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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Los límites de la Fundación (55 page)

BOOK: Los límites de la Fundación
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—¿Y no harán nada para impedirlo? —preguntó Trevize con estupefacción.

—Absolutamente nada. Sí usted está seguro de que la dominación de Términus hará menos daño a la Galaxia que cualquier otra alternativa, contribuiremos gustosamente al establecimiento de dicha dominación, incluso a costa de nuestra propia destrucción.

»Por otra parte, quizás encuentre el campo mentálico del orador Gendibal y quizás entonces una sus esfuerzos multiplicados por la computadora a los de él. En este caso, él se librará de mí y me rechazará. Quizás entonces ajuste la mente de la alcaldesa y, en combinación con sus naves, establezca la dominación física sobre Gaia y asegure la supremacía continuada del Plan Seldon. Gaia no hará nada para impedirlo.

»O puede que encuentre mi campo mentálico y se una a él, en cuyo caso la Galaxia viviente se pondrá en marcha hasta llegar a su realización, no en esta generación o la próxima, sino tras siglos de trabajo durante los que el Plan Seldon continuará. La elección es suya.

La alcaldesa Branno dijo:

—¡Espere! No tome la decisión todavía. ¿Puedo hablar?

Novi contestó:

—Puede hablar sin reservas. Igual que el orador Gendibal.

—Consejero Trevize —dijo Branno—. La última vez que nos vimos en Términus, usted declaró: «Quizá llegue el día, señora alcaldesa, en que usted me pida un esfuerzo. Entonces haré lo que me parezca mejor, pero recordaré estos dos últimos días.» —No sé si previó todo esto, o intuyó que sucedería, o simplemente tenía lo que esta mujer que habla de una Galaxia viviente llama talento para la corrección. En cualquier caso, usted estaba en lo cierto. Le pido que haga un esfuerzo por el bien de la Confederación.

»Tal vez sienta la tentación de vengarse de mí por haberle arrestado y exiliado. Le pido que recuerde que lo hice por lo que consideraba el bien de la Confederación de la Fundación. Incluso si me equivoqué o incluso si actué por un despiadado egoísmo, recuerde que fui yo quien lo hice, y no la Confederación. No destruya ahora toda la Confederación por un deseo de desquitarse por lo que yo sola le he hecho. Recuerde que es un miembro de la Fundación y un ser humano, que no quiere ser una cifra en los planes de los insensibles matemáticos de Trántor o menos que una cifra en un revoltijo galáctico de vida y no vida. Usted quiere que usted mismo, sus descendientes, sus compatriotas, sean organismos independientes, con libre albedrío. Sólo esto importa.

»Estos otros pueden decirle que nuestro Imperio llevará al derramamiento de sangre y a la miseria, pero no es necesario. Podemos elegir libremente si debe ser así o no. Podemos escoger que no sea así. Y, en todo caso, es mejor ir a la derrota con libre albedrío que vivir en una seguridad sin sentido como piezas de una máquina. Observe que ahora le están pidiendo que tome una decisión como un ser humano con voluntad propia. Esas cosas de Gaia son incapaces de decidir nada porque su maquinaria no se lo permite, de modo que dependen de usted. Y se destruirán a sí mismos si usted se lo ordena. ¿Es eso lo que desea para toda la Galaxia?

Trevize respondió:

—No sé si tengo libre albedrío, alcaldesa. Mi mente puede haber sido manipulada sutilmente, con objeto de que dé la contestación deseada.

—Su mente está intacta —dijo Novi—. Si pudiéramos ajustarla para favorecer nuestros propósitos, esta reunión sería innecesaria. Si fuéramos tan amorales, habríamos hecho lo que hubiésemos considerado más agradable para nosotros sin preocuparnos de las necesidades y del bien de la humanidad en conjunto.

