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Authors: Alfredo del Barrio

La reliquia de Yahveh (36 page)

BOOK: La reliquia de Yahveh
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El inglés se sentó en el armazón, plenamente dispuesto para ensayar su incierta zambullida pero, antes de bajar, accionó el potente foco de la linterna que montaba su escafandra.

—Es un relieve, sí —admitió—. De un dios egipcio.

—¿De quién? —preguntó impaciente Marie.

No era fácil de decir, la piedra esculpida mostraba a una divinidad manifiestamente masculina, barriguda, aunque con unos senos grandes y un poco descolgados. Estaba en actitud de marcha y portaba en las manos las plantas heráldicas del Alto y Bajo Egipto, el loto en la izquierda y el papiro en la derecha. Un moho verde, seguramente el mismo liquen que colonizaba las paredes del pozo, le daba un marcado matiz fresco y vegetal.

El tono verdusco, símbolo de fertilidad, le dio la última pista a John para determinar a qué deidad representaba la figura.

—Es Hapi, el dios hermafrodita que simboliza al río Nilo —anunció el inglés.

Aunque Hapi había carecido tradicionalmente de templos y de centros específicos de culto, había sido ampliamente venerado por los naturales del país, sobre todo por parte de los agricultores. Era un dios que personificaba la anual inundación de los campos aledaños al río Nilo, por eso se le representa llevando entre los dedos la vegetación más típica de las riberas del gran curso fluvial.

—El dios del agua en la boca de un pozo —proclamó Marie algo despectivamente—, muy apropiado.

—Sí, es bastante extraño —declaró John.

Marie pensó su respuesta.

—Tiene que ser una casualidad —dijo ingenua—, ¿cómo iban a saber los constructores que sus galerías resultarían anegadas al cabo de los siglos?

John no sabía por qué, pero la respuesta de Marie no le tranquilizaba nada. Estaba a punto de pedir que le subieran y planificar la exploración con más cuidado, tal vez un robot con cámara submarina hubiese sido mucho más apropiado, pero ya era un poco tarde para cambiar de métodos. Se limitaría a ir con cuidado.

—Está bien, voy a bajar —dijo resuelto el ingles mientras se ajustaba la escafandra—. ¡Osama, si doy tres tirones bruscos a la cuerda acciona la grúa para subir el arnés!

John cerró el puño y dejó ver el pulgar señalando hacia abajo. Empezó un lento descenso.

Mientras Osama se ocupaba de los controles del elevador, Marie vigilaba la operación tumbada en la boca del agujero. Veía la luz del casco del arqueólogo rebotar contra las verdes paredes que no perdían su forma cuadrangular ni parecían variar de tamaño.

Durante el descenso, John apreció diferentes líneas horizontales que revelaban que el agua no había permanecido siempre al mismo nivel, sino que éste había variado a lo largo de los años, o de los siglos.

También se fijó en otra cosa que tenía que ver con la edificación de los muros. Las paredes del pozo estaban aparejadas con las mismas piedras de granito labradas, perfectamente cuadradas y pulimentadas, que se habían usado en el resto de la tumba de Sheshonk: los bloques encajaban tan perfectamente entre ellos que no necesitaban ningún tipo de argamasa o mortero para mantenerse unidos, la fuerza de la gravedad bastaba para engarzar sólidamente los grandes sillares. Pero ahora, dentro del agujero, John veía como los arquitectos de la tumba había usado un material de interposición entre piedra y piedra. No sabía qué podía ser, aunque parecía una especie de betún.

Las dudas, que habían empezado a asaltar su mente en cuanto vio la efigie del dios Hapi, redoblaban sus esfuerzos por saltar el muro que separaba su inconsciente de su razón. Al final las incertidumbres se hicieron certezas: certeza de que este pozo era una disposición constructiva realizada con clara vocación de intencionalidad, el material que se había utilizado para ensamblar las hiladas de piedra era, con toda seguridad, alguna arcilla asfáltica que debía servir para impermeabilizar el perímetro del aljibe; certeza de que la cisterna había sido anegada adrede y que su desconocida función era permanecer así, inundada; certeza de que esto no podía ser más que un obstáculo que los ladinos ingenieros egipcios habían interpuesto contra los posibles saqueadores de tumbas o sus equivalentes modernos, llámense investigadores, arqueólogos o egiptólogos; certeza de que si el dios Ra, el dios del sol y del fuego, había presidido la habitación de las lentes que casi acaban con ellos, el dios Hapi, el dios Nilo, estaba aquí simbolizando el agua que rellenaba este depósito subterráneo; certeza de que se estaba metiendo en otra trampa. El ajustado traje de neopreno empezó a asfixiar a John.

El inglés intentó controlarse, ya casi estaba abajo, no iba a pedir a sus compañeros que le izasen, no hasta comprobar a ciencia cierta que sus sospechas eran totalmente correctas.

Se oyó un leve sonido de chapoteo. Marie, que todavía acechaba el descenso de John desde la boca del pozo, intentó hablar con su compañero.

