Read La sanguijuela de mi niña Online

Authors: Christopher Moore

Tags: #Humor, #Fantástico

La sanguijuela de mi niña (8 page)

BOOK: La sanguijuela de mi niña
3.26Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Gracias, pero vamos a montarnos nuestro propio show.

Tommy se puso a toser y tropezó con una grieta de la acera. Miró a Jody como si acabara de anunciar el apocalipsis.

—Entro a trabajar a medianoche —dijo.

—Pues tendrás que estar pendiente de la hora.

—Ya. Claro.

No puedo creer que esté siendo tan agresiva, pensó Jody. Me oigo decir estas cosas y es como si salieran de la boca de otra persona. Y él dice a todo que sí. Me habría convertido en una vampira hace mucho tiempo si hubiera sabido la sensación de poder que te da.

Pasaron junto a dos mujeres altas con pechos enormes y caderas increíblemente estrechas que estaban descargando pelucas, rollos de lentejuelas y una boa constrictor de la parte de atrás de un Toyota destartalado. Cambio de turno en el club de alterne, pensó Jody.

Tommy estaba extasiado. Jody notó que se ponía colorado como si acabara de pillarlo mirándole los pechos.

Es tan transparente como un niño pequeño, pensó Jody. Un niñito precioso y neurótico. He tenido suerte de encontrarlo. Suerte, teniendo en cuenta todo lo que ha pasado.

Torcieron en Kearny y Jody dijo:

—Bueno ¿qué te parece mi oferta?

—Me parece bien, si estás segura. Pero no cobro hasta dentro de un par de semanas.

—El dinero no es problema. Pagaré yo.

—No, no podría...

—Mira, Tommy, decía en serio lo de que necesito tu ayuda. Estoy ocupada todo el día. Tendrás que encargarte tú de buscar un sitio y alquilarlo. Y de un montón de cosas más. Para empezar, mi coche está en el depósito municipal y alguien tiene que sacarlo de allí. Si así te sientes mejor, puedo pagarte para que tengas dinero.

—¿Por eso anoche en el aparcamiento me preguntaste si estaba libre de día?

—Sí.

—Entonces ¿te habría valido cualquiera que trabajara de noche?

—Tu amigo también trabaja de noche y no se lo pregunté. No, me pareciste muy mono.

—Entonces me parece bien.

Siguió andando con la vista fija hacia delante, sin decir nada. Habían entrado en un barrio de edificios de apartamentos con rejas en las ventanas y portales con cierre eléctrico. Jody vio salir ondas de calor rojo de un portal a oscuras, delante de ella. Eran demasiado calientes para pertenecer a una sola persona y demasiado frías para ser una bombilla. Se concentró y oyó susurrar a un hombre. De pronto se acordó de la llamada: «No eres inmortal. Pueden matarte».

—Vamos a cruzar, Tommy.

—¿Por qué?

—Tú ven. —Lo agarró de la chaqueta y tiró de él. Cuando estuvieron en la acera de enfrente, Tommy se paró y la miró como si acabara de golpearlo en la cabeza con una cuchara.

—¿A qué ha venido eso?

Ella le hizo señas de que se callara.

—Escucha.

Alguien se reía detrás de ellos. Se reía tan alto que se le oía sin necesidad de tener el fino oído de Jody. Se volvieron los dos y miraron atrás. A una manzana de allí, bajo una farola, había un hombre delgado vestido de negro.

—¿De qué se ríe ese? —preguntó Tommy.

Jody no respondió. Estaba mirando algo que no estaba allí. El hombre de negro no desprendía halo calórico.

—Vámonos —dijo Jody, tirando de Tommy calle arriba a toda prisa. Al pasar frente al portal del otro lado de la calle, Jody echó un vistazo y enseñó el dedo corazón a los tres matones que esperaban para tenderles una emboscada. No sois nada, pensó. La risa del hombre de negro todavía le resonaba en los oídos.

