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Authors: Jerome K. Jerome

Tres hombres en una barca (32 page)

BOOK: Tres hombres en una barca
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— La mejor combinación será que vosotros dos llevéis los remos y yo me encargue del timón...

Francamente, he de confesar que esta idea no me satisfizo, y así se lo hice comprender:

— Jamás se me hubiese ocurrido que te “arrancases” con una cosa así... Creo que lo más natural hubiese sido decir que tú y Jorge trabajaríais y a mí me dejaríais reposar un poco... Me parece que estoy haciendo más de lo que me toca y ya es hora de poner los puntos sobre las íes...

No sé por que será, pero siempre tengo el convencimiento de que trabajo más de lo debido; no es que me oponga a trabajar, nada de eso, me encanta, me entusiasma ocuparme en algo; hasta puedo permanecer sentado horas y horas pensando en estos placeres; me gusta tener el trabajo muy cerca de mí y la sola idea de separarme de una tarea me llena de congoja. Nunca podrán darme demasiado trabajo; acumularlo en grandes cantidades es casi una obsesión; mi despacho está tan lleno que no queda una pulgada de espacio libre; pronto no tendré más remedio que engrandecer la casa. Y conste que soy extremadamente cuidadoso; tengo asuntos que voy conservando amorosamente años y años y nunca les he puesto un dedo encima; siento gran orgullo hacia mi trabajo; de vez en cuando arreglo mis papeles, quitándoles el polvo amorosamente. ¡No hay quien conserve el trabajo mejor que yo; no, señor, no hay nadie! De todas maneras, a pesar de lo que me entusiasma trabajar, poseo un enorme sentido de la equidad que me hace no pedir más de lo que en justicia me corresponde por derecho propio, y no puedo tolerar que se me dé más de lo que deseo; en esta ocasión me dieron más de lo que pedía – al menos las apariencias eran así – y esto me fastidió.

— Oye, muchacho, te aconsejo que no te preocupes sobre este particular – dijo Jorge – Tienes un espíritu demasiado escrupuloso que te hace creer que tus esfuerzos son desmesurados y que rindes más que los demás... Por cierto que sólo trabajas la mitad de lo que nosotros trabajamos...

Aunque todo esto es muy bonito, estoy convencido que lo decía para consolarme.

Me he dado cuenta que cuando se va en barca la obsesión de cada miembro de la tripulación es pensar que sólo él trabaja. Harris estaba convencido de que era el único que desplegaba verdadera actividad y que Jorge y yo nos pasábamos el día en plan turista; por otra parte, Jorge estaba seguro de que Harris no hacía más que comer y dormir y tenía la certeza absoluta – más firme que una plancha de hierro – de que lo teníamos sacrificado, convertido en el esclavo de a bordo.

— Nunca he ido de excursión con un par de gandules como vosotros... – fueron sus últimas y contundentes palabras.

Esto hizo reír a Harris, que exclamó:

— ¡Que divertido!... el viejo Jorge hablando de trabajar – y las carcajadas casi no le dejaban proseguir – ¡Si a la media hora de mover un dedo está reventado!... ¿Le has visto ocuparse en algo? – preguntó volviéndose hacia mí.

— Francamente, nunca, por lo menos desde que salimos de Londres.

— Pues no se como puedes haberte enterado – vociferó Jorge mirando a Harris – porque has estado dormido casi todo el tiempo... Oye tú – gritó dirigiéndose a mí – ¿has visto a Harris bien despierto como no sea a las horas de las comidas?

La verdad me obligaba a ponerme al lado de Jorge, pues Harris no había prestado gran ayuda.

— Bueno... conformes... ¡pero siempre he hecho más que tú! – asintió mirándome insolentemente.

— Hombre... ¡es que tampoco podías haber hecho menos! – dijo Jorge.

— Supongo que Jerome cree llevar billete de lujo – remachó Harris.

Y todo esto es el agradecimiento que me demostraron por haberles llevado a ellos y su destartalada barca desde Kingston y haberles atendido amorosamente, reduciéndome a la más vil de las esclavitudes... ¡Así es la vida!

Finalmente, solventamos este punto diciendo que Harris y Jorge remarían hasta pasado Reading y después me encargaría de remolcar la barca. Remar contra la corriente no es una cosa que hoy tenga grandes atractivos para mí; en otro tiempo podía ser encargado de las tareas más pesadas, ahora prefiero ceder las oportunidades a la juventud.

Me he dado cuenta de que casi todos los viejos marineros se hacen atrás cuando es necesario trabajar de firme, y son fácilmente reconocibles; cuando vean un individuo de cierta edad, perezosamente recostado entre los almohadones del fondo de un bote, animando a los remeros con las narraciones fantásticas de sus hazañas, realizadas “el último verano”, seguro que es un “pirata fluvial”.

