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Authors: Hunter S. Thompson

Tags: #Relato

Miedo y asco en Las Vegas (10 page)

BOOK: Miedo y asco en Las Vegas
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Aaauuu… Mamá.

¿
Puede ser realmente esto… el final
?

¡No!

¿Quién cantaba aquello? ¿
Oía
realmente aquello en el tocadiscos precisamente en aquel momento? ¿A las 9:19 de esta horrible mañana gris en el Bar de Bill el Salvaje?

No. Era cosa de mi cerebro, algún eco perdido hacía mucho de un penoso amanecer en Toronto… hacía mucho, estando medio loco, en otro mundo… aunque no diferente.

¡SOCORRO!

¿Cuántas espantosas noches y horribles mañanas más podría prolongarse aquella mierda? ¿Cuánto tiempo pueden
tolerar
el organismo y el cerebro esta locura inevitable y terrible? Este crujir de dientes, este baño de sudor, esta palpitación en las sienes… se desmadran venitas azules delante de las orejas, sesenta y sesenta horas sin dormir…

¡Y ahora eso en la máquina de discos! Sí, no hay duda… ¿y por qué no? Una canción muy popular: «Como un puente sobre aguas turbulentas… me tenderé…»

BUM. Paranoia relampagueante. ¿Qué clase de psicótico ratacabrón pondría
esa
canción precisamente ahora, en este momento? ¿Me ha seguido alguien hasta aquí? ¿Sabe la camarera quién soy? ¿Puede
verme
detrás de estas gafas de espejo?

Los encargados de bares y los camareros suelen ser unos traidores, pero en este caso concreto se trata de una gorda antipática de mediana edad que lleva un muu-muu
[7]
 y un mono Iron Boy… probablemente la mujer de Bill el Salvaje.

Dios, olas malignas de paranoia, locura, miedo y asco… en este lugar hay unas vibraciones insoportables. Fuera. Escapa… y, de pronto, me doy cuenta, un chispazo definitivo de astucia lunática antes de que caiga la oscuridad, de que mi plazo legal para presentarme en el hotel no es hasta el mediodía… lo cual me da por lo menos dos horas para devorar autopista a toda marcha y salir legítimamente de este maldito estado antes de convertirme en un fugitivo a los ojos de la ley.

Suerte maravillosa. Cuando suene la alarma, quizás esté yo ya entre Needles y el Valle de la Muerte con el acelerador a fondo y agitando el puño a Efrem Zimbalis, Jr., que baja hacia mi en su helicóptero Aguila Aullante/FBI.

PUEDES CORRER PERO NO PUEDES OCULTARTE
[8]

Te jodes, Efrem, que no es así.

Para ti y para la gente del Mint, aún estoy allá arriba en la 1850 (legal y espiritualmente aunque no en carne y hueso) con un letrero de «No molesten» colgado en la puerta para protegerme de los intrusos. Las camareras no se acercarán a esa habitación mientras cuelgue del manubrio de la puerta el letrero. Mi abogado se encargó de eso… y encargó también seiscientas pastillas de jabón Neutrogena que aún tengo que entregar en Malibú. ¿Qué hará con eso el FBI? ¿Qué significa este gran Tiburón Rojo lleno de pastillas de jabón Neutrogena? Todo completamente legal. Las camareras nos
dieron
el jabón. Lo jurarán… ¿o no?

Por supuesto que no. Esas malditas camareras traidoras jurarán que dos locos armados hasta los dientes las amenazaron con una Vincent Black Shadow, obligándolas a entregar todo su jabón.

¡Dios bendito! ¿Hay un sacerdote en esta taberna? ¡Quiero confesarme! ¡Soy un maldito pecador! Venial, mortal, carnal, capitales, menores… como quieras llamarlo, Señor… soy culpable.

Pero hazme este último favor: concédeme sólo cinco horas mas a máxima velocidad antes de dejar caer el martillo; déjame librarme de este maldito coche y salir de este horrible desierto.

