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Authors: Christopher Moore

Tags: #Humor, #Fantástico

La sanguijuela de mi niña (36 page)

BOOK: La sanguijuela de mi niña
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—Muchachos, quisiera dejar que os retirarais al campo cual soldados y caballeros, como Cincinato, pero la ciudad sigue necesitándoos. El demonio ha desaparecido, pero no así la desesperación de mi pueblo. Nuestros deberes son legión.

Una familia de turistas pasó junto a él a toda prisa para coger el tranvía de la calle California antes de que se hiciera de noche y el Emperador los saludó levantando su vaso. El padre, un hombre calvo y gordo con una sudadera de Alcatraz, pensó que le estaba pidiendo dinero y dijo:

—¿Por qué no se busca un trabajo?

El Emperador sonrió.

—Buen hombre, yo ya tengo trabajo. Soy emperador de San Francisco y protector de México.

El turista hizo una mueca de asco.

—Mírese. Mire su ropa. Apesta. Necesita un baño. No es más que un mendigo.

El Emperador miró los puños deshilachados de su abrigo de lana sucio, sus raídos pantalones de pana gris, manchados de salpicaduras de sangre de vampiro, los agujeros de sus deportivas mugrientas.

Levantó un brazo, olfateó y agachó la cabeza. Los turistas se alejaron.

Cavuto y Rivera estaban sentados en sendos sillones de piel reclinables, delante de la chimenea, en el apartamento de Cavuto en Cow Hollow. La chimenea estaba encendida y el fuego luchaba con la fría humedad de la bahía bailando y crepitando. La habitación estaba decorada con recios muebles de roble antiguos, las estanterías estaban repletas de novelas de detectives y en las paredes colgaban pistolas y carteles

de películas de Bogart. Rivera bebía coñac. Cavuto, güisqui. En una mesa baja, entre ellos, se levantaba una estatuilla de bronce de una bailarina, de un metro de alto.

—Bueno, ¿qué hacemos con ella? —preguntó Cavuto—. Seguramente es robada.

—Puede que no —dijo Rivera—. Puede que se la comprara al propio Degas.

—El chico negro dice que vale millones. ¿Crees que será verdad?

Rivera encendió un cigarrillo.

—Si es auténtica, sí. Así que ¿qué hacemos con ella?

—A mí solo me quedan un par de años para retirarme. Siempre he querido tener una tienda de libros raros.

Rivera sonrió al pensarlo.

—Mi mujer quiere ver Europa. Y a mí tampoco me importaría montar un pequeño negocio. Y quizás aprender a jugar al golf.

—Podríamos devolverla y seguir trabajando hasta jubilarnos. Después de esto van a sacarnos de homicidios, lo sabes, ¿no? Somos demasiado viejos para narcóticos. Así que seguramente nos mandarán a antivicio. Noche tras noche escuchando gritar a las putas.

Rivera suspiró.

—Echaré de menos homicidios.

—Sí, era muy tranquilo.

—Siempre he querido saber más de libros raros —dijo Rivera.

—Pero nada de golf —dijo Cavuto—. El golf es para maricas.

Tommy movió el futón para poder sentarse mirando a las dos estatuas. Luego se acomodó para contemplar su obra. Se había pasado todo el día trabajando en la fundición de abajo, cubriendo a Jody y al vampiro con una fina capa de pintura conductora y metiéndolos luego en las cubetas de bronceado. Los escultores-moteros lo habían ayudado encantados (sobre todo cuando Tommy sacó un puñado de billetes de la bolsa que le había llevado el Emperador).

Las estatuas parecían vivas. Y era lógico: a fin de cuentas seguían estando vivos bajo el recubrimiento de bronce, menos Zelda, que estaba junto a los dos vampiros. Tommy le había puesto unas mallas a Jody antes de aplicar la pintura. Al vampiro le había puesto unos calzoncillos suyos. Era asombroso lo rápido que se había curado después de beber la sangre de Jody. Lo peor había sido esperar: esperar fuera del dormitorio, donde Jody había llevado al vampiro; esperar a que salieran al amanecer, escuchando el suave murmullo de sus voces. ¿De qué habían estado hablando?

En general, el vampiro tenía muy buen aspecto. Por la mañana tenía ya curadas casi todas las heridas. Jody estaba preciosa hasta en bronce. El toque final había sido taladrar unos agujeritos en la gruesa capa de metal, a la altura de las orejas, para poder hablar con ella.

—Jody, sé que seguramente estás muy, muy enfadada. No te lo reprocho. Pero no tenía elección. No es para siempre, solo hasta que decida qué hacer. No quería perderte. Sé que solo querías irte y creo que seguramente lo habrías hecho, pero él no. El no me habría dejado vivo.

Tommy esperó como si la estatua fuera a responderle. Cogió del suelo la bolsa del dinero y la levantó.

—Por cierto, somos ricos. Es genial, ¿eh? No volveré a burlarme de Lash por estudiar finanzas. En menos de un día ha vendido las obras de arte del yate en el mercado negro y nos ha conseguido diez centavos por dólar. A nosotros nos han tocado más de cien mil dólares. Los chicos se han ido a Las Vegas. Intentamos darle una parte al Emperador, pero solo quiso llevarse lo justo para invitar a comer a Holgazán y Lazarus. Dice que el dinero le distraería de sus responsabilidades. Es fantástico, ¿eh?

Dejó el dinero y suspiró.

