irreal de relajantes experiencias alucinatorias que no eran sueños ni pensamientos conscientes.

Tenía que desterrar la melancolía. Todo iría bien. Trántor aún era la capital de la Galaxia, pues la Segunda Fundación estaba aquí y detentaba más poder y capacidad de control de los que el emperador había tenido jamás.

La Primera Fundación sería contenida y guiada, y se movería correctamente. Por muy formidables que fuesen sus naves y sus armas, no podrían hacer nada mientras los líderes clave pudieran ser, en caso de necesidad, mentalmente controlados.

Y el Segundo Imperio llegaría, pero no sería como el primero. Sería un imperio federado, en el que cada una de sus partes tendría un considerable autogobierno, a fin de que no se diese la fuerza aparente y la debilidad real de un gobierno unitario y centralizado. El nuevo imperio sería más liberal, más manejable, más flexible, más capaz de resistir la tensión, y siempre, siempre, sería guiado por los ocultos hombres y mujeres de la Segunda Fundación. Trántor seguiría siendo entonces la capital más poderosa con sus cuarenta mil psicohistoriadores de lo que lo había sido jamás con sus cuarenta y cinco mil millones…

El primer orador se despertó con un sobresalto.

El sol estaba bajo en el cielo. ¿Habría murmurado?

¿Habría dicho algo en voz alta?

Si la Segunda Fundación tenía que saber mucho y decir poco, los oradores tenían que saber más y decir menos, y el primer orador tenía que ser el que más supiera y el que menas dijera.

Sonrió irónicamente. Siempre resultaba tan tentador convertirse en un patriota trantoriano, creer que la finalidad del Segundo Imperio era conseguir la hegemonía trantoriana… Seldon ya lo había advertido; había previsto incluso esto, cinco siglos antes de que pudiera pasar.

Sin embargo, el primer orador no había dormido demasiado. Aún no era la hora de la audiencia de Gendibal.

Shandess esperaba con interés esa reunión privada. Gendibal era suficientemente joven para mirar el Plan con ojos nuevos, y suficientemente sagaz para ver lo que otros quizá no ludiesen. Y no era imposible que Shandess aprendiera algo oyendo lo que el joven tenía que decir.

Nadie sabría jamás con certeza lo mucho que Preem Palver, el gran Palver en persona, había aprendido el día en que el joven Kol Benjoam, que aún no tenía treinta años, fue a verle para hablar sobre los posibles modos de controlar la Primera Fundación. Benjoam, que más tarde sería reconocido como el mayor teórico desde Seldon, nunca habló de esa audiencia en años posteriores, pero al fin se convirtió en el vigésimo primer orador. Hubo algunos que atribuyeron a Benjoam, más que a Palver, los grandes logros de la administración de Palver.

Shandess se distrajo pensando en lo que Gendibal podría decir. Era tradicional que los jóvenes entusiastas, al hallarse por primera vez a solas con el primer orador, condensaran toda su tesis en la primera frase. E indudablemente no solicitaban esa importante primera audiencia por algo trivial, ya que toda su carrera subsiguiente se derrumbaría si el primer orador les consideraba personas de pocas luces.

Cuatro horas más tarde, Gendibal se presentó ante él. El joven no daba muestras de nerviosismo. Esperó tranquilamente a que Shandess hablara primero.

—Ha solicitado una audiencia privada, orador, para tratar de un asunto importante. ¿Quiere hacer el favor de resumirme este asunto? —dijo Shandess.

Y Gendibal, hablando serenamente, casi como si estuviera describiendo lo que acababa de cenar, exclamó:

—¡Primer orador, el Plan Seldon no tiene sentido!

18

Stor Gendibal no necesitaba la evidencia de que otros reconocieran su valía. No recordaba una época durante la que no se hubiera sentido diferente.

Fue reclutado para la Segunda Fundación, cuando sólo era un niño de diez años, por un agente que reconoció el potencial de su mente.

Después cursó sus estudios con asombrosa facilidad y se aficionó a la psicohistoria como una astronave responde a un campo de gravedad. La psicohistoria tiró de él y él se curvó hacia ella, leyendo el texto de Seldon sobre las leyes fundamentales cuando otros muchachos de su edad simplemente intentaban resolver ecuaciones diferenciales.

A los quince años ingresó en la Universidad Galáctica de Trántor (como había sido rebautizada oficialmente la Universidad de Trántor), tras una entrevista durante la cual, al ser preguntado sobre sus ambiciones, contestó resueltamente: «Ser primer orador antes de los cuarenta.»

No se había molestado en aspirar al sillón del primer orador sin merecimientos. Alcanzarlo, de un modo u otro, parecía ser una certidumbre para él.

Era hacerlo en la juventud lo que parecía ser su objetivo. Incluso Preem Palver contaba cuarenta y dos años cuando accedió al cargo.

La expresión del entrevistador cambió cuando Gendibal le reveló su propósito, pero el joven ya dominaba el psicolenguaje y supo interpretar ese cambio. Supo, con tanta certeza como si el entrevistador lo hubiera anunciado, que éste haría una pequeña anotación en su expediente en el sentido de que sería difícil de manejar.

¡Naturalmente!

Gendibal se proponía ser difícil de manejar.

Ahora tenía treinta años. Cumpliría treinta y uno al cabo de dos meses, y ya era miembro del Consejo de Oradores. Disponía de nueve años, como máximo para convertirse en primer orador y sabia que lo lograría. La audiencia con el actual primer orador era crucial para sus planes y, mientras la preparaba con el fin de causar la impresión deseada, no había regateado esfuerzos para pulir su dominio del psicolenguaje.

Cuando dos oradores de la Segunda Fundación se comunican entre sí, el lenguaje no se parece a ningún otro de la Galaxia. Es tanto un lenguaje de gestos fugaces como de palabras; consiste tanto en detectar cambios mentales como en cualquier otra cosa.

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