—Creo que ahora me toca a mí hablar —dijo Gendibal—. Consejero Trevize, no se deje guiar por la estrechez de miras. El hecho de que haya nacido en Términus no debe impulsarle a creer que Términus debe anteponerse a la Galaxia. Ya hace cinco siglos que la Galaxia actúa en conformidad con el Plan Seldon, dentro y fuera de la Confederación de la Fundación.

»Usted forma, y ha formado, parte del Plan Seldon por encima y más allá de su papel secundario de miembro de la Fundación. No haga nada para alterar el Plan, ni por un limitado concepto de patriotismo ni por un romántico anhelo de cosas nuevas y experimentales. Los miembros de la Segunda Fundación no pondrán trabas de ninguna clase al libre albedrío de la humanidad. Somos guías, no déspotas.

»Y ofrecemos un Segundo Imperio Galáctico fundamentalmente distinto al Primero. A lo largo de la historia humana, ninguna década de las decenas de miles de años transcurridas desde el inicio de los viajes hiperespaciales se ha librado de derramamientos de sangre y muertes violentas en toda la Galaxia, incluso en aquellas épocas en que la misma Fundación estaba en paz. Escoja a la alcaldesa Branno y eso continuará indefinidamente. Será una lamentable rutina. El Plan Seldon al fin nos ofrece una liberación, y no a costa de convertirnos en un átomo más de una Galaxia de átomos, siendo reducidos a la igualdad con la hierba, las bacterias y el polvo.

Novi dijo:

—Estoy de acuerdo con lo que el orador Gendibal ha declarado sobre el Segundo Imperio de la Primera Fundación. Sin embargo, no lo estoy con lo que ha declarado sobre el de ellos. Al fin y al cabo, los oradores de Trántor son seres humanos libres e independientes y siempre lo han sido. ¿Están libres de rivalidades destructivas, de luchas políticas, de querer progresar a cualquier precio? ¿No hay disputas e incluso odios en la Mesa de Oradores, y serán siempre unos guías a los que ustedes se atrevan a seguir? Haga jurar al orador Gendibal por su honor y pregúnteselo.

—No es necesario hacerme jurar por mi honor —replicó Gendibal—. Admito libremente que en la Mesa tenemos nuestros odios, rivalidades y traiciones. Pero una vez se toma una decisión, todos la acatan. Jamás ha habido una excepción.

—¿Y si no hago ninguna elección? —dijo Trevize.

—Tiene que hacerla —contestó Novi—. Sabrá que es lo correcto y, por lo tanto, hará una elección.

—¿Y si intento elegir y no puedo?

—Tiene que hacerlo.

—¿De cuánto tiempo dispongo? —preguntó Trevize.

—Hasta que esté seguro, tarde lo que tarde —repuso Novi.

Trevize guardó silencio.

Aunque los otros también se mantenían en silencio, a Trevize le pareció oír los latidos de su corriente sanguínea.

Oyó la voz de la alcaldesa decir firmemente:

—¡Libre albedrío!

La voz del orador Gendibal dijo perentoriamente:

—¡Guía y paz!

La voz de Novi dijo con anhelo:

—Vida.

Trevize se volvió y encontró a Pelorat mirándole fijamente.

—Janov, ¿ha oído todo esto? —le preguntó.

—Sí, lo he oído, Golan.

—¿Qué opina?

—La decisión no es mía.

—Lo sé. Pero dígame qué opina.

—No lo sé. Las tres alternativas me asustan. Y, sin embargo, me viene a la memoria un pensamiento un tanto extraño…

—¿Sí?

—La primera vez que salimos al espacio, usted me enseñó la Galaxia. ¿Lo recuerda?

—Desde luego.

—Usted aceleró el tiempo y la Galaxia giró visiblemente. Y yo dije, como anticipándome a este mismo momento: «La Galaxia parece una cosa viviente, arrastrándose por el espacio.» ¿Cree que, en cierto sentido, ya está viva?