—¿Has llegado ya, John? —gritó, aunque innecesariamente porque el sonido de su voz rebotando en los tabiques llegaba tan amplificado que casi acabó de descontrolar los tensos nervios del buzo.

—Sí, sí, dejad de largar cuerda —respondió John desde siete metros más abajo, su voz llegaba también convertida en reverberante eco hasta Marie y Osama.

El líquido parecía estar bastante limpio, a pesar de que en su superficie flotaban muchos pedazos de indeterminadas inmundicias.

—Parece que esta agua no está estancada —dijo desde el fondo—. Voy a sumergirme.

—Bien, ten cuidado —profirió Marie atronándole otra vez.

John comprobó la válvula que regulaba la presión de la mezcla y empezó a darse la vuelta con cuidado, apoyándose en el arnés de montañero. Quería quedarse boca abajo y así poder impulsarse al fondo de la sima con la fuerza de sus aletas.

Con un movimiento brusco se soltó y se sumergió.

Al principio no veía nada, el polvo que permanecía en la superficie del agua se había removido tanto que había enturbiado el aljibe. Únicamente acertaba a percibir las miles de partículas que revoloteaban alocadas ante sus gafas de submarinista.

Trataba de progresar hacia abajo sin tocar las paredes, por si había resortes ocultos, aunque se le hacía muy difícil en tan estrecha galería, y eso que llevaba el cinturón de su traje lleno de lastre para hacerle más fácil el descenso.

A medida que bajaba, el líquido se aclaraba y el inglés pudo comprobar fehacientemente como una gran multitud de galerías desembocaban en la cavidad. Contó hasta diez túneles, todos igual de grandes y cuadrados, todos igualmente inundados, que nacían o morían en cada una de las cuatro paredes que formaban el conducto vertical que estaba recorriendo. No se introdujo en ninguno, el único objetivo que se había marcado en esta exploración preliminar era llegar al fondo de la sima para así hacerse una idea aproximada de su profundidad.

Después de unos tres minutos tocó fondo, aunque no mucho porque la base de la fosa estaba llena de barro y sedimentos y no quería volver a ensuciar el agua.

Se dio la vuelta como pudo y movió las piernas rápidamente para regresar hasta arriba.

—Esto está lleno de pasadizos anegados —dijo a sus colegas en cuanto se quitó el respirador de la boca.

—Tendrás que explorarlos todos —contestó Marie.

—Sí, ya lo sé, empezaré por los que quedan más arriba —dijo John— Tú, entre tanto, ve afuera a por una piedra que pese bastante, átale una cuerda de unos 20 o 25 metros y tírala aquí dentro, luego ata el otro extremo al brazo de la grúa y ténsala. Quiero que me sirva de guía y de agarradero, es difícil nadar en espacios tan estrechos.

—Enterada —contestó la francesa—, voy a hacerlo ahora mismo, te dejo con Osama.

—Antes de tirar la piedra al agua asegúrate que yo no esté por aquí abajo, no sea que me resuelvas de golpe todos los problemas de mi vida.

—Ya lo suponía, no soy idiota —contestó Marie haciéndose la indignada.

—Ah, y prepara también la otra botella de aire, aquí hay muchos pasillos por explorar —demandó el inglés antes de volver a sumergirse en el incierto estanque.

Durante toda la mañana estuvo John recorriendo los túneles, intentando comprender cuál había sido la intención última de su diseño, su finalidad. Había examinado íntegramente todos menos uno, uno muchísimo más largo que los demás que decidió dejar para la tarde, para cuando acabase de comer.

Pidió a Osama que le subiese, ya había hecho varias inmersiones alternando las dos bombonas de oxígeno y rellenando Marie la quedaba vacía. Al final había sido una buena idea el haber traído dos botellas.

Por mucho que era preguntado por todos, John no soltaba prenda sobre la naturaleza de las cavidades. A pesar de su estupefacción y desconcierto, era de la opinión que el ser humano nunca podía pensar en algo ilógico porque entonces tendríamos que razonar ilógicamente, cosa que era imposible incluso para los egipcios del año 1000 antes de Cristo.

Todos respetaron su silencio mientras comían el guiso preparado por Gamal. A pesar de lo cara que estaba la carne en Egipto, el joven intentaba homenajear ordinariamente a sus comensales con platos dignos de días de fiesta. Hoy asó un cordero.

Después del opíparo refrigerio Marie decidió suspender, unilateralmente, la tregua que todos habían concedido implícitamente a John.

—Bien —articuló melosa la francesa—, nos vas a decir ya lo que has encontrado ahí abajo, estamos todos en ascuas.

John miraba concentrado su taza de café, veía subir las volutas de balsámico humo, deshacerse y volver a surgir despacio del negro líquido.

—No he encontrado nada interesante —respondió John demasiado parcamente para las expectativas de los demás.

—Algo habrás visto —insistió Marie.

