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Authors: Christopher Priest

Tags: #Ciencia Ficción

Un mundo invertido (2 page)

BOOK: Un mundo invertido
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Todo el mundo me estaba mirando y noté cómo aumentaba mi nerviosismo. Se me quedó la mente en blanco, olvidé por completo los minuciosos protocolos que había ensayado con Bruch.

En mitad de aquel silencio que siguió a mi entrada, alcé la mirada hacia el hombre que se sentaba en el centro de la tribuna. Era la primera vez que lo veía y, obviamente, la primera vez que me encontraba en compañía de un navegante. En mi época en el orfanato se hablaba en tono deferente de estos hombres, incluso aquellos menos respetuosos que se referían a ellos con escarnio, siempre lo hacían en voz baja y temerosa, ya que su figura era algo casi legendario. El hecho de que uno de ellos estuviera presente en la ceremonia subrayaba la importancia de esta. Lo primero que pensé fue que iba a tener una gran historia que contarles a los demás… después recordé que a partir de este día nada volvería a ser igual.

Bruch había avanzado unos pasos para ponerse frente a mí.

—¿Es usted Helward Mann, señor?

—Sí, así es.

—¿Qué edad ha alcanzado, señor?

—Mil cuarenta kilómetros.

—¿Es consciente del significado de esa edad?

—Asumo las responsabilidades de un adulto.

—¿En qué grado puede asumir esas responsabilidades, señor?

—Deseo ser aprendiz en un gremio de primer orden de mi elección.

—¿Ha hecho ya esa elección, señor?

—Sí, así es.

Bruch se dirigió entonces a la tribuna. Les repitió a los hombres allí reunidos las respuestas que acaba de dar, aunque a mí me pareció que ellos ya las habían oído perfectamente la primera vez.

—¿Desea alguien cuestionar este aprendizaje? —les inquirió el navegante a los demás hombres de la tribuna.

Nadie respondió.

—Muy bien —dijo el navegante al tiempo que se ponía en pie—. Adelántese donde pueda verle, Helward Mann.

Bruch se hizo a un lado. Abandoné el estrado y avancé hasta el centro de un pequeño círculo de plástico blanco dispuesto en el suelo. Me estudiaron en silencio durante unos segundos.

El navegante se volvió hacia uno de los hombres que había a su lado.

—¿Están presentes los proponentes?

—Sí, mi señor.

—Muy bien. Al tratarse de un asunto del gremio debemos excluir al resto.

El navegante se sentó y el hombre situado inmediatamente a su derecha se adelantó.

—¿Hay algún hombre presente que no pertenezca al rango de primer orden? Sí es así, haga el favor de honrarnos con su ausencia.

Detrás de mí, ligeramente hacia un lado, Bruch efectuó una breve reverencia a la tribuna y al punto abandonó la sala. No lo hizo solo. La mitad de las personas del grupo del centro se marcharon por una u otra puerta. Los que se quedaron se colocaron delante de mí.

—¿Se halla algún extraño entre nosotros? —preguntó el hombre de la tribuna. Se produjo un silencio—. Aprendiz Helward Mann, ahora se encuentra exclusivamente en compañía de miembros de cada uno de los gremios de primer orden. Una reunión semejante no es nada común en esta ciudad, así que apréciela con la solemnidad correspondiente. Cuando termine su aprendizaje estas personas serán sus iguales y usted estará ligado, del mismo modo que ellos, a las reglas del gremio. ¿Lo ha entendido?

—Sí, señor.

—Asegura haber elegido el gremio al que quiere pertenecer. Por favor, dígalo en voz alta para que todos lo oigamos.

—Deseo convertirme en un explorador del futuro —afirmé.

—Muy bien, es una petición aceptable. Soy el explorador del futuro Clausewitz, jefe del gremio. Está rodeado de otros exploradores del futuro y de representantes de otros gremios de primer orden. En la tribuna se encuentran los jefes de cada gremio. En el centro, nos honra con su presencia el lord navegante Olsson.

Le dediqué una profunda reverencia al navegante, tal como había ensayado previamente con Bruch. Esa reverencia era lo único que recordaba ahora de sus instrucciones. Bruch me había dicho que excepto la obligación de mostrar respeto hacia el navegante cuando me lo presentaran formalmente, desconocía los pormenores de esta parte de la ceremonia.

—¿Quién es el proponente del aprendiz?

—Yo deseo proponerle, señor. —Fue mi padre el que habló.

—El explorador del futuro Mann lo ha propuesto. ¿Alguien le secunda?

—Señor, yo secundo su propuesta.

—El constructor de puentes Lerouex la secunda. ¿Alguien quiere oponerse?

Se sucedió un largo silencio. Clausewitz preguntó dos veces más si alguien deseaba mostrar su disconformidad hacia mi admisión.

