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Authors: Noe Casado

Tags: #Erótico, Romántico

Treinta noches con Olivia (26 page)

BOOK: Treinta noches con Olivia
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Ambos sabían a lo que iban. Negarlo, además de necio, era absurdo; así que, cuando él empezó a besuquearla cada vez que podía, ella le respondía de forma provocadora, levantándose unos centímetros la falda, lo justo para tentarlo, lamiéndose los labios, exagerando el gesto, palpándole por encima de los pantalones… lo que considerase más oportuno en cada momento.

Los dos, más calientes que el pico de una plancha, llegaron, con la ropa puesta hasta la casa y, nada más entrar, ella lo arrinconó contra la pared.

—Te veo muy efusiva hoy —bromeó él.

—¿Te molesta? —preguntó ella. Sólo faltaba que fuera de esos que siempre quieren llevar la voz cantante.

—¿Tú que crees? —Le mordió el labio inferior, la agarró de las caderas y se restregó contra ella.

—Que estamos perdiendo el tiempo hablando.

—No podría estar más de acuerdo. ¿En tu habitación o en la mía? —preguntó, mientras le desabrochaba los botones del vestido.

—Creí que no podías esperar más. ¿Que te parece aquí mismo? —sugirió ella. Por dos buenas razones, la primera y evidente, sus preliminares habían durado demasiado, y segunda, si acababan en una cama, dormirían juntos y eso sí que no.

Él la miró un instante antes de esbozar una peligrosa sonrisa. Iba lista si pensaba que se iba a achicar ante semejante reto.

—Con que lo diga uno vale.

Con las manos de los dos entretenidas en desvestirse y en tocarse, caminaron a trompicones hasta el sofá, donde él volvió a tomar las riendas de la situación.

La giró y la empujó contra el respaldo, de tal modo que ella dejara a la vista su apetecible trasero enfundado en un minúsculo tanga morado. Tan sexy como inoportuno.

—Esto tiene que desaparecer —indicó él bajándoselo a toda prisa; en el recorrido descendente le acarició desde los muslos hasta los tobillos.

Ella sintió ese primer escalofrío predecesor de muchos más.

No sabía si ayudaba o no, pero meneó el culo de forma seductora.

—Dime que tienes a mano condones —murmuró ella.

—La duda ofende. —Sacó su cartera del bolsillo trasero de sus pantalones y le entregó tres envoltorios.

—Veo que tus expectativas esta noche están muy altas —aseveró ella con una sonrisa. Desde luego, ella saldría beneficiada.

Ella se giró para colaborar, o dicho de otro modo, desnudarlo. Esa camisa, seguro que de las caras, tenía un tacto increíble, pero la cosa mejoraría si lo acariciaba directamente sobre su pecho.

Lo hizo, botón a botón, lentamente, para que él comprendiera que, si se lo proponía, ella lo haría sufrir. Sin dejar de mirarlo a los ojos. Como una mujer decidida y segura de sí misma.

—Supongo que en tu neceser tendrás un lápiz de labios rojo fuerte.

A ella la desconcertaron tales palabras.

—¿Perdón? Esto… ¿qué? ¿Para qué narices quieres un pintalabios ahora? —Y entonces decidió ser un poco más traviesa—. No me digas que quieres usarlo tú.

—No digas chorradas —replicó, seguro de sí mismo—. Ésta es una ocasión ideal para que lo traigas.

—Primero dime para qué.

—Con esos tacones que llevas, y que por supuesto no voy a dejar que te quites, podrías pintarte los labios y después hacerme una buena mamada.

Ella puso los ojos en blanco para no reírse.

—Eres tan predecible… ¡Todos lo sois!

—Oye, seré todo lo predecible que quieras, pero ver cómo te la meto en la boca y cómo tus labios, bien rojos, hacen un trabajo fino es simplemente una petición de lo más razonable.

A ella se le escapó una risita tonta. Lo había dicho con tal aplomo y convicción que sólo por eso iba a darle el gusto.

—Ahora vuelvo.

La vio caminar sobre sus zapatillas de cuña, moviendo el culo de forma tan sensual que se tuvo que apoyar en el sofá para no ser él quien acabara de rodillas. Joder, qué suerte haberla encontrado.

Dos minutos después, ella reapareció pintada de un rojo fuerte y poniéndole morritos, para desesperación de un hombre impaciente.

—¿Así te va bien? —preguntó ella, que también se había molestado en perfilárselos de tal forma que dieran la impresión de ser más carnosos.

—Perfecto —murmuró con admiración—. Ahora, si eres tan amable, camina hacia aquí, déjate caer de rodillas y que comience el espectáculo —indicó él mientras llevaba las manos a su cinturón para abreviar los trámites necesarios.

—Deja eso —susurró ella haciéndolo temblar de anticipación, colocándose frente a él con aplomo—. Ya me encargo yo.

Él apartó las manos inmediatamente.

—Faltaría más.