Y Trevize, al recordar aquel momento, se sintió repentinamente seguro. De pronto recordó su corazonada de que Pelorat también desempeñaría un papel esencial. Se volvió de prisa, ansioso de no tener tiempo para pensar, para dudar, para mostrarse indeciso.

Colocó las manos sobre las terminales y pensó con una intensidad desconocida hasta entonces.

Había tomado la decisión, la decisión de la que dependía el destino de la Galaxia.

Conclusión
88

La alcaldesa Harla Branno tenía motivo para estar satisfecha. La visita de Estado no había durado mucho, pero había sido enormemente productiva.

Como en un deliberado intento de evitar la arrogancia, dijo:

—Por supuesto, no podemos confiar totalmente en ellos.

Se hallaba observando la pantalla. Las naves de la flota estaban, una por una, en el hiperespacio y regresaban a sus bases normales.

No cabría ninguna duda de que su presencia había impresionado a Sayshell, pero no podían haber dejado de advertir dos cosas: una, que las naves habían permanecido en espacio de la Fundación en todo momento; dos, que una vez Branno había indicado que se marcharan, realmente se marchaban con celeridad.

Por otra parte, Sayshell tampoco olvidaría que esas naves podían ser llamadas nuevamente a la frontera con un día de antelación, o menos. Era una maniobra que había combinado una demostración de poder y una demostración de buena voluntad.

—Cierto —repuso Kodell—, no podemos confiar totalmente en ellos, pero tampoco podemos confiar totalmente en nadie de la Galaxia, y Sayshell observará los términos del acuerdo por su propio interés. Hemos sido generosos.

—Lo más importante es elaborar los detalles y pronostico que eso requerirá meses. Las pinceladas generales pueden aceptarse en un momento, pero luego vienen los matices: cómo disponemos la cuarentena de importaciones y exportaciones, cómo pesamos el valor de su grano y ganado comparados con los nuestros, y así sucesivamente —dijo Branno.

—Lo sé, pero con el tiempo se hará y el mérito será suyo, alcaldesa. Era una jugada audaz y admito que yo dudaba de su cordura.

—Vamos, Liono. Sólo era cuestión de que la Fundación reconociese el orgullo sayshelliano. Han conservado una cierta independencia desde los primeros tiempos. En realidad, es admirable.

—Sí, ahora que ya no nos estorbará más.

—Exactamente, de modo que sólo era necesario doblegar nuestro propio orgullo como un gesto hacia ellos. Admito que me costó un esfuerzo decidir que yo, en calidad de alcaldesa de una Confederación poderosísima, debía condescender a visitar un grupo estelar provincial, pero una vez tomé la decisión no me dolió demasiado. Y les agradó. Tuvimos que confiar en que aprobarían la visita cuando trasladamos nuestras naves a la frontera, pero significó ser humilde y sonreír mucho.

Kodell asintió.

—Abandonamos la apariencia del poder para preservar su esencia.

—Exactamente… ¿Quién dijo eso?

—Creo que se dice en una obra de Eriden, pero no estoy seguro. Podemos preguntárselo a alguno de nuestros literatos cuando lleguemos a casa.

—Si me acuerdo. Tenemos que apresurar la devolución de la visita por parte de los sayshellianos a Términus y encargarnos de que reciban el trato adecuado como iguales. Y me temo, Liono, que deberá tomar medidas extremas de seguridad. Es posible que nuestros exaltados se indignen y no sería prudente someterlos a la menor humillación o manifestación de protesta.

—Desde luego —contestó Kodell—. Por cierto, fue una jugada muy hábil enviar a Trevize.

—¿Mi pararrayos? Funcionó mejor de lo que yo misma pensaba, la verdad. Se presentó en Sayshell y atrajo el rayo en forma de protestas con una velocidad que me pareció increíble. ¡Espacio! Fue una excusa perfecta para mi visita; preocupación de que un ciudadano de la Fundación hubiese podido molestarles y gratitud por su indulgencia.