— A cualquier cosa llaman ustedes trabajar – gruñe entre bocanadas de espeso humo, contemplando a los dos sudorosos novatos que han estado remando contra la corriente hace más de hora y media – Les voy a contar algo que si se puede llamar trabajar – hace una pausa para soplar las cenizas de su pipa – el último verano, Jim, Bigles, Juan y yo fuimos de Marlow a Goring sin pararnos ni un segundo; ¿te acuerdas, Juan?

Juan, que con todos los abrigos y mantas se ha confeccionado un diván a proa y ha estado durmiendo durante las últimas horas, al ser requerido su testimonio, se despierta parcialmente, hace esfuerzos de memoria y acaba recordando que aquel día “soplaba un viento contrario, sencillamente horroroso”.

— Llevábamos una velocidad de treinta y cuatro millas, por lo menos – dice el primero cogiendo otro almohadón y poniéndoselo debajo de la cabeza.

— No, no, no exageres, Tom – murmura Juan, amonestándole – eran treinta y tres millas.

Y Juan y Tom, fatigadísimos por el esfuerzo, vuelven a reanudar su sueñecito. Y los incautos jovenzuelos que van a los remos, se sienten orgullosos de conducir a unos remeros tan imponentes y reman con mayor energía.

Cuando era joven acostumbraba a creer esta clase de historias que los mayores nos explicaban y las creía a pies juntillas, pero esta nueva generación carece de la fe de antaño. Nosotros, Jorge, Harris y yo, llevamos cierta vez a un novato a quien “servimos” las acostumbradas narraciones de las cosas maravillosas que habíamos realizado.

Primero le explicamos las historias corrientes, seculares mientras que han sido usadas por todos los remeros del río, luego añadimos siete historias originales, inventadas para nuestro uso particular incluyendo una bastante verosímil, basada, hasta cierto punto, en una aventura sucedida a un amigo nuestro, una historia que cualquier niño hubiese creído sin desprestigiarse lo más mínimo. Y aquel jovenzuelo imberbe se reía de todo, pretendiendo que repitiésemos aquellas hazañas, y estaba dispuesto a jugar diez contra uno a que no lo hacíamos...

Aquella mañana la dedicamos a charlar sobre nuestras experiencias “remísticas” y a recordar nuestros primeros pasos en el bello arte del remo. Por mi parte, el recuerdo más antiguo que poseo es el de una multa pagada entre cinco compañeros por haber llevado al lago de Regent Park una barca de curiosa construcción que dio como resultado nuestra estancia en la caseta del guarda el tiempo necesario para que se nos secara la ropa.

A raíz de esto, adquirí un enorme entusiasmo por el agua y llevé a cabo una especie de aprendizaje en diversos campos de las fábricas de ladrillos; estos ejercicios poseen mayor interés y emoción cuando uno se encuentra en un depósito de agua y el propietario de los materiales utilizados en la confección de la balsa aparece súbitamente en la orilla enarbolando, con aires poco afectuosos, una enorme estaca.

La primera sensación que uno experimenta es no sentir deseos de verle, y si pudiera evitar cruzar unas palabras con él, sin por ello cometer ninguna descortesía, sería completamente feliz; de ahí que los esfuerzos vayan encaminados a desembarcar en el lado opuesto del depósito y marchar a casa rápida y silenciosamente, pretendiendo no haberse dado cuenta de su presencia; no obstante, los deseos del inesperado e indeseable visitante son los de darle un apretón de manos y cruzar expresivas frases. Parece ser que conoce a su padre y es gran amigo suyo; sin embargo, esto no resulta muy interesante y uno persiste en sus propósitos de desembarque; dice que le va a enseñar a coger sus tablones para construir balsas, pero puesto que uno ya lo sabe hacer por sí solo, el ofrecimiento, aunque indudablemente bondadoso, parece superfluo y no se quiere, de ninguna manera, molestarle aceptando lo propuesta.

A pesar de la evidente falta de interés hacia su persona, rayana en la incorrección, él continua deseoso de hablarle de cerca, y la energía con que recorre las orillas del depósito, esperando el momento de su desembarque, es más halagadora. Si pertenece a la categoría de hombres de poca estatura y escasa capacidad pulmonar, entonces es posible esquivar el encuentro, mas si es joven y de largas piernas, todos los intentos de evasiva son completamente inútiles; nada en el mundo logrará librarle de sus garras.

De todas maneras hay que confesar que la entrevista es muy breve, la mayor parte de su conversación va a su cargo, uno se limita a exclamaciones y monosílabos y tan pronto como puede escabullirse lo hace con la mayor rapidez.

Durante tres meses me dediqué a este deporte favorito, y habiendo conseguido dominarlo, decidí remar de verdad y me hice socio de uno de los club de Lead. Salir con un bote en el río, especialmente los sábados por la tarde, es la mayor práctica que se puede desear; rápidamente se aprende a patronear una embarcación, a evitar los abordajes y hundimientos; también concede innumerables oportunidades para adquirir la más rápida y elegante forma de tenderse en el fondo del mar y esquivar las cuerdas de los remolcadores.

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