—Así sea entonces —declaró Clausewitz—. Helward Mann, voy a tomarle el juramento que corresponde a un gremio de primer orden. Aun ahora, en esta etapa tan avanzada del proceso puede declinar mi ofrecimiento. Si por el contrario acaba por prestar el juramento, desde entonces quedará ligado a él durante el resto de su vida en la ciudad. La pena por romper este juramento es la ejecución sumaria. ¿Lo tiene totalmente claro?

Me quedé aturdido. Esta no estaba entre las pocas cosas que me habían contado mi padre, Jase o incluso Bruch; nadie me advirtió de ello. Es posible que Bruch no lo supiera, pero ¿por qué no me lo dijo mi padre?

—¿Y bien?

—¿Tengo que decidirlo ahora, señor?

—Sí.

Era evidente que no me iban a dejar conocer los términos exactos del juramento antes de decidirme. Su contenido era, casi con seguridad, secreto. Sentí que no me quedaba alternativa. Había llegado hasta aquí y ya percibía el peso del sistema sobre mis hombros. Llegar tan lejos, después de haber pasado por la proposición y su aceptación, para luego rechazar el juramento resultaba imposible o al menos eso me pareció a mí en aquel momento.

—Prestaré el juramento, señor.

Clausewitz se bajó de la tribuna para acercarse a mí. Me tendió una tarjeta blanca.

—Lea esto clara y audiblemente —me dijo—. Puede leerlo antes para sí, si lo desea, pero al hacerlo quedará ligado irremediablemente a sus términos.

Asentí para hacerle ver que lo había entendido y el hombre regresó a su lugar. El navegante se puso en pie de nuevo. Leí el juramento en silencio para familiarizarme con el texto.

Encaré la tribuna consciente de que la atención de todo el mundo, en especial la de mi padre, estaba puesta en mi próximo movimiento.

—Yo, Helward Mann, siendo un adulto responsable y ciudadano de Tierra, juro solemnemente que, como aprendiz del gremio de los exploradores del futuro, cumpliré las tareas que se me encomienden, esforzándome al máximo en ello; que la seguridad de la ciudad de Tierra será mi mayor preocupación, sobre cualquier otra cosa; que no discutiré los asuntos de este gremio, o de otros gremios de primer orden, con nadie que no sea un aprendiz o miembro acreditado y juramentado de alguno de los gremios de primer orden; que cualquier cosa que experimente o vea más allá de la ciudad de Tierra será considerada un asunto de seguridad del gremio; que al aceptar pertenecer al gremio estudiaré el libro
Las directrices de Destaine
, convertiré la obediencia a sus instrucciones en un deber y, llegado el momento, transmitiré los conocimientos que de él obtenga a futuras generaciones de miembros del gremio; que el préstamo de este juramento será considerado un asunto de seguridad del gremio; juro todo esto plenamente consciente de que la traición de cualquiera de estas condiciones supondrá mi ejecución sumaria a manos de mis compañeros de gremio.

Al acabar levanté los ojos hacia Clausewitz. El mero acto de leer aquellas palabras me había embriagado de una excitación que me era difícil contener. Más allá de la ciudad… Eso significaba que dejaría la ciudad y me aventuraría como aprendiz en todas aquellas regiones que hasta ese momento me estaban prohibidas y seguían estándolo para la mayoría de los habitantes de Tierra. En el orfanato se oían rumores de todo tipo y condición sobre lo que se cernía al otro lado de los límites de la ciudad; yo mismo tenía mi cupo de imaginaciones bastante cubierto. Era consciente de que la realidad difícilmente igualaría la inventiva de aquellos rumores, sin embargo la expectativa de averiguarlo me maravillaba y motivaba igualmente. El manto de secretismo que los miembros del gremio tendían sobre el tema parecía implicar que algo terrible se cernía tras los muros de Tierra, tan terrible que significaba la muerte para quien se atreviera a revelar su naturaleza.

—Suba a la tribuna, aprendiz Mann.

Me adelanté y subí los cuatro escalones de la tribuna. Clausewitz fue el primero en saludarme. Me estrechó la mano y me arrebató la tarjeta con el juramento. Después me presentó al navegante, que me dedicó unas pocas palabras amables, y luego a los demás líderes de los gremios. Clausewitz me dijo sus nombres y títulos, muchos de ellos desconocidos para mí. Me estaba comenzando a sentir abrumado ante tanta información. Aprendí más en unos pocos minutos en aquella tribuna que en toda mi vida en el orfanato.

Existían seis gremios de primer orden. Además del de los exploradores del futuro, liderado por Clausewitz, había uno responsable de la tracción, otro de constructores de vías y uno de constructores de puentes. Se me dijo que principalmente esos eran los gremios que respondían por la administración de que continuase la existencia de la ciudad. Para apoyarlos se contaba con otros dos gremios: la milicia y los trocadores. Esos nombres eran nuevos para mí, pero de repente recordé que mi padre me había hablado de pasada de personas que llevaban el sobrenombre del gremio al que pertenecían. Había oído hablar de los constructores de puentes, por ejemplo, pero hasta el día de la ceremonia no había abrigado la idea de que la construcción de un puente estuviera rodeada por esa aura de secretismo ritual. ¿En qué medida era vital la construcción de un puente para la supervivencia de la ciudad? ¿Por qué era necesaria una milicia?

