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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Los límites de la Fundación (38 page)

BOOK: Los límites de la Fundación
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—No lo crea, Janov. Lo ha hecho por puro formulismo. Se ha asegurado de que iríamos a Gaia. Janov, usted me admira por haber arrancado la información a Quintesetz. Lo siento, pero no merezco esa admiración. Aunque no hubiera hecho absolutamente nada, nos la habría dado. Aunque me hubiera tapado los oídos, me la habría gritado.

—¿Por qué dice eso, Golan? Es una locura.

—¿Paranoide? Sí, lo sé. —Trevize se volvió hacia la computadora, se concentró intensamente y declaró —: No intentan detenernos. No hay naves en los alrededores y no se detecta ninguna señal de peligro.

Se volvió de nuevo hacia Pelorat y dijo:

—Vamos a ver, Janov, ¿cómo descubrió la existencia de Gaia? Usted sabía que Gaia existía cuando aún estábamos en Términus. Sabía que se hallaba en el Sector de Sayshell. Sabía que el nombre equivalía a la Tierra. ¿Cómo se enteró de todo esto?

Pelorat pareció envararse y repuso:

—Si estuviese en mi despacho de Términus, podría consultar los archivos. No lo he traído todo, y no recuerdo en qué fecha descubrí esto o aquello.

—Pues inténtelo —dijo Trevize con severidad—. Tenga en cuenta que los mismos sayshellianos se niegan a hablar de tema. Son tan reacios a hablar de Gaia que han alentado la superstición de que no existe tal planeta en el espacio ordinario. De hecho, puedo decirle algo más. ¡Observe!

Trevize se volvió hacia la computadora y alargó las manos hacia los soportes con la desenvoltura de una larga experiencia. Cuando estableció contacto notó, como siempre, que una parte de su voluntad fluía hacia fuera.

—Este es el mapa galáctico de la computadora, tal como existía en su banco de datos antes de que aterrizáramos en Sayshell. Voy a mostrarle la porción del mapa que representa el cielo nocturno de Sayshell tal como lo vimos anoche.

La habitación se oscureció y una representación de un cielo nocturno surgió en la pantalla.

Pelorat comentó en voz baja:

—Tan hermoso como lo vimos en Sayshell.

—Más hermoso —dijo Trevize con impaciencia—. No hay interferencias atmosféricas de ninguna clase, ni nubes, ni absorción en el horizonte. Pero espere, déjeme realizar un ajuste.

El paisaje cambió, dándoles la incómoda sensación de que eran ellos quienes se movían. Pelorat se agarró instintivamente a los brazos de la butaca para estabilizarse.

—¡Allí! —exclamó Trevize—. ¿Lo reconoce?

—Por supuesto. Son las Cinco Hermanas, el pentágono de estrellas que nos enseñó Quintesetz. Es inconfundible.

—En efecto. Pero ¿dónde está Gaia?

Pelorat parpadeó. No había ninguna estrella mortecina en el centro.

—No está ahí —dijo.

—Exactamente. No está ahí. Y eso es porque su emplazamiento no está incluido en el banco de datos de la computadora. Puesto que resultaría absurdo suponer que dicha omisión se haya hecho deliberadamente por nuestra causa, deduzco que para los galactógrafos de la Fundación que elaboraron ese banco de datos, y que tenían una enorme cantidad de información a su disposición, Gaia era desconocido.

—¿Supone que si hubiéramos ido a Trántor…? —empezó Pelorat.

—Sospecho que allí tampoco habríamos encontrado datos sobre Gaia. Los sayshellianos mantienen su existencia en secreto y, lo que es más, sospecho que los gaianos también lo hacen. Usted mismo me dijo que algunos mundos procuraban pasar desapercibidos para evitar impuestos o interferencias exteriores.

—Normalmente —explicó Pelorat—, cuando los cartógrafos y estadísticos descubren un mundo de éstos, se encuentran en una sección poco poblada de la Galaxia. Su aislamiento les permite esconderse.