De nuevo mirándolo fijamente, se deshizo de forma eficiente de sus pantalones y sus bóxers. Podría haber sido mala, un poco más en todo caso, y hacerlo sufrir. Pero no, se inclinó hacia adelante para darle primero un sonoro beso en la punta.

—¡Joder! —Y eso que no había hecho más que empezar.

Después, valiéndose de sus manos, se apoyó en su pecho y las arrastró por su cuerpo, dejando a su paso un rastro invisible pero muy efectivo sobre su piel. Lo vio cerrar los ojos un instante a la vez que inspiraba; sin duda, intentaba no quedar en evidencia ante ella. A su favor había que reconocer que el hombre se esforzaba por hacer que aquello durase más de cinco segundos.

—Mira atentamente… —le murmuró al colocarse de rodillas—… Lo que estoy a punto de hacerte… —Notó cómo él se agarraba con fuerza al sofá cuando, a pesar de que su aliento era la única caricia, se puso aún más duro si cabe—…. Lo vas a recordar toda tu vida.

—No lo dudes —acertó a decir.

Y tenía que esforzarse para decirlo ya que toda su atención estaba en su polla, que contempló encantado cuando vio la marca roja. Puede que en sus fantasías más atrevidas ocurrieran estas cosas, pero nunca imaginó poder hacerlas realidad.

Que Olivia era hábil en el sexo oral ya lo sabía, pero lo que hacía que cada encuentro fuera diferente era ese extraño componente, mezcla de una buena técnica e improvisación. Ella había aceptado su sugerencia con normalidad, no se había ofendido ni molestado y además había añadido su toque personal.

—Hum… —ronroneó ella para darle más efectividad a sus labios.

Thomas dejó de aferrarse con una mano al sofá para jugar con su melena y así impedir que le tapara aquel espectáculo.

Ella, por su parte, no se creía que hubiera aceptado llevar a la práctica aquel topicazo de película X. Pero, si una aspiraba a divertirse, a disfrutar y a experimentar, no se puede ir poniendo pegas, ni cerrarse en banda. Tenía claro que si algo la hacía sentir incómoda se negaría en redondo, pero hasta la fecha no podía quejarse.

Olivia alternaba las succiones profundas y sonoras, amplificadas aún más por el silencio reinante en la casa, con otras más leves, apenas un roce. Mordisqueándole el glande sin dejar sus manos ociosas, pues con una le acariciaba el interior de los muslos y con otra los tensos testículos.

—Me estás matando… ¡Joder, qué bueno! —Embistió con las caderas porque ya no podía permanecer más tiempo quieto. Era una reacción lógica.

—Lo intento, no lo dudes —dijo ella en voz muy baja—. Estás a puntito, ¿eh?

Se la metió en la boca de tal forma que él tuvo que cerrar los ojos. Desconocía si alguien puede palmarla mientras le hacen una mamada, pero, en todo caso, qué forma más increíble de morir.

—Eres jodidamente buena. Mi polla y yo te estaremos eternamente agradecidos.

—¿Eso ha sido un cumplido?

—Por supuesto —respondió o gruñó él.

—Pues aún queda lo mejor —le anunció siguiendo con esa voz insinuante y perversa que tan bien le iba al momento.

Y ella no mintió. A partir de aquel momento no paró ni un segundo. Combinaba a la perfección la presión de sus labios, con mayor o menor fuerza, incluso mordisqueándolo con cuidado para no dañarlo. Sus manos seguían tocándolo por todas las partes a las que podían alcanzar, en sitios donde, en principio, uno no se espera que lo toquen, como el estómago. Pero donde realmente se sorprendió fue cuando presionó debajo de sus testículos, donde halló un punto que le era desconocido.

Pensaba que a esas alturas lo sabía todo referente al sexo, uno podía ser más o menos afortunado en función de la pericia de una compañera de cama, pero con esa mujer tenía que replantearse muchas cosas.

Buscaba puntos que hasta ahora ni se había molestado en considerar y ¡joder con el resultado! Si a eso le añadía la ambientación y la escenificación…

Pero, lo que realmente hacía que fuera la mamada con mayúsculas, era el interés que le ponía ella.

El movimiento de sus caderas iba parejo con su alborotada respiración. Ella lo controlaba para no atragantarse, pero estaba encantada. Por fin ponía en práctica todas las teorías que había leído y con excelentes resultados.

Ya no había vuelta atrás. Notó en su boca el primer signo de que él estaba a punto de correrse; a ese líquido preseminal le siguió toda su eyaculación, al tiempo que le estrujaba el pelo y la sujetaba por la nuca, como si pensara que iba a apartarse.

Thomas se dio cuenta de su brusquedad y se separó. En un minuto o dos diría algo coherente.

Olivia se incorporó e intentó no hacer ningún comentario sobre su capacidad de recarga.

Metida como estaba en su papel de devoradora de hombres, se pegó a él, puso la boca sobre su oreja, le agarró la polla y le murmuró:

—Espero que esto sea temporal y antes de que amanezca esto… —Le dio un suave balanceo a su pene—… Se recupere.