De hecho… ¿qué era el futuro?

Clausewitz me llevó al encuentro del resto de miembros del gremio de los exploradores, entre los que por supuesto se hallaba mi padre. Solo había tres presentes, según se me dijo, el resto se encontraba fuera de la ciudad. Finalizadas las presentaciones, charlé con los hombres de los otros gremios. Había al menos un miembro presente de cada uno de los de primer orden. Creció en mí la impresión de que el trabajo de los miembros en el exterior de la ciudad absorbía mucho tiempo y recursos, pues en varias ocasiones uno o varios de los hombres se disculparon por ser los únicos representantes de sus respectivos gremios en la ceremonia, ya que el resto estaba desempeñando sus labores fuera de la ciudad.

Un hecho inusual me sorprendió durante esas conversaciones. Era algo en lo que ya había reparado antes, pero a lo que no había prestado demasiada atención. Mi padre y los otros miembros del gremio de los exploradores del futuro tenían un aspecto considerablemente más avejentado que los otros. El propio Clausewitz era de complexión fuerte y se erguía majestuoso bajo su capa, no obstante la finura de sus cabellos y las líneas que le surcaban el rostro lo delataban; estimé que rondaría los cuatro mil kilómetros de edad. Mi padre me pareció también bastante viejo ahora que lo veía en compañía de sus coetáneos. Tenía aproximadamente los mismos kilómetros que Clausewitz, pero la lógica parecía dispuesta a negarlo. Si así fuera significaría que mi padre tendría casi dos mil novecientos kilómetros de edad cuando yo nací, sin embargo yo sabía que era costumbre en la ciudad engendrar hijos en cuanto se alcanzaba la madurez suficiente.

Los otros miembros de los gremios tenían una edad considerablemente menor, algunos apenas unos kilómetros mayores que yo. Ese hecho me animó un poco, pues ahora que había entrado en el mundo adulto deseaba terminar con el aprendizaje tan pronto como fuera posible. Implicaba que el aprendizaje no era un proceso con una duración estipulada y si, tal como dijo Bruch, el estatus en la ciudad era consecuencia de la habilidad de cada persona, si me aplicaba podría llegar a convertirme en un miembro de pleno derecho del gremio en un período de tiempo relativamente corto.

En la ceremonia faltaba una persona que me hubiera gustado que estuviera presente, mi amigo Gelman Jase.

Le pregunté por él a un miembro del gremio de tracción.

—¿Gelman Jase? —me dijo—. Creo que está fuera de la ciudad.

—¿No podía haber regresado para asistir a la ceremonia? —pregunté—. Compartíamos habitación en el orfanato.

—Jase estará ausente muchos kilómetros.

—¿Dónde está?

El hombre se limitó a sonreír, lo cual me molestó… ¿acaso no había prestado ya el juramento? ¿Por qué no podía decírmelo?

Reparé en que no había ningún otro aprendiz presente. ¿Se encontraban todos fuera de la ciudad? Si era así, eso significaba que puede que pronto yo mismo emprendiera la partida.

Pasados unos minutos de charla con los hombres, Clausewitz requirió la atención de todos.

—Propongo llamar a los funcionarios —dijo—. ¿Alguna objeción?

Un murmullo de aprobación general siguió a la pregunta.

—En ese caso, aprendiz —continuó Clausewitz—, te recordaré que esta será la primera de las muchas ocasiones en las que estarás ligado a tu juramento.

Clausewitz se bajó de la tribuna al tiempo que dos o tres hombres abrían las puertas de la sala. Poco a poco los otros fueron volviendo a la ceremonia. La atmósfera se relajó considerablemente, incluso oí risas entre la gente que reaparecía en la reunión. Al fondo de la sala estaban preparando una larga mesa. Los funcionarios no parecían guardar ningún rencor por su exclusión de la ceremonia que acababa de tener lugar. Seguramente era un evento tan común que se daba por sentado su funcionamiento, sin embargo me pregunté cuánto inferían de todo aquello. El secretismo deja mucho espacio para la especulación cuando es un fenómeno conocido para las personas excluidas de lo que se quiere ocultar. ¿Se limitaban a hacerlos salir de la sala cuando se producía una ceremonia de jura? ¿Acaso eso era suficiente para mantenerlos en la sombra? Hasta donde llegaba mi conocimiento ningún guardia estaba apostado en la puerta. ¿Qué impedía que cualquiera escuchara tras ella el juramento que acababa de prestar?

No me dio tiempo a considerar todo aquello, la sala se llenó rápidamente de actividad. La gente hablaba animadamente, alborotando la estancia con el estruendo del ir y venir de los grandes platos de comida y las jarras de bebidas variadas. Mi padre me fue llevando de un grupo a otro de personas, me presentó a tanta gente que pronto me resultó imposible recordar sus nombres o títulos.

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