Gaia no está aislado.

—Así es. Esa es otra de las cosas que lo hacen anormal. Dejemos este mapa en la pantalla para que usted y yo podamos seguir ponderando la ignorancia de nuestros galactógrafos y permítame volver a preguntárselo… En vista de esta ignorancia por parte de personas tan bien informadas, ¿cómo se enteró usted de la existencia de Gaia?

—He estado reuniendo datos acerca de mitos sobre la Tierra, leyendas sobre la Tierra, e historias sobre la Tierra durante más de treinta años, mi querido Golan. Sin mis archivos completos, ¿cómo puedo yo…?

—Debemos intentarlo, Janov. ¿Se enteró de su existencia, digamos, en los quince primeros años de su investigación o en los quince últimos?

—¡Ah! Bueno, si vamos a ser tan imprecisos, fue últimamente.

—Estoy seguro de que puede concretar un poco más. Supongamos que le sugiero que fue en los dos últimos años.

Trevize forzó la vista en dirección a Pelorat; le resultó imposible ver su cara en la penumbra, y aumentó ligeramente la intensidad de la luz. El fulgor del cielo nocturno reflejado en la pantalla disminuyó en proporción. La expresión de Pelorat era impasible y no revelaba nada..

—¿Y bien? —inquirió Trevize.

—Estoy pensando —contestó Pelorat con suavidad—. Es posible que tenga razón. No podría jurarlo. Cuando escribí a Jimbor, de la Universidad de Ledbet, no le mencioné Gaia, aunque en este caso no habría sido oportuno hacerlo así, y eso fue en… veamos… en el 95, hace tres años. Creo que tiene razón, Golan.

—Y, ¿cómo se enteró? —preguntó Trevize—. ¿Por un comunicado? ¿Un libro? ¿Un artículo científico? ¿Una canción antigua? ¿Cómo? ¡Vamos!

Pelorat se recostó en la butaca y cruzó los brazos. Se sumió en sus pensamientos y no se movió. Trevize no dijo nada y esperó.

Finalmente Pelorat declaró:

—Por medio de un comunicado privado. Pero no me pregunte de quién, mi querido muchacho. No lo recuerdo.

Trevize movió las manos sobre su cinturón. Las notaba sudorosas debido a sus esfuerzos por obtener información sin poner las palabras en la boca del otro.

—¿De un historiador? ¿De un experto en mitología? ¿De un galactógrafo? —preguntó.

—Es inútil. No puedo relacionar un nombre con el comunicado..

—Porque, tal vez, no había ninguno.

—Oh, no. Eso no parece posible.

—¿Por qué? ¿Habría usted rechazado un comunicado anónimo?

—Supongo que no.

—¿Recibió alguno?

—Recibo alguno muy de vez en cuando. Últimamente había llegado a ser muy conocido en ciertos círculos académicos como coleccionista de determinados mitos y leyendas, y algunos de mis corresponsales habían sido tan amables de expedirme material recogido de fuentes no académicas. A veces no podía atribuirse a nadie en particular.

—Sí, pero, ¿recibió alguna vez información anónima directamente, y no por medio de algún corresponsal académico? —dijo Trevize.

—Alguna vez, pero muy pocas.

—Y, ¿puede estar seguro de que no fue así en el caso de Gaia?

—Esos comunicados anónimos son algo tan insólito que debería recordar si fue así en este caso. Sin embargo, no puedo asegurar que la información no tenía un origen anónimo. De todos modos, eso no es decir que recibí la información de una fuente anónima.

—Lo comprendo. Pero es una posibilidad, ¿no?

Pelorat respondió, muy de mala gana:

—Supongo que sí. Pero, ¿qué significa todo esto?

—Aún no he terminado —dijo Trevize con tono perentorio—. ¿De dónde procedía la información, anónima o no? ¿De qué mundo?

Pelorat se encogió de hombros.