Hacía mucho tiempo que el vampiro no oía su propia risa y oírla le hizo reír aún más fuerte. Así pues, la polluela se había buscado un esbirro. Había sido buena idea dejar su mano parcialmente expuesta ;i la luz. Había aprendido rápido aquella lección. Muchos se quedaban deambulando por ahí hasta que amanecía y morían calcinados, y él ni siquiera podía disfrutar del espectáculo a no ser que quisiera compartir su suerte. Aquella era interesante: tan remisa a entregarse a la sangre.

Los vampiros solo parecían tener dos instintos: el de alimentarse y el del esconderse. Y aquella había controlado el ansia la primera vez que se había alimentado. Era casi demasiado buena. Muchos, si duraban la primera noche, se volvían locos intentando acostumbrarse a sus nuevos sentidos. Una sola noche y él tenía que romperles el cuello, y adiós; al infierno. Pero a esta no. Lo había hecho reír. Se había asustado de un par de mortales a los que podía aplastar como a insectos.

Quizás estuviera protegiendo a su sirviente. Quizás él debiera matar al chico, solo por ver cómo reaccionaba ella. Quizá, pero no aún. Así que le pondría alguna otra zancadilla. Solo por seguir el juego.

Sentaba bien reírse después de tanto tiempo.

Noche de charla, tropiezos y paseos

La torre Coit sobresalía de Telegraph Hill como un falo gigante. Tan impresionante era, toda iluminada y cerniéndose sobre la ciudad, que Tommy se achicó, se puso nervioso y sintió el impulso de hacer algo. Jody había reconocido prácticamente que pensaba acostarse con él; hasta se había ofrecido a resolver el problema de los Wong. Era un sueño hecho realidad. Y a él le daba un miedo mortal.

Jody lo cogió de la mano y contempló la ciudad.

—Es precioso, ¿verdad? Es una suerte que la noche esté tan clara.

—Tienes la mano helada —dijo él. La rodeó con el brazo y la atrajo hacia sí. Dios, qué bueno soy, pensó, un auténtico semental. Me estoy ligando a una tía más mayor que yo. A una tía más mayor y con dinero. ¿Y ahora qué? Tengo el brazo encima de su hombro como si fuera un pescado muerto. Soy un pardillo. Si pudiera desconectar mi mente hasta que pasara todo... Ponerme pedo y hacerlo. No, eso no. Otra vez no.

Jody se puso tensa. Pensó: No tengo frío. No he tenido frío desde que me transformé; ni calor tampoco. Kurt solía decir que siempre tenía frío. Qué raro. Veo el halo de calor de Tommy, pero yo no tengo.

—Tócame la frente —le dijo.

Tommy dijo:

—Jody, no tenemos que hacerlo si no estás preparada. Quiero decir que a lo mejor, como tú decías, deberíamos ser solamente compañeros de piso. No quiero presionarte.

—No, tócame la frente a ver si tengo fiebre.

—Ah. —Le puso la mano en la frente—. Estás helada. ¿Te encuentras bien?

¡Ay, dios mío! ¿Cómo he podido ser tan tonta? Se apartó de él y empezó a pasearse de un lado a otro. El tío de enfrente de su apartamento, el que se reía en la calle Kearny, estaba frío. Y ella también. ¿Cuántos vampiros había por allí que no había visto?

—¿Qué pasa? —preguntó Tommy—. ¿He hecho algo mal?

Tengo que decírselo, pensó. No va a confiaren mí si no se lo cuento.

Volvió a cogerlo de la mano.

—Tommy, creo que tienes que saberlo. No soy exactamente lo que parezco.

El dio un paso atrás.

—Eres un tío, ¿verdad? Lo sabía. Mi padre me advirtió de que aquí podían pasarme estas cosas.

Quizá no, pensó ella.

—No, no soy un tío.

—¿Seguro?

—¿Lo eres tú?

—No hace falta ponerse desagradable.

—¿Y cómo te sentirías tú si yo te preguntara si eres una tía? Tommy agachó la cabeza.