—Y en el hipotético caso de que no sea así tengo manos y lengua para dejarte exhausta —aseveró, convencido de que su miembro no iba a dejarlo en mal lugar; nunca se apuesta todo a una carta.

Eso a ella le encantó, decía mucho a su favor. Pocos hombres admitían algo así. Todo giraba alrededor del pene: si no hay erección, por lo visto no hay diversión.

Le sonrió de forma pecaminosa, a la espera. Ella también iba a tener su momento.

36

Él, ya en vías de recuperación, la besó primero, porque le apetecía y porque llevaba un buen rato sin hacerlo. Después, de forma expeditiva la hizo girar y que ella se doblara sobre el respaldo del sofá.

Esa noche no podía limitarse a lo básico.

Empezó a acariciar su columna vertebral, de forma hipnótica, incluso asexual.

Pero a Olivia, en aquel momento, cualquier leve toque la encendía como nunca. Su cuerpo hipersensibilizado respondía aumentando aún más su excitación.

La postura no le favorecía, pues eso de tener su culo expuesto no era lo que se dice atractivo. Además estaba subida en sus zapatillas de cuña y, debido a la presión que él ejercía sobre su espalda, sus pies prácticamente se apoyaban en la punta, como una bailarina.

—¿Sabes? En la universidad podías tirarte cada día a una distinta.

Ella giró la cabeza, ¿a santo de qué salía ahora con eso?

—Me alegro por ti —murmuró intentando no dar pie a más conversación.

—En aquellos días sólo importaba la cantidad, no la calidad.

—La teoría esa de esparcir todo el ADN posible… Ya, la conozco —alegó molesta. No quería cháchara precisamente.

Él amplió su masaje, no sólo por sus vértebras, sino que también empezó a bajar la mano, de tal forma que la separación entre sus nalgas recibían su toque.

—Veo que de vez en cuando sí prestas atención a lo que digo.

«Más de lo que me gustaría», pensó, pero simplemente se encogió de hombros.

Cuando sus caricias pasaron de ser distraídas pasadas a intencionados toques, comenzó a inquietarse.

—En aquella época podías hacer casi de todo. El alcohol y otras sustancias hacían difícil negarse. Podías, en una misma noche, tirarte a varias, por separado o en grupo.

«Eso es precisamente lo que no quiero escuchar», pensó Olivia. Pero ella era una mujer de mundo.

—Vamos, que te hartaste de follar.

—Sí. —Él sonrió aunque no pudiera verlo, resultaba agradable poder hablar de ello sin que se ofendiera—. Supongo que a esa edad no miras mucho lo que haces.

—Eres de los que piensan que, en caso de guerra, cualquier agujero es trinchera, ¿no?

Eso lo hizo reír abiertamente. Sólo Olivia era capaz de lograrlo.

—Pero, visto con la perspectiva de los años, aquello no era sexo.

—Ah —dijo simplemente para que él pensara que estaba interesada en esa disertación tan extraña. A saber adónde quería llegar.

—Por eso creo que esta noche me gustaría probar algo… diferente… algo que pude haber hecho pero que, por las prisas, pasé por alto.

El primer atisbo de inquietud la atravesó, sus palabras daban a entender algo que ya había intuido cuando él empezó a tocarla en el culo.

—No quiero jorobar el momento pero… —comenzó ella intentando incorporarse.

—Quienes lo han probado dicen que es diferente. A la excitación evidente del sexo se le suma lo prohibido.

—No es para tanto —mintió ella como una bellaca. Había leído mucho y variado sobre sexo anal, y, cómo no, siempre le entraba curiosidad, pero no pasaba de ahí.

—Pues ha llegado el momento de comprobarlo por mí mismo, ¿no te parece?

—Preferiría dejarlo para otro día —intentó despistarlo.

—Ni hablar. Te tengo en la postura ideal y me he preocupado de comprar condones con extra de lubricación. Así no tendremos problemas.

Ella inspiró, tenía que negarse, decirle abiertamente que no estaba por la labor. Si algo tenía claro era hasta dónde quería llegar.

—No creo que… —De nuevo su intento de negarse quedó en agua de borrajas. Él seguía acariciándola de tal forma que su cuerpo iba aceptando la intrusión.

Respiró un instante cuando él se apartó para buscar la cartera en su pantalón y sacar los preservativos.

—Otro día me lo tienes que poner con la boca —murmuró él concentrado un instante en desenrollar el látex sobre su erección.

—No se me da bien. —Y era cierto.

Ella, que estaba húmeda y preparada desde hacía un buen rato (desde que regresaron de la verbena, para ser exactos), no quería experimentar ni nada parecido.

—Ya aprenderás —comentó distraídamente con esa típica indolencia suya—. Ahora concentrémonos en lo importante.

—No —se negó de nuevo ella, aunque no con la vehemencia que debiera.

Él se limitó a seguir con su tarea, preparándola. Puede que para ella esas cosas no fueran nuevas, pero de ningún modo pretendía causarle daño. Al menos físico.

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