—La verdad, no tengo ni la menor idea.

—¿Pudo ser Sayshell?

—Ya se lo he dicho. No lo sé.

—Estoy sugiriéndole que la recibió desde Sayshell.

—Puede sugerir todo lo que quiera, pero eso no lo convierte necesariamente en un hecho.

—¿No? Cuando Quintesetz señaló la estrella mortecina del centro de las Cinco Hermanas, usted supo inmediatamente que era Gaia. Se lo dijo después a Quintesetz, identificándola antes que él. ¿Lo recuerda?

—Sí, por supuesto.

—¿Cómo fue posible? ¿Cómo supo enseguida que la estrella mortecina era Gaia?

—Porque en el material que yo tenía sobre Gaia, raramente se la designaba por ese nombre. Los eufemismos eran corrientes, y muy distintos. Uno de los eufemismos, repetido varias veces, era «el Hermano Menor de las Cinco Hermanas». Otro era «el Centro del Pentágono» y a veces se la denominaba «o Pentágono». Cuando Ouintesetz nos enseñó las Cinco Hermanas y la estrella central, las alusiones me vinieron irresistiblemente a la memoria.

—Nunca me había mencionado esas alusiones con anterioridad.

—No sabía qué significaban y no pensaba que fuese necesario tratar el asunto con usted, que no era un… —Pelorat titubeó.

—¿Especialista?

—Sí.

—Se hace cargo, supongo, de que el pentágono de las Cinco Estrellas es una forma enteramente relativa.

—¿Qué quiere decir?

Trevize se rió afectuosamente.

—¡Oh, viejo gusano de superficie! ¿Acaso cree que el cielo tiene una forma objetiva propia? ¿Que las estrellas están clavadas en un lugar determinado? El pentágono tiene la forma que tiene desde la superficie de los mundos del sistema planetario al que pertenece el planeta Sayshell, y sólo desde ahí. Desde un planeta que gire en torno a cualquier otra estrella, el aspecto de las Cinco Hermanas es distinto. Por un lado, se ven desde un ángulo distinto; por otro, las cinco estrellas del pentágono están a distintas distancias de Sayshell y, vistas desde otros ángulos, podría no haber relación visible entre todas ellas. Una o dos estrellas podrían estar en una mitad del cielo, y las demás en la otra mitad. Mire…

Trevize volvió a oscurecer la habitación y se inclinó sobre la computadora.

—Ochenta y seis sistemas planetarios habitados constituyen la Unión de Sayshell. Mantengamos Gaia, o el lugar donde Gaia debería estar, en el mismo sitio —al decir esto, un pequeño círculo rojo apareció en el centro del pentágono de las Cinco Hermanas—, y comprobemos cómo ven el cielo desde uno cualquiera de los otros ochenta y seis mundos tomado al azar.

El cielo cambió y Pelorat parpadeó. El pequeño círculo rojo permaneció en el centro de la pantalla, pero las Cinco Hermanas habían desaparecido. Había estrellas brillantes en las proximidades, pero ningún pentágono bien definido. El cielo cambió otra vez, y otra, y otra. Siguió cambiando. El círculo rojo permaneció siempre en su lugar, pero en ningún momento apareció un pequeño pentágono de estrellas igualmente brillantes. Algunas veces apareció un deformado pentágono de estrellas desigualmente brillantes, pero nada igualaba al hermoso asterismo que Quintesetz había señalado.

—¿Ha tenido suficiente? —preguntó Trevize—. —Se lo aseguro, las Cinco Hermanas no pueden verse exactamente como las hemos visto desde cualquier mundo habitado más que desde los mundos del sistema planetario de Sayshell.

—El panorama sayshelliano debió de ser exportado a otros planetas. En la época imperial había muchos proverbios, algunos de los cuales se reflejan incluso en los nuestros, que estaban centrados en Trántor —dijo Pelorat.

