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Authors: Ava McCarthy

Jugada peligrosa (25 page)

BOOK: Jugada peligrosa
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Harry se sentía mareada. Oía el crujido del metal y el tintineo de los cristales rotos a su alrededor. Tenía la cabeza y los hombros encajados en la ventanilla del conductor que en aquella posición era el suelo del coche. Aún llevaba puesto el cinturón de seguridad. Percibió un cálido sabor metálico en la boca; seguramente se habría mordido los labios al producirse el impacto. Intentó mover la cabeza