—¡Muy astuto! Sin embargo— ¿no cree que habría sido mejor traer a Trevize con nosotros?

—No. Pensándolo bien, prefiero tenerle en cualquier lugar menos en Términus. Allí sería un factor perturbador. Sus tonterías sobre la Segunda Fundación sirvieron de excusa para enviarle fuera y, naturalmente, contábamos con Pelorat para llevarle a Sayshell, pero no quiero que regrese y continúe difundiendo esas tonterías. Nunca se sabe adónde nos llevaría eso.

Kodell se rió entre dientes.

—Dudo que jamás volvamos a encontrar a alguien más crédulo que un académico intelectual. Me pregunto cuánto habría tragado Pelorat si le hubiésemos alentado.

—Creer en la existencia literal del mítico Gaia sayshelliano fue más que suficiente…, pero olvidémoslo. Tendremos que enfrentarnos con el Consejo en cuanto regresemos, y necesitaremos sus votos para el tratado sayshelliano. Por fortuna poseemos la declaración de Trevize en el sentido de que abandonó Términus voluntariamente. Daré una disculpa oficial por el breve arresto de Trevize y eso satisfará al Consejo.

—Puedo confiar en usted para dar jabón, alcaldesa —dijo Kodell con sequedad—. ¿Ha considerado, no obstante, que Trevize puede seguir buscando la Segunda Fundación?

—Déjelo —repuso Branno, encogiéndose de hombros—, mientras no lo haga en Términus. Lo mantendrá ocupado y no lo llevará a ningún sitio. La existencia continuada de la Segunda Fundación es nuestro mito del siglo, tal como Gaia es el mito de Sayshell.

Se recostó en la butaca y dio muestras de una gran jovialidad.

—Y ahora tenemos Sayshell en nuestro poder… y cuando ellos se den cuenta, será demasiado tarde para librarse. Así que el desarrollo de la Fundación continúa y continuará, ininterrumpida y regularmente.

—Y el mérito será sólo suyo, alcaldesa.

—Tampoco eso me había pasado inadvertido —dijo Branno, y su nave se introdujo en el hiperespacio y reapareció en el espacio cercano a Términus.

89

El orador Stor Gendibal, de nuevo en su propia nave, tenía motivo para estar satisfecho. El encuentro con la Primera Fundación no había durado mucho, pero había sido enormemente productivo.

Había enviado un mensaje sin mencionar su triunfo. Por el momento, sólo era necesario informar al primer orador de que todo había ido bien (como él mismo habría adivinado por el hecho de no haber tenido que utilizar la fuerza general de la Segunda Fundación). Los detalles vendrían luego.

Describiría cómo un delicado y pequeñísimo ajuste en la mente de la alcaldesa Branno había desviado sus pensamientos de la grandiosidad imperialista a la utilidad práctica de un tratado comercial; cómo un delicado ajuste en la mente del caudillo de la Unión de Sayshell había impulsado una invitación a la alcaldesa para parlamentar, y cómo, de allí en adelante, se había llegado a un acercamiento sin ningún otro ajuste y con Compor de regreso hacia Términus en su propia nave para velar por el cumplimiento del acuerdo. Casi había sido, pensó Gendibal con complacencia, un ejemplo de libro de texto sobre los buenos resultados logrados por una mentálica bien aplicada.

Estaba seguro de que eso aplastaría a la oradora Delarmi, y causaría su propia exaltación a primer orador poco después de la presentación de los detalles en una reunión formal de la Mesa.

Y no se negaba a sí mismo la importancia de la presencia de Sura Novi, aunque eso no había por qué recalcarlo ante los oradores en general. No sólo había sido esencial para su victoria, sino que le daba la excusa que ahora necesitaba para dar rienda suelta a un impulso infantil (y muy humano, pues incluso los oradores son humanos) de mostrar su alborozo ante lo que sin duda era una admiración garantizada.

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