—¿Siendo Sayshell tan reservado sobre Gaia como sabemos que es? Y, ¿por qué iban a mostrarse interesados unos mundos no pertenecientes a la Unión de Sayshell? ¿Por qué iba a importarles un «Hermano Menor de las Cinco Hermanas» si no veían nada de esto en su propio cielo?

—Quizá tenga razón.

—Entonces, ¿no comprende que su información original tuvo que proceder del mismo Sayshell? No de algún lugar de la Unión, sino específicamente del sistema planetario al que pertenece el mundo capital de la Unión.

Pelorat meneó la cabeza.

—Lo dice como si tuviera que ser así, pero yo no lo recuerdo. Simplemente, no lo recuerdo.

—Sin embargo, ve la fuerza del argumento, ¿verdad?

—Sí, así es.

—Y ahora… ¿Cuándo cree que pudo originarse la leyenda?

—En cualquier época. Supongo que surgió a principios de la Era Imperial. Parece una antigua…

—Se equivoca, Janov. Las Cinco Hermanas están relativamente cerca del planeta Sayshell, por esa razón son tan brillantes. En consecuencia, cuatro de ellas tienen un movimiento propio y ninguna forma parte de la misma familia, de modo que se mueven en direcciones distintas. Observe lo que ocurre si hago retroceder lentamente el mapa en el tiempo.

También ahora el círculo rojo que señalaba el emplazamiento de Gaia permaneció en su lugar, pero el pentágono fue deshaciéndose, a medida que cuatro de las estrellas se alejaban en distintas direcciones y la quinta se desplazaba ligeramente.

—Mire eso, Janov —dijo Trevize—. ¿Le parece que eso era un pentágono regular?

—Claramente asimétrico —respondió Pelorat.

—Y, ¿está Gaia en el centro?

—No, está muy hacia el lado.

—Muy bien. Así es cómo se veía el asterismo hace ciento cincuenta años. Un siglo y medio, eso es todo.

El material que usted recibió acerca del «Centro del Pentágono», y demás no tenía sentido hasta este siglo en ningún sitio, ni siquiera en Sayshell. El material que usted recibió tuvo que originarse en Sayshell y a lo largo de este siglo, quizás en la última década. Y lo recibió, a pesar de que Sayshell sea tan reservado acerca de Gaia.

Trevize encendió las luces, apagó el mapa estelar, y miró seriamente a Pelorat.

—Estoy desconcertado. ¿Qué significa todo esto? —dijo Pelorat.

—¿Y a mi me lo pregunta? ¡Piense! Un buen día se me ocurrió la idea de que la Segunda Fundación aún existía. Estaba haciendo un discurso durante mi campaña electoral. Inicié una pequeña estrategia emocional destinada a obtener el voto de los indecisos con un dramático «Si la Segunda Fundación aún existiera…» y poco después me dije a mí mismo: ¿Y si realmente existiera todavía? Empecé a leer libros de historia y al cabo de una semana, estaba convencido.

No había ninguna prueba terminante, pero siempre he creído tener el don de llegar a la conclusión correcta basándome en simples especulaciones. Sin embargo, esta vez…

Trevize caviló un poco, y luego prosiguió:

—Y mire lo que ha sucedido desde entonces. De todas las personas, escogí a Compor para confidente y me traicionó. Después de eso la alcaldesa Branno me hizo arrestar y me envió al exilio. ¿Por qué al exilio, en vez de limitarse a encarcelarme, o a tratar de imponerme silencio con amenazas? ¿Y por qué en una nave último modelo que me da el extraordinaria poder de saltar a través de la Galaxia? ¿Y por qué insiste precisamente en que vaya con usted y sugiere que le ayude a buscar la Tierra?

Y, ¿por qué estaba yo tan seguro de que no debíamos ir a Trántor? Estaba convencido de que existía un lugar mejor para nuestras investigaciones y entonces usted me habla del misterioso mundo de Gaia, respecto al cual, como ahora sabemos, recibió información en circunstancias inexplicables.

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