—Esos dos policías te creyeron. Van a dejarnos en paz. Informaron de que el asesino estaba a bordo del yate cuando estalló. Lash dio algún dinero al guardia de la puerta para que respaldara su historia. Yo no podía creerme que estuvieran de acuerdo. Creo que al grandullón le gusto.

»Voy a escribir un libro sobre esto. Vine aquí buscando aventuras, y estar contigo ha sido una aventura. No quiero darme por vencido. Sé que no somos iguales. Pero no deberíamos sentirnos solos estando juntos. Te quiero. Voy a encontrar una solución. Ahora tengo que irme a la cama. Hace días que no duermo.

Se levantó y se acercó a Jody.

—Lo siento —dijo. Besó los labios de bronce frío y acababa de darse la vuelta para entrar en el dormitorio cuando sonó el teléfono.

—Serán los Animales que llaman desde algún casino —dijo al descolgar—. ¿Diga?

—Eh, hola —dijo una voz de hombre—. ¿Podría hablar con Jody, por favor?

Tommy apartó el teléfono y se quedó mirándolo; luego volvió a acercárselo a la oreja y dijo:

—Jody ha... bueno... ha fallecido.

—Lo sé. ¿Puedo hablar con ella?

—Tú estás enfermo.

—¿Eres C. Thomas Flood? ¿El del periódico?

¿Quién era aquel tío?

—Oye, colega, eso fue un error. Ya atraparon al que cometió esos asesinatos.

—Mira, me llamo Steve. No puedo decirte mi apellido. Por lo menos hasta que esté seguro de que no es peligroso. Estudio medicina en Berkeley. Hablé con Jody la otra noche. Se suponía que íbamos a vernos en Enrico's, pero no apareció. Me alegro, porque conocí a una chica muy simpática que trabaja en el Safeway contigo. El caso es que cuando vi el nombre de Jody en el periódico, me arriesgué a buscar el número.

—Si has leído el periódico, sabrás lo que le ha pasado a Jody —dijo Tommy—. Esto no tiene gracia.

La línea quedó en silencio un momento. Luego Steve dijo:

—¿Sabes qué es Jody?

Tommy se quedó pasmado.

—¿Tú sí?

—Entonces ¿lo sabes?

—Es, quiero decir, era mi novia.

—Mira, no intento chantajearte ni nada parecido. Ni tampoco quiero entregarte a la policía. Hablé con Jody sobre revertir su estado. Bueno, pues creo que he encontrado el modo de hacerlo.

—¿Estás de broma?

—No. Díselo a ella. Volveré a llamar mañana por la noche. Sé que no está despierta durante el día.

—Espera—dijo Tommy—. ¿Hablas en serio? Quiero decir, ¿puedes volver a convertirla en humana?

—Creo que sí. Seguramente tardaré un par de meses. Pero en el laboratorio he podido, con células clonadas.

Tommy tapó el micrófono y se volvió hacia la estatua de Jody.

—Aquí hay un tipo que dice que puede ayudarte. Podemos...

Por los agujeros de las orejas de la estatua salía un vapor que iba formando una nube ondulante en medio de la habitación. Tommy soltó el teléfono y se apartó de la nube. Oía la voz de Steve llamándolo por el auricular.

Retrocedió hasta chocar con la encimera de la cocina.

—Jody, ¿eres tú?

La nube palpitaba y se alargaba en hilachas, ¿o eran miembros? Era como si se estuviera condensándose y cobrando forma sólida.

Jody pensó: Ay, Tommy, no vas a creerte todo lo que aprendí anoche. Vas a vivirla aventura de tu vida, amor mío. Y va a ser una vida muy larga. Las cosas que vas a ver... Estoy deseando enseñártelas.

Se materializó delante de él, desnuda y sonriente.

Tommy sujetó el teléfono contra su pecho.

—Estás enfadada, ¿verdad?

—No iba a dejarte, Tommy. Te quiero.

—Pero ¿y él? —Tommy señaló al vampiro de bronce.

—Tenía que hacerle creer que iba a irme con él para averiguar lo que necesitaba saber. He aprendido mucho, Tommy. Y voy a enseñarte. —Empezó a acercarse a él.

—Así que te enseñó lo de la niebla, ¿eh?

—Eso, y cómo se hace un vampiro.

—No fastidies. Eso podría venirnos muy bien.

—Y pronto, además —contestó ella. Miró al viejo vampiro—. Lo de recubrirlo de bronce fue un truco muy bueno. No sabía qué iba a hacer con él después de averiguar lo que necesitaba saber. Puede que más adelante se nos ocurra un modo de dejarlo salir sin que corramos peligro.

—Entonces ¿no estás enfadada? ¿De veras no vas a dejarme?

—No. Creía que tendría que irme, pero no quería. Tú y yo vamos a estar juntos mucho tiempo.

Tommy sonrió.

—Genial, porque este tío del teléfono dice que...

—Cuelga, Tommy. Y ven aquí.

—Pero dice que... que puede volver a transformarte.

—Cuelga. —Le quitó el teléfono y lo puso sobre la encimera. Luego se dejó rodear por los brazos de Tommy y lo besó.

Notas

1
.- N. de la t: Juego de palabras intraducible entre Hamlet y la combinación de ham, que significa «jamón» y omelet, «tortilla».

2
.- N. de la t.: ¡Más fuerte, mi cerdito de amor!

3
.- Las palabras seguidas de asterisco están en español en el original.

4
.- N. de la t.: Equipo de fútbol americano de San Francisco.

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