—Tienes razón. Perdona. Pero ¿cómo te sentirías tú si cinco chinas re pidieran que te casaras con ellas? Esas cosas no pasan en Indiana. Ni siquiera puedo volver a mi habitación.

—Yo tampoco —dijo ella.

—¿Por qué?

—Dame un minuto para pensar, ¿vale?

No quería volver al hostal de Van Ness. El vampiro sabía que había estado allí. Pero seguramente también se enteraría, si se mudaba.

—Tommy, tú lo que necesitas es una habitación.

—Jody, no sé si te entiendo.

—No, no me malinterpretes. No quiero mandarte otra vez al cuarto de los Wong. Creo que deberíamos conseguirte una habitación.

—Ya te he dicho que no me pagan...

—Invito yo. Será un anticipo por trabajar como mi ayudante.

Tommy se sentó en la acera y se quedó mirando el astil encendido de la torre Coit. Pensó: No tengo ni idea de qué se supone que tengo que ser o hacer. Primero me quiere por mi cuerpo, luego me quiere como empleado, y luego no me quiere de ninguna manera. No sé si tengo que besarla o rellenar una instancia. Me siento como uno de esos perritos histéricos de las pruebas de electrochoque. Toma un hueso, Spot. Y /zas / En realidad no lo querías, ¿a qué no?

—Haré lo que quieras que haga —dijo.

—Está bien —dijo Jody—. Gracias. —Se inclinó y lo besó en la frente.

No tengo ni idea de qué se supone que tengo que hacer, pensó. Si vamos a un hotel y nos metemos en la cama, él se tendrá que ir a trabajar y cuando vuelva por la mañana irá a la habitación, abrirá la puerta y me dará la luz del sol. Y estallar en llamas no es manera de impresionar a nadie en la primera cita. Lo único que podemos hacer es tener habitaciones separadas. Se hartará y me dejará, como todos los demás.

—Tommy, ¿puedes ir a recoger tus cosas mañana?

—Lo que tú digas.

—Ahora no puedo explicártelo, pero estoy en un apuro y tengo muchas cosas que hacer. Necesito que me hagas unos recados mañana. ¿Podrás, después de trabajar toda la noche?

—Lo que tú digas —respondió él.

—Voy a cogerte una habitación en mi hotel. No estaré por allí hasta mañana por la noche. Nos veremos en recepción cuando se ponga el sol. Cuando vuelvas a la habitación mañana por la mañana, los papeles de mi coche estarán encima de la cama, ¿de acuerdo?

—Lo que tú digas. —Tommy parecía aturdido. Se miraba fijamente el regazo.

—Voy a darte dinero para el apartamento. Intenta encontrar un sitio que esté amueblado. Y que el dormitorio no tenga ventanas. Y procura que sean menos de dos mil al mes.

Tommy no levantó la mirada.

—Lo que tú digas.

Me he apoderado de su mente, pensó ella. Es como en las películas, cuando el vampiro controla lo que hace la gente. Yo no quiero eso. No quiero obligarlo con la voluntad. No es justo. Bastante indefenso estaba ya. Y ahora lo he convertido en un zombi. Quiero ayuda, pero no así. Me pregunto si le queda seso suficiente para funcionar o si lo he echado a perder.

—Tommy —dijo con seriedad—, quiero que subas a lo alto de la torre y saltes.

Él levantó la vista.

—¿Estás loca?

Ella le echó los brazos al cuello, lo besó y dijo:

—¡Ay, cuánto me alegro de no haberte convertido en un vegetal!

—Tiempo al tiempo —respondió él.

Jody estaba en Chesnut, frente al edificio de apartamentos de cuatro plantas, escuchando. No había luz en el piso de Kurt. Ya era el piso de Kurt, no el suyo. En cuanto había pedido salir a Tommy, había puesto en él sus sueños y sus ilusiones de pareja. Siempre le pasaba lo mismo. No le gustaba estar sola.

Tommy y ella habían estado paseando por Telegraph Park, hablando de sus vidas y evitando el tema de una vida futura y singular hasta que llegó la hora de que él se fuera a trabajar. Jody había llamado a un taxi desde una cabina y había dejado a Tommy frente a la tienda con un beso y una promesa:

—Nos vemos mañana por la noche.

