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Authors: Jared Diamond

Tags: #Divulgación Científica, Sexualidad

¿Por qué es divertido el sexo? (4 page)

BOOK: ¿Por qué es divertido el sexo?
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Los genes que determinan las estructuras anatómicas particulares o los instintos con más posibilidades de asegurar la supervivencia de la prole que porta esos genes tenderán a aumentar en frecuencia. Esta afirmación puede ser reformulada: las estructuras anatómicas y los instintos que promueven la supervivencia y el éxito reproductivo tienden a resultar establecidos (genéticamente programados) mediante la selección natural. Pero la necesidad de hacer afirmaciones farragosas como éstas surge con suma frecuencia en cualquier discusión sobre biología evolutiva; de ahí que los biólogos recurran rutinariamente al lenguaje antropomórfico para condensar tales afirmaciones: dicen, por ejemplo, que un animal «elige» hacer algo o persigue una determinada estrategia. Este vocabulario sintético no debe ser malentendido, como si implicara que los animales hacen cálculos conscientes.

Durante mucho tiempo, los biólogos evolutivos pensaron en la selección natural como algo que promovía en cierta forma «el bien de las especies». De hecho, sin embargo, la selección natural incide inicialmente en animales y plantas a título individual. La selección natural no es sólo una lucha entre especies (poblaciones completas), ni tampoco sólo una lucha entre individuos de especies diferentes, ni sólo entre individuos coespecíficos de la misma edad y sexo. La selección natural puede ser también una lucha entre progenitores y su prole, o una lucha entre compañeros, porque el interés personal de los progenitores y de su prole, o de la madre y el padre, puede no coincidir. Lo que hace que los individuos de una edad y sexo tengan éxito en la transmisión de sus genes podría no incrementar el éxito de otras clases de individuos.

En particular, mientras que la selección natural favorece tanto a las hembras como a los machos que dejan tras de sí mucha prole, la mejor estrategia para ello podría ser diferente en el caso de las madres o en el de los padres. Esto genera un conflicto implícito entre los progenitores, conclusión que ya demasiados humanos no necesitan que les revelen los científicos. Bromeamos acerca de la batalla de los sexos, pero la batalla no es ni un chiste ni un accidente aberrante sobre cómo se comportan los padres o las madres, considerados individualmente en determinadas ocasiones. De hecho, es absolutamente cierto que el comportamiento que promueve el interés genético del macho podría no promover necesariamente el de su coprogenitora femenina, y viceversa. Este hecho cruel es una de las causas fundamentales de la desgracia humana. Consideremos de nuevo el caso del macho y de la hembra que acaban de copular para producir un óvulo fertilizado, y que ahora se enfrentan a la «elección» de qué hacer después. Si el óvulo tiene alguna posibilidad de sobrevivir sin asistencia, y si tanto el padre como la madre pueden producir muchos más óvulos fertilizados en el tiempo que dedicarían a atender a ese primer óvulo fertilizado, entonces los intereses de la madre, así como los del padre, coinciden en que se abandone el óvulo. Pero supongamos ahora que el óvulo o huevo recién fertilizado, puesto o incubado, o la prole recién nacida, tienen absolutamente cero posibilidades de sobrevivir a menos que sean cuidados por un progenitor. Entonces surge un verdadero conflicto de intereses. Si un progenitor tuviera éxito en endosar la obligación del cuidado parental al otro progenitor, y después partiera en busca de un nuevo compañero sexual, habría promovido sus intereses genéticos a expensas del progenitor abandonado. El que endosa promocionará realmente sus egoístas metas evolutivas dejando abandonado a su compañero o compañera y a su prole.

En esos casos en los que la atención prestada por un progenitor es esencial para la supervivencia de la prole, el cuidado de ésta puede ser concebido como una carrera de sangre fría entre la madre y el padre para ser el primero en abandonar al otro y a su prole mutua, poniendo manos a la obra en producir más crías. La conveniencia o inconveniencia de abandonarlos depende de si puedes contar con tu antiguo compañero para llevar a término la cría de los jóvenes, y de si después tienes probabilidades de encontrar un nuevo compañero receptivo. Es como si, en el momento de la fertilización, la madre y el padre jugaran al juego del gallina
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, se miraran el uno al otro y dijeran simultáneamente: «¡Me voy a largar y voy a encontrar un nuevo compañero, y tú puedes cuidar de este embrión si quieres, pero aunque no quieras, yo no lo haré!» Si en esa carrera para abandonar al embrión ambas partes aceptan la apuesta de la otra, entonces el embrión muere y ambos progenitores pierden el juego del gallina. ¿Qué progenitor tiene más posibilidades de echarse atrás?

La respuesta depende de consideraciones tales como qué progenitor ha invertido más en el huevo fertilizado y cuál tiene mejores perspectivas alternativas. Como he dicho antes, ninguno dé los progenitores hace un cálculo consciente; en lugar de ello; las acciones de ambos progenitores están programadas genéticamente mediante selección natural dentro de la anatomía y los instintos de su sexo. En muchas especies animales la hembra se echa atrás y se convierte en el único progenitor mientras el macho deserta, pero en otras el macho asume la responsabilidad y la hembra deserta, e incluso en otras especies más; ambos progenitores asumen una responsabilidad compartida. Esta variedad de resultados depende de tres conjuntos interrelacionados de factores cuyas diferencias entre los sexos varían según las especies: inversión en el embrión o huevo ya fertilizado; oportunidades alternativas que podrían ser desperdiciadas por un ulterior cuidado del huevo o embrión ya fertilizado; y confianza en la maternidad o paternidad del embrión o huevo.

Todos sabemos por experiencia que somos mucho más reacios a abandonar una empresa en marcha en la que hemos invertido mucho que otra en la que sólo hemos invertido un poco. Esto se cumple con respecto a nuestras inversiones en relaciones humanas, en proyectos de negocios o en el mercado de valores, sin tener en cuenta si nuestra inversión se produce en forma de dinero, tiempo o esfuerzo. Terminamos tranquilamente con una relación que se tuerce en la primera cita, y dejamos de intentar reconstruir las piezas de un juguete barato cuando nos encontramos con la primera dificultad; pero agonizamos cuando nos enfrentamos a la ruptura de un matrimonio de veinticinco años o a una remodelación doméstica cara.

El mismo principio se aplica a la inversión parental en la prole potencial. Incluso en el momento en el que un óvulo es fertilizado por un espermatozoide, el embrión fertilizado resultante representa generalmente una mayor inversión para la hembra que para el macho, debido a que en la mayoría de las especies animales el óvulo es mucho más grande que el espermatozoide. Mientras que tanto óvulos como espermatozoides contienen cromosomas, el óvulo contiene además suficientes nutrientes y maquinaria metabólica como para mantener durante algún tiempo el desarrollo posterior del embrión, por lo menos hasta que pueda comenzar a alimentarse por sí mismo. El espermatozoide, por cl contrario, sólo necesita contener un motor flagelar y suficiente energía para accionar ese motor y mantener la natación, como mucho, durante unos pocos días. Como resultado de ello, un óvulo humano maduro tiene grosso modo un millón de veces más masa que el espermatozoide que lo fertiliza; el factor correspondiente para los kiwis es de mil billones, y de ahí que el embrión fertilizado, visto simplemente como un proyecto de construcción en un estadio temprano, represente una inversión totalmente trivial de masa corporal de su padre comparada con la de su madre. Pero esto no significa que la hembra haya perdido automáticamente el juego del gallina antes del momento de la concepción. Junto con el único espermatozoide que ha fertilizado el óvulo, el macho habría producido varios cientos de millones más de espermatozoides en la eyaculación, así que su inversión total podría no ser muy distinta a la de la hembra.

El acto de fertilizar un óvulo se describe como interno o externo, dependiendo de si tiene lugar dentro o fuera del cuerpo de la hembra. La fertilización externa caracteriza a la mayoría de las especies de peces y anfibios. Por ejemplo, en la mayoría de las especies de peces una hembra y un macho cercano descargan simultáneamente sus óvulos y espermatozoides en el agua, donde tiene lugar la fertilización. En la fertilización externa, la inversión de la hembra concluye en el momento en que expulsa los óvulos; se puede entonces dejar a los embriones flotando para que se las arreglen por sí mismos sin cuidado parental, o pueden recibir cuidado de uno de los progenitores, dependiendo de las especies.

Más familiar para los humanos resulta la fertilización interna, la inyección de esperma del macho (por ejemplo, vía un pené intromisivo) en el interior del cuerpo de la hembra. Lo siguiente que sucede en la mayoría de las especies es que la hembra no expulsa inmediatamente los embriones, sino que los retiene en su cuerpo durante un período de desarrollo hasta que están más cerca del estadio en el que pueden sobrevivir por sí mismos. En ocasiones, la prole podría estar contenida dentro de una cáscara protectora para su expulsión, junto con una provisión de energía en forma de yema, como en todas las aves, muchos reptiles y los mamíferos monotremas (el ornitorrinco y los equidnas de Australia y Nueva Guinea). De manera alternativa, el embrión podría continuar creciendo dentro de la madre hasta ser «parido» sin una cáscara en vez de ser «puesto» como un huevo. Esta alternativa, llamada viviparismo (del latín «nacer vivo») nos caracteriza a nosotros y al resto de los mamíferos, excepto los monotremas, junto con algunos peces, reptiles y anfibios. El viviparismo requiere estructuras internas especializadas —de las cuales la placenta de los mamíferos es la más compleja— para la transferencia de nutrientes desde la madre hasta su embrión en desarrollo y la transferencia de 108 residuos desde el embrión hasta la madre.

Así pues, la fertilización interna obliga a la madre a una inversión ulterior en el embrión después de la inversión ya realizada para producir el óvulo hasta que éste es fertilizado. Ella utiliza calcio y nutrientes de su propio cuerpo con el fin de construir una cáscara y la yema, o bien utiliza sus nutrientes para crear el propio cuerpo del embrión. Además de esa inversión de nutrientes, la madre también está obligada a invertir el tiempo necesario para el embarazo. El resultado es que la inversión de una madre fertilizada internamente en el momento de poner el huevo o dar a luz, en relación con la del padre, posiblemente sea mucho mayor que la de una madre fertilizada externamente en el momento de desovar un óvulo no fertilizado. Por ejemplo, cerca del final de un embarazo de nueve meses, el gasto de energía y tiempo de una madre humana es colosal en comparación con la ligera y patética inversión de su marido o novio durante los pocos minutos que le llevó copular y expulsar su mililitro de esperma.

Como consecuencia de esa inversión desigual de madres y padres en los embriones fertilizados internamente resulta más difícil para la madre escaquearse de la incubación o el cuidado parental después del nacimiento; si es que se requiere alguno. Este cuidado adquiere muchas formas: por ejemplo, la lactancia por parte de las madres mamíferas, la custodia de los huevos por parte de las madres aligatores, y la incubación de los huevos por parte de las madres pitones. Sin embargo; como veremos, hay otras circunstancias que podrían inducir al padre a dejar de escaquearse y comenzar a asumir la responsabilidad compartida o incluso única de su prole.

He mencionado que tres conjuntos relacionados de factores influyen en la «elección» de un progenitor para ser cuidador; y que la magnitud relativa de la inversi6n en los jóvenes es sólo uno de tales factores. Un segundo factor es la oportunidad desperdiciada. Imagina que eres un progenitor animal contemplando tu prole recién nacida y calculando fríamente tu propio interés genético mientras consideras lo que deberías hacer con tu tiempo. Esa prole porta tus genes; y su posibilidad de supervivencia para perpetuarlos indudablemente mejoraría si te quedaras cerca para protegerla y alimentarla. Si no hay ninguna otra cosa en la que emplear tu tiempo para perpetuar tus genes, tus intereses estarían mejor atendidos si cuidaras de esa prole y no intentaras escaquearte de tu compañero dejándole como único progenitor. Por otro lado, si se te ocurren formas de difundir tus genes a muchas más proles en el mismo lapso de tiempo, ciertamente deberías hacerlo y abandonar a tu compañero actual y a la prole.

Consideremos ahora un padre y tina madre animales procediendo ambos a ese cálculo momentos después de haberse apareado para producir algunos embriones fertilizados. Si la fertilización es externa, ni el padre ni la madre están automáticamente comprometidos a nada más, y ambos son teóricamente libres para buscar otro compañero con el cual producir más embriones fertilizados. Es cierto que sus embriones recién fertilizados podrían necesitar algo de cuidado, pero la madre y el padre son igualmente capaces de intentar endosarle al otro el suministro de ese cuidado. Pero si la fertilización es interna, la hembra está ahora preñada y comprometida a alimentar a los embriones fertilizados hasta que nazcan o sean puestos. Si es un mamífero, está comprometida durante todavía más tiempo, durante el período de la lactancia. Durante este período no obtiene ningún bien genético copulando con otro macho, porque no puede con ello producir más crías. Es decir, no pierde riada si se dedica al cuidado de los jóvenes.

Pero el macho que acaba de descargar su muestra de esperma dentro de una hembra está disponible un momento después para descargar otra muestra de esperma dentro de otra hembra, y transmitir potencialmente así sus genes a más prole. Un hombre, por ejemplo, produce alrededor de doscientos millones de espermatozoides en una eyaculación; o, como mínimo, unas pocas decenas de millones, si los informes de un descenso en los recuentos de espermatozoides humanos en recientes décadas son correctos. Eyaculando una vez cada veintiocho días durante el embarazo de 280 días de su reciente compañera —una frecuencia de eyaculación fácilmente al alcance de la mayoría de los hombres—, emitiría el esperma suficiente para fertilizar a cada una de los dos mil millones de mujeres reproductivamente maduras del mundo, si tan sólo pudiera arreglárselas para que todas ellas recibieran uno de sus espermatozoides. Esta es la lógica evolutiva que induce a tantos hombres a abandonar a una mujer exactamente después de dejarla embarazada y pasar a la siguiente. Un hombre que se dedica al cuidado de los niños renuncia potencialmente a muchas oportunidades alternativas. Una lógica similar se aplica a los machos y las hembras de la mayoría de los demás animales fertilizados internamente. Estas oportunidades alternativas disponibles para los machos contribuyen al patrón predominante en el mundo animal de que sean las hembras las que proporcionan el cuidado a las crías.

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