En realidad no es pedir tanto, Señor, porque la increíble verdad última es que no soy culpable. Lo único que hice fue tomarme en
serio
tus galimatías… y, ¿ves dónde me llevó? Mis primitivos instintos cristianos me han hecho un delincuente.

Cuando cruzaba el casino a las seis de la mañana con una maleta llena de pomelos y camisetas de manga corta «Mint 400», recuerdo que me decía a mí mismo, una y otra vez: «No eres culpable». Esto es sólo un recurso necesario para evitar una escena desagradable. Después de todo, yo no establecí ningún acuerdo vinculante; Se trata de una
deuda institucional
… no es nada personal. Toda esta maldita pesadilla es culpa de esa
revista
irresponsable. Un imbécil de Nueva York fue el causante de esto. Fue idea
suya
, Señor. No mía.

Y ahora mírame: medio loco de miedo, a casi doscientos por hora por el Valle de la Muerte en un coche que nunca quise siquiera. ¡Maldito cabrón! ¡Esto es obra
tuya
! Sería mejor que te cuidases de mí, Señor… porque si no, me tendrás
en tus manos
.

12. VELOCIDAD INFERNAL… FORCEJEO CON LA PATRULLA DE AUTOPISTAS DE CALIFORNIA… MANO A MANO EN LA AUTOPISTA 61

Martes, doce y media… Baker, California… En la Cervecería Ballantine ahora, borracho-zombie y nervioso. Conozco esta sensación: tres o cuatro días de sople, drogas, sol, no dormir y liquidar todas las reservas de adrenalina… una especie de subida tambaleante y temblona que significa que se acerca el derrumbe. ¿Pero cuándo? ¿Cuánto más? Esta tensión es parte de la subida. La posibilidad del colapso físico y mental es muy real ya…

…pero el colapso no se plantea siquiera; como solución e incluso como alternativa mala, es
inaceptable
. Sí, no hay duda. Es la hora de la verdad, la fina y fatídica línea que separa control y desastre… que es también la diferencia entre seguir suelto y fantasmagórico por las calles, o pasar los próximos cinco años de mañanas de verano jugando al baloncesto en el patio del penal en Carson City.

Ninguna simpatía por el diablo; no lo olvides. Compra el billete, haz el viaje… y si de cuando en cuando algo resulta más pesado de lo que había imaginado, bien… puedes quizás atribuírselo a una
expansión de la conciencia
forzada: sintoniza, frica, agótate. Todo está en la biblia de Kesey… El Punto Extremo de la Realidad.

Y basta de mala palabrería; ni siquiera Ken Kesey puede ayudarme ahora. Acabo de tener dos experiencias sentimentales muy negativas: una con la patrulla de autopistas de California y otra con un autostopista fantasma que puede que fuese, y puede que no, quien yo pensé que era… y ahora, que me siento al borde mismo de una crisis psicótica grave, estoy plantado aquí con mi magnetófono en una «cervecería» que es, en realidad, la parte trasera de una inmensa «Cuadra Ferretería»: toda clase de arados y arneses y sacos de fertilizantes apilados, y me pregunto cómo ha podido pasar todo.

Unas cinco millas atrás, tuve un incidente con la patrulla de autopistas de California. No me pararon ni me persiguieron: nada normal. Siempre conduzco como es debido. Quizás algo rápido, pero siempre con consumada habilidad y una sensibilidad innata para la carretera que hasta los polis reconocen. No ha nacido aún el poli que no sea un mamón a la hora de hacer un Cambio Controlado a gran velocidad
rodeando
uno de esos cruces en trébol de las autopistas.

Pocas personas entienden la psicología del trato con un poli de tráfico de autopista. El tipo normal que va a gran velocidad se aterra y se hace a un lado inmediatamente cuando ve detrás la gran luz roja… y entonces empiezan las disculpas, el pedir piedad.

