Las siete puertas del infierno (49 page)

BOOK: Las siete puertas del infierno
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«Eso explicaría por qué los soldados no nos han esperado. Por otra parte, quién sabe si no habrán entrado, ellos también, en los pantanos para buscarnos…»

Por un instante tuvo la tentación de volver al Lago Negro. «Solos, sin armadura, no tienen ninguna oportunidad…»

Pero si efectivamente habían transcurrido varios días —o, peor aún, varias semanas— desde que se había aventurado en él con Simón, ya no había ninguna esperanza. Estaban muertos. O transformados en árboles. «Que Dios os acoja en su seno —pensó—. O quien sea que reine en estos pantanos.»

Casiopea avanzó a lo largo del lindero del bosque en busca de una brecha bastante ancha que le permitiera pasar. Caminó hacia el norte, con la esperanza de alcanzar la costa, pero pronto tropezó con un muro de troncos y lianas entremezclados aparentemente infranqueable.

«Prisionera…»

Volvió sobre sus pasos hasta llegar al puente de lianas. «Decididamente no tengo suerte —se dijo—. Pero con suerte o sin ella, ¡debo volver al campamento!»

Su corazón se aceleró ante la idea de que Emmanuel pudiera estar muerto. Debía encontrar, como fuera, un medio de atravesar el bosque. Y, por desgracia, ya no tenía a
Crucífera
para abrirse camino en él.

Al límite de sus fuerzas, después de haber caminado todo el día en busca de una brecha que no llegó a encontrar, se rindió a las tinieblas que ascendían y se echó sobre la hierba, preguntándose si debía continuar hacia el sur o volver a cruzar el río y penetrar en los pantanos. «La noche es buena consejera», se dijo, antes de dormirse, agotada.

A la mañana siguiente, la despertó una caricia en la mejilla.

—¿Emmanuel?

—¿Casiopea?

No era Emmanuel. Al entreabrir los ojos, aún amodorrada, Casiopea reconoció el rostro de Kunar Sell.

El danés le sonrió.

—¿Cómo os sentís, señora? —inquirió—. ¿Dónde está Emmanuel?

Esta simple pregunta bastó para despejarla. Se sentó en la hierba y miró alrededor. Una decena de soldados que enarbolaban los colores de Conrado de Montferrat la rodeaban. Los hombres iban equipados con hachas, herramientas con las que sin duda habían practicado la inmensa llaga que veía abrirse en la jungla.

—Ayer no había nada…

—Hemos trabajado muy duro para llegar hasta aquí —dijo Kunar Sell.

—¿Cómo me habéis encontrado?

Kunar Sell le sonrió y levantó un dedo hacia el cielo.

—¿Gracias a Dios? —preguntó Casiopea.

El grito de un pájaro le hizo comprender su error.

—¡Ah! Entiendo. Te pido perdón, Cocotte…

Casiopea se levantó, pero la cabeza le daba vueltas. Sintió que el suelo se deslizaba bajo sus pies, y se aferró a Kunar Sell para no caerse.

—Me parece que estáis muy débil —dijo él—. Deberíais reposar. Pediré a mis hombres que os preparen un caldo. Mientras tanto, tomad esto.

Le ofreció un poco de pan, que Casiopea aceptó agradecida. Después de habérselo tragado casi sin masticar, sintió que le volvían las fuerzas.

—¿Por qué esta pregunta sobre Emmanuel? —inquirió—. Y ahora que lo pienso, ¿y vos? ¿De dónde venís? ¿Quiénes son estos hombres?

—Estos hombres forman parte de los refuerzos que fui a buscar. ¿No lo recordáis?

—No.

—Hace más de un mes, cuando Emmanuel y vos partisteis a la jungla…

—Sí. Lo recuerdo muy bien…

—El campamento fue atacado. Hice lo que pude para defender el fortín, pero el adversario era demasiado fuerte.

—Lo sé. Los marinos supervivientes me lo explicaron. Pero ¿por qué decís «hace más de un mes»?

—Porque hace más de un mes de eso, Casiopea.

Casiopea se quedó estupefacta, y entonces Kunar Sell le explicó cómo, aprovechando un momento de descuido del enemigo, había alcanzado las aguas del océano para ir a buscar refuerzos. Después de nadar días enteros, derivando por la noche a merced de las corrientes que le llevaban hacia el norte, había tenido la suerte de ser recogido por unos pescadores, que se quedaron muy sorprendidos al encontrarlo atrapado en sus redes. Tras llegar a un acuerdo con ellos, los marinos lo habían desembarcado en la orilla oriental de Bab el-Mandeb, desde donde había llegado a un pueblo costero.

—Allí le pedí prestado un caballo a un granjero y me dirigí tan rápido como pude hacia Tiro. Viajaba de noche y descansaba de día, para evitar a las patrullas sarracenas…

Pero, afortunadamente, como aún era invierno, la mayoría de los musulmanes estaban encerrados en sus casas, junto a sus familias. Una vez en Tiro, el hecho de que Tommaso Chefalitione y
La Stella di Dio
estuvieran allí había hecho que le resultara aún más fácil convencer al marqués de Montferrat de la necesidad de armar un barco de socorro.