—Solamente una decena de túneles cegados, construidos con las mismas piedras con las que está hecha la tumba. No hay ninguna puerta, irregularidad, ni sentido aparente en el diseño de los caóticos pasadizos, aunque todavía me falta uno por recorrer —advirtió el inglés.

—¿Solamente uno? —preguntó Alí con interés, ya que veía próximo el fin de los trabajos de excavación y la ansiada vuelta a su pequeño pero tranquilo y apacible despacho.

—Sí, uno, aunque bastante largo, esta tarde me sumergiré con las dos botellas a la vez, a ver si consigo llegar hasta el final —planeó John sin pedir su beneplácito al resto de componentes del grupo.

—No pareces muy esperanzado —indicó Marie contagiándose un poco de la tristeza que aparentaba John—. ¿Crees que también estará obstruido, tapado igual que los otros?

—Al contrario —dijo el inglés—, creo que la tumba continuará después de ese túnel y estará tan seca e incólume como todo lo que hemos visto antes de dar con estos aciagos pozos.

—Entonces por qué te muestras tan melancólico —Marie quería que John compartiera con ella lo que realmente pensaba.

—Tengo un mal presentimiento, sólo eso —reconoció John.

La doctora se intranquilizó bastante con las palabras de su compañero, no quiso preguntar nada más. En cambio, los dos egipcios no se dieron por enterados de las funestas corazonadas del inglés y substituyeron a Marie en el interrogatorio. Sobre todo Alí, que al permanecer toda la mañana de ese domingo en el exterior de la tumba se había enterado de muy pocos detalles.

—Me ha dicho Marie que hay un relieve del dios Hapi a la entrada del pozo — empezó el egipcio—, muy parecido en su hechura al que encontramos de Ra, justo antes de entrar en la habitación de las lentes.

John pensaba que Alí había llegado a las mismas conclusiones que horas antes habían asaltado su mente y habían minado su buena disposición de ánimo. Era la hora de emerger de las profundidades de sus propias cavernas, porque en cada uno también hay vastas simas donde uno puede perderse y, si se permanece mucho tiempo, le es imposible regresar.

—Efectivamente —reconoció tratando de sobreponerse a su desánimo.

—¿Crees que hay alguna relación entre ellos? —volvió a inquirir Alí.

—Sí, creo que son una especie de avisos —contestó el inglés ya con mucho mejor tono y dejando de mirar los jirones de humo que se escapaban de su taza de café.

—¿De avisos? —preguntó Osama extrañado.

—El dios Ra nos avisaba de la trampa del fuego, el dios Hapi, dios de las inundaciones periódicas del Nilo, nos advierte del peligro oculto en el agua — respondió John mirando directamente a los ojos del militar, lo que daba más trascendencia a sus palabras.

Osama se dejó caer sobre el respaldo de su silla, como fulminado por un rayo, no volvió a decir nada.

Marie, en cambio, llevó su intranquilidad, multiplicada por las desasosegantes palabras de John, por otros derroteros, por los caminos de la incontinencia verbal. Un torrente de palabras salió de su boca. John solamente le entendió lo siguiente:

—¿Qué clase de peligro? ¿Cómo que es otra trampa? No se te ocurra volver a bajar.

John decidió tranquilizar a Marie, parecía al borde de un ataque de nervios.

—No creo que sea ninguna trampa, al menos no para nosotros que tenemos un equipo de submarinismo, más bien es un obstáculo insalvable para cualquiera que hubiese intentado explorar la tumba buceándola a pulmón.

—¿Qué quieres decir? —Alí no acababa de comprender la teoría de John.

—Que los constructores inundaron esos túneles adrede para que ningún ladrón de tumbas pudiese acceder a la parte más recóndita del enterramiento.

Todos guardaron un minuto de silencio, tratando de asimilar las revelaciones del inglés.

—Así que estamos ante otra de las invenciones del retorcido Sheshonk —acertó a decir Alí al cabo de ese lapso.

—Más retorcido que nunca, porque creo que esos túneles reproducen un laberinto —sonrió John, aunque algo sardónicamente.

—¿Un laberinto? —preguntó alarmada Marie.

—Un laberinto sumergido —volvió a confirmar John—. Desde luego, cualquier ladrón de la antigüedad hubiese acabado ahogado en los oscuros pasadizos si no hubiese renunciado a tiempo a sus turbias intenciones.

—Y entonces, ¿qué hacemos ahora? —titubeó Marie—. Tendremos que drenar los pasadizos si queremos continuar, pero no podemos hacerlo sin tener la bomba de agua.

—Y tardará una semana en llegar —mencionó Osama recordando que el día anterior había recorrido tres tiendas especializadas y en todas le habían dado el mismo plazo de tiempo para la consecución de la bomba.

—Bueno, creo que debería ir a explorar, aunque sea someramente, el último túnel —anunció John—. Tenemos que estar seguros de lo que verdaderamente hay allí abajo antes de tomar cualquier decisión apresurada.

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