Solo cuando se bajó del taxi delante del hostal se dio cuenta de que los papeles de su coche seguían en casa de Kurt.

¿Por qué cono no me llevé una llave cuando me fui?

Jugó con la idea de llamar al timbre, pero la idea de mirar a Kurt a la cara después de lo que le había hecho... No, tendría que arreglárselas sola. Atravesar las dos salidas de incendios y romper los cerrojos de seguridad estaba descartado.

El edificio era seudovictoriano y tenía la fachada decorada con cenefas prefabricadas en relieve. Intentó imaginarse trepando por el edificio y le dio un escalofrío. Pero por suerte los postigos del ventanal del cuarto piso estaban cerrados. Por allí no había forma de entrar.

Había un callejón de metro y medio de ancho entre el edificio de Kurt y el siguiente. La ventana del dormitorio daba allí. Pero allí no había cenefas a las que agarrarse.

Se fue al callejón y miró hacia arriba. La ventana del dormitorio estaba abierta y la pared era tan lisa como una piedra pulida. Miró el espacio entre los dos edificios. Si ponía las manos a un lado y los pies al otro podía trepar por la pared como una araña. En el Yosemite había visto a gente escalando así por chimeneas de roca. Escaladores expertos, con equipación. No secretarias que evitaban las escaleras mecánicas por miedo a partirse un tacón.

Se concentró en la ventana abierta y aguzó el oído. Oyó el sonido de alguien que respiraba profundamente, durmiendo. No, eran dos los que dormían.

—Cabrón.

Saltó al aire y se sujetó entre los dos edificios, a dos metros del suelo, con los pies a un lado y las manos al otro. Le sorprendió ser capaz de hacerlo, pero no era tan

difícil. No era nada difícil. Comprobó la distribución de su peso y la tensión de sus miembros y se notó bien afianzada. Se sostuvo con una mano mientras con la otra se levantaba la falda por encima de las caderas, y luego probó a dar un paso hacia arriba.

Mano, pie, mano, pie. Cuando se paró a mirar abajo estaba justo debajo de la ventana de Kurt, a doce metros del suelo, y había solo un cubo de basura y un gato callejero para amortiguar su caída. Intentó recobrar el aliento y entonces se dio cuenta de que no le faltaba la respiración. Tenía la sensación de poder pasar horas allí, si era necesario. Pero el miedo a caerse la impulsó a seguir adelante. No eres inmortal. Pueden matarte.

Aflojó la mosquitera de la ventana con la mano izquierda, se agarró al alféizar, relajó la tensión de las piernas y se dejó caer contra el edificio de Kurt. Sujetándose con una mano, apartó la mosquitera con la otra y la bajó hacia el suelo, del otro lado de la ventana; luego se encaramó al alféizar, se quedó allí agazapada y paseó la mirada por la habitación.

Había dos personas en la cama. Veía subir sus halos calóricos por entre la ropa de la cama y disiparse con la brisa fría que entraba por la ventana. No me extraña que me quejara de frío. Entró en la habitación y esperó a ver si se movían. Nada.

Se acercó a un lado de la cama y miró a la mujer casi con objetividad científica. Era Susan Badistone. Jody la había conocido en un picnic de la oficina de Kurt y le había caído mal a primera vista. Su pelo rubio y liso se extendía por la almohada. Jody se enrolló un mechón de pelo rojo en un dedo. Así que esto es lo que quería Kurt. Y tiene la nariz operada, como que me llamo Jody. Pero lo que importa son las apariencias, ¿verdad, Kurt?

BOOK: La sanguijuela de mi niña
3.26Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Worth the Risk by Robin Bielman
The Guns of Empire by Django Wexler
The Cursed (The Unearthly) by Laura Thalassa
Indexing by Seanan McGuire
Not Your Father's Founders by Arthur G. Sharp
Selby Santa by Duncan Ball