—El capitán estaba de vuelta en la ciudad con Josías de Tiro y Ricardo de Inglaterra.

—¿Josías lo ha conseguido? ¡Están aquí, por fin! —exclamó Casiopea.

—Los reyes desembarcaron en Acre el abril pasado. La reconquista de Jerusalén ya es solo cuestión de semanas…

Una amplia sonrisa iluminó el rostro de Casiopea; aquello le facilitaría el trabajo.

—Chefalitione nos condujo hasta aquí, a Josías y a mí. A bordo de un falucho fuertemente armado. Navegamos tan rápido como pudimos. Pero, por desgracia…

Su rostro se ensombreció, y bajó la cabeza antes de continuar.

—Al llegar al campamento, solo encontré cenizas. Seguramente las tropas del Caballero Verde partieron poco antes de nuestra llegada…

Su voz flotó un instante, como resistiéndose a anunciarle alguna terrible noticia.

—¿Hay supervivientes?

Kunar Sell sacudió la cabeza, apesadumbrado.

—No, por desgracia —dijo frotándose las manos—. Incluso descubrimos cadáveres tan mutilados, en una fosa, que no tuvimos más remedio que llenarla de arena y plantar una cruz sobre ella.

—¿Y Emmanuel? —exclamó Casiopea.

Él la miró, con un brillo de esperanza en los ojos.

—¿Emmanuel? Justamente yo creía que estaba con vos. Cuando el campamento fue atacado, los dos habíais partido a explorar el bosque.

—Entonces no todo está perdido —dijo Casiopea levantándose—. Pero no tenemos un instante que perder.

Dejando tras ellos una infinidad de árboles apretados —últimos centinelas de una naturaleza hostil—, salieron de la jungla para desembocar en la pequeña playa donde habían desembarcado un mes atrás. El campamento de los soldados verdes había sido levantado, y solo una cruz de madera sobre un montículo de arena daba testimonio de su paso. Chefalitione y Josías de Tiro se encontraban a su lado. Al ver llegar a Casiopea, los dos hombres se volvieron y le dirigieron unas sonrisas en las que se mezclaban la tristeza y la alegría.

Epílogo

Nos cargaron de cadenas y de collares de hierro.

Y nos encerraron en un pozo de una profundidad infinita.

Sohrawardi,

El exilio occidental

Lugar indeterminado, fecha indeterminada

Emmanuel se despertó cubierto de contusiones, con la espalda y los hombros magullados. No sentía los miembros, y su torso no era más que un dolor inmenso. Trató de lanzar un grito, pero no pudo articular ni un sonido. Quiso mover la cabeza, pero su cuello no le obedecía. Intentó empuñar su espada, pero no pudo levantar el brazo. «Si es que aún tengo uno…», pensó.

Miró alrededor.

«¿Dónde estoy?»

En ese momento oyó un ruido de dientes que se entrechocaban.

Sus ojos se dilataron de sorpresa al ver al antiguo obispo de Acre, colocado sobre un estante justo encima de él.

Los dientes de Rufino castañeteaban. ¿De terror o de frío? En cualquier caso, un fino hilillo de vaho entrecortado por el movimiento de los dientes escapaba de su boca.

—Por fiiin te despieeertas —bramó Rufino.

Emmanuel trató de liberarse del torno que le mantenía prisionero, intentó de nuevo mover los brazos. En vano. Finalmente, a costa de un esfuerzo sobrehumano, consiguió articular con una voz deformada por las drogas:

—¿Dónde estaaamos? ¿Dónde estoooy?

—Con los asesiiinos —respondió Rufino.

—¡Diooos mío! ¡Decidme que no estoooy soñando, por favor! ¡Casiopeeea!

Con la boca pastosa y la lengua entumecida, Emmanuel se expresaba como Rufino.

Una sensación de pánico le invadió.

Se esforzó en mantener la calma, obligándose a respirar despacio. Entonces, después de que sus ojos se hubieran acostumbrado a la oscuridad, distinguió dos jaulas metálicas suspendidas del techo donde se pudrían unos esqueletos. Sobre una mesa, a su lado, había una sierra. Las siniestras manchas rojizas que se habían secado sobre su hoja no dejaban ninguna duda sobre el uso al que estaba destinada…

—¡Pero si yo nuuunca reclamé tu cueeerpo! —mugió Rufino—. Yo creíiia, creíiia…

—Creías mal —le respondió una voz acompañada de un tintineo de cascabeles.

Emmanuel giró los ojos hacia la derecha y vio a Billis, que se acercaba renqueando, con una escalerilla en la mano. El enano la colocó al pie de la estantería y trepó por ella hasta encontrarse cara a cara con el antiguo obispo de Acre.