Esto es un error. Provoca desprecio en el corazón del poli. Lo que hay que hacer cuando vas a ciento sesenta o así y de pronto ves un patrullero parpadeando su luz roja detrás… bueno, lo que uno quiere hacer entonces es
acelerar
. No pares nunca al primer aullido de sirena. Aprieta a fondo y obliga al cabrón a cazarte a velocidades superiores a los ciento noventa. Te seguirá hasta la próxima salida. Pero no sabrá que hacer cuando tu luz roja diga que vas a girar a la izquierda.

Esto es para indicarle que estás buscando el lugar adecuado para parar y hablar… tú sigue dando la señal y espera que aparezca una rampa de desvío, una de esas en cuesta de curva muy cerrada, con un letrero que dice «Velocidad Máxima 25»… y la táctica, entonces, es dejar bruscamente la autopista y meterte por el tobogán por lo menos a ciento sesenta. El apretará los frenos más o menos a la vez que aprietes tú los tuyos, pero tardará un momento en darse cuenta de que está a punto de hacer un giro de ciento ochenta grados a esa velocidad… y tú sin embargo estarás
preparado
para él, fortalecido por la fuerza de la gravedad y la rápida maniobra talón-dedo gordo del pie y, con un poco de suerte, habrás parado en seco a un lado de la carretera al final de la curva y estarás de pie junto a tu automóvil cuando él te alcance.

Al principio, no se mostrará razonable… pero no importa. Déjale que se calme. Querrá decir la primera palabra. Déjale que lo haga. Su cerebro estará hecho un lío. Quizás empiece a balbucir, e incluso puede que saque el revólver. Déjale que se desahogue. Tú sonríe. La cosa es indicarle que tú tenías un control total sobre ti mismo y sobre tu vehículo… mientras que él perdió el control de todo.

Es útil tener una placa policía/prensa en la cartera cuando se calme lo suficiente para pedirte el carnet. Yo tenía una… pero también tenía una lata de cerveza en la mano. No me di cuenta de que la tenía hasta ese momento. Me sentía con un control completo de la situación… pero cuando bajé la vista y vi aquella pequeña bomba-prueba rojo/plata en mi mano, me di cuenta de estaba jodido…

E1 exceso de velocidad es una cosa, pero Conducir Borracho es otra muy distinta. El poli pareció captar esto: que yo había estropeado toda mi representación al olvidarme de la lata de cerveza. Se relajó, llegó incluso a sonreír. Yo hice lo mismo. Porque los dos comprendimos, en aquel momento, que mi número de bombardero borracho había sido una pérdida total de tiempo: nos habíamos meado de miedo los dos por nada en absoluto, porque el hecho de que yo tuviese aquella lata de cerveza en la mano descartaba por completo cualquier discusión sobre un «exceso de velocidad».

Aceptó mi cartera abierta con la mano izquierda y luego extendió la derecha hacia la lata de cerveza.

—¿Puedo coger eso? —preguntó.

—¿Por qué no? —dije.

La cogió, luego la alzó entre los dos y vertió la cerveza en la carretera. Yo sonreí, despreocupado ya.

—Estaba calentándose ya, de todos modos —dije.

Justo detrás de mí, en el asiento trasero del Tiburón, pude ver unas diez latas de cerveza caliente y una docena de pomelos o así. Me había olvidado por completo de ellos, pero ahora eran demasiado evidentes para que ninguno de los dos lo ignorase. Mi culpa era tan evidente y abrumadora que sobraban explicaciones.

El poli lo entendió.

—Supongo que se da cuenta —dijo— de que esto es un delito…

—Sí —dije—. Lo sé. Soy culpable. Lo entiendo perfectamente. Sabía que era un delito, pero de todos modos lo hice.

Hice una pausa, me encogí de hombros y añadí:

—¿Por qué coño discutir? Soy un infractor de mierda.

—Esa es una extraña actitud —dijo él.

Le miré fijamente, dándome cuenta por primera vez de que estaba tratando con un simpático joven de ojos brillantes, de unos treinta años, que parecía disfrutar con su trabajo.

—Sabe —dijo—, tengo la impresión de que le vendría muy bien echarse una siesta.