—¡Traga! —le ordenó, metiéndole en la boca algo que parecía una pequeña seta blanca.

—¿Quéee es eeesto? —chilló Rufino.

—¡Ja, ja! ¡Tu recompensa! —se burló el enano.

Luego volvió a bajar de la escalera y se marchó cojeando con aire satisfecho. Se oyó el chasquido de una puerta y el ruido de un cerrojo, a los que siguió un espantoso silencio que rompió la voz de Rufino.

—Pero ¿quéee es eeesto? —berreó esforzándose en escupir toda la seta que podía.

La visión de Rufino se modificó bruscamente. Grandes manchas luminosas se pusieron a bailar ante sus ojos y todo adquirió un aspecto centelleante. Tenía la impresión de ver a un dragón que tomaba forma ante él. Un gran dragón de luz, cuyas alas formaban dos soles resplandecientes.

—Dracooo fictiooo
—mugió llorando—.
Dracooo fictiooo.

FIN

Glosario

almero
: mensajero de las almas, que se pone en contacto con los muertos y se encarga de transmitir sus mensajes a los vivos.

atabek
:
equivalente de un alcalde entre los orientales,

basileo
: emperador de los griegos. (Aquí, Isaac II Ange.)

besante
: moneda de oro.

bimaristam
hospital oriental,

cadí
: magistrado musulmán,

coca
: navío medieval.

cursiva
: tipo de escritura en minúsculas, generalmente ligadas entre ellas.

djinn
:
espíritu elemental oriental. Puede ser benéfico o maléfico,

draconocte
: cazador de dragones.

enarmas
: especie de agarres, en el interior de un escudo, por los que se pasa la mano para sostenerlo.

falucho
: pequeño barco de vela.

galea
: navío militar medieval.

khan
: caravasar, lugar de reavituallamiento.

litterati
(singular:
litterato
):
letrados, los que saben latín. Por extensión, designa generalmente a monjes, a hombres de Iglesia.

mangual
: arma medieval compuesta de un mango al extremo del cual va atada una cadena terminada en una bola erizada de clavos.

mihrab
: nicho practicado en el muro de un edificio que sirve para indicar la dirección de La Meca.

orsalher
:
domador de osos,

portulano
: antigua carta marina.

scriptorium
:
habitación donde escribían los monjes.

uncial
: tipo de escritura romana en mayúsculas que generalmente prescinde de la ligadura entre las letras.

usciere
:
barco mercante que puede utilizarse para el transporte de caballos.

Vita verna
:
misteriosas setas blancas que crecen en los Pantanos de la Memoria.

Índice de los personajes principales

Alexis de Beaujeu
: hospitalario, comendador del Krak de los Caballeros. Amigo de Morgennes.

Amaury I de Jerusalén
: antiguo rey de Jerusalén, padre de Balduino IV.

Billis
: enano,
orsalher
. Sirviente del misterioso Caballero Verde.

Caballero Verde
: extraño caballero que no habla y va vestido con una armadura verde.

Casiopea
: hija de Morgennes y de Guyana de Saint-Pierre. Nacida en El Cairo, en el curso de un terremoto. Por parte de madre, nieta de Leonor de Aquitania y de Shirkuh el Voluntarioso, lo que la convierte en pariente de Ricardo Corazón de León y de Saladino.

Chrétien de Troves
: monje y escritor, muerto a finales de 1187. Amigo de Morgennes y padrino de Casiopea.

Clemente III
: Papa, elegido en diciembre de 1187.

Cocotte
: halcón de Casiopea.

Conrado de Montferrat
: marqués, hijo de Guillermo de Montferrat.

Constantino Colomán
: megaduque bizantino, «maestro de las milicias».

Emmanuel
: hospitalario, antiguo escudero de Morgennes.

Emparedada (la)
: adivina de las amazonas del oasis de las Cenobitas.

Étienne de Roquefeuille
: padre de Simón.

Felipe
: antiguo médico y embajador extraordinario del papa Alejandro III. Ahora, Preste Juan.

Fenicia
: madre de Josías de Tiro. Buena amiga del capitán Tomasso Chefalitione.

Gargano
: especie de gigante bueno, espíritu de una montaña. Amigo de Morgennes y padrino de Casiopea.

Gerardo de Ridefort
: maestre de los templarios.

Guido de Lusignan
: rey de Jerusalén en el momento del desastre de Hattin. Se opone ahora ferozmente a Conrado de Montferrat.

Guillermo de Montferrat
: padre de Conrado de Montferrat.

Guillermo de Tiro
: antiguo arzobispo de Tiro, predecesor de Josías.

Guyana de Saint-Pierre
: madre de Casiopea, en otro tiempo apodada «la mujer que no existía». Hija de Leonor de Aquitania y de Shirkuh el Voluntarioso.

Hassan Basras
: célebre artista pintor.

Ibn Abi Asrun
: cadí a cargo de los asuntos judiciales, civiles y religiosos de Saladino.

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