Luego cabeceó y dijo:

—Hay una zona de descanso un poco más allá. ¿Por qué no se acerca hasta allí y duerme unas horas?

Comprendí inmediatamente lo que me estaba diciendo pero, por alguna razón disparatada, negué con un gesto.

—Una siesta no serviría de nada —dije—. Llevo demasiado tiempo sin dormir. Tres o cuatro noches. Ya ni me acuerdo. Si me echase a dormir ahora, estaría veinte horas durmiendo.

Dios mío, pensé, ¿qué he dicho? Este cabrón está intentando ser humano. Podría llevarme directamente a la cárcel y, sin embargo, me está diciendo que eche una siesta. Por amor de Dios, dile que sí: Sí, oficial, claro que utilizaré esa zona de descanso. Y no sabe lo que le agradezco esta oportunidad que quiere darme…

Pero no… yo estaba insistiendo en que si me soltaba seguiría como un tiro hasta Los Angeles, lo cual era cierto, pero, ¿por qué decirlo? ¿Por qué presionarle? No era el momento oportuno para enseñar las cartas. Esto es el Valle de la Muerte… contrólate.

Por supuesto. Contrólate.

—Mire —dije—. He estado en Las Vegas cubriendo el Mint 400.

Señalé la pegatina «VIP Aparcamiento» del parabrisas.

—Increíble —dije—. Todas aquellas motos y aquellos todo terreno dos días corriendo por el desierto. ¿Lo ha visto usted?

Sonrió, moviendo la cabeza con una especie de melancólica comprensión. Me di cuenta de que estaba pensando.

¿Era yo peligroso? ¿Estaba él preparado para la escena malévola, desagradable y prolongada que seguiría si me detenía? ¿Cuántas horas extras tendría que pasarse pendiente del juzgado, esperando a declarar contra mí? ¿Y qué clase de monstruoso abogado sacaría yo en su contra?

Yo lo sabía, pero ¿cómo podía saberlo él?

—Está bien —dijo—. Vamos a hacer una cosa. Lo que voy a apuntar en mi cuaderno, como si fuese al mediodía, es que yo le paré… por conducir demasiado deprisa, dadas las circunstancias, y le aconsejé… con este aviso escrito —me lo entregó—, que no pasase de la próxima zona de descanso… ése es su destino, ¿de acuerdo? Y allí piensa usted dormir una larga siesta…

Volvió a colocarse el cuaderno en el cinturón.

—¿Me ha entendido usted bien? —preguntó, mientras daba la vuelta.

Me encogí de hombros.

—¿Qué distancia hay a Baker? Tenía pensado parar allí a a comer.

—Eso queda ya fuera de mi jurisdicción —dijo—. Los límites de la ciudad quedan tres kilómetros y medio después de la zona de descanso. ¿Podrá llegar usted hasta allí? —sonrió melancólicamente.

—Lo intentaré —dije—. Llevo mucho tiempo queriendo ir a Baker. Me han hablado de ese sitio.

—Un pescado excelente —dijo—. Con un carácter como el suyo, probablemente quiera probar el cangrejo de tierra. Vaya al Majestic Diner.

Moví la cabeza y volví al coche, sintiéndome violado. El cerdo me había derrotado en todos los frentes, y ahora se largaba muy satisfecho, riéndose… para apostarse al oeste de la ciudad esperando que yo intentase seguir viaje a Los Angeles.

Volví a la autopista y crucé la zona de descanso hasta la intersección, donde tuve que girar a la derecha para meterme en Baker. Cuando me acercaba a la curva vi… Dios mío, es él autostopista, el mismo chaval que habíamos cogido y aterrorizado cuando íbamos camino de Las Vegas. Nuestras miradas se encontraron cuando aminoré la marcha para tomar la curva. Estuve a punto de decirle adiós, pero cuando le vi bajar el pulgar pensé, no, no es el momento… sabe Dios lo que habrá dicho el muchacho de nosotros cuando volvió por fin al pueblo.

BOOK: Miedo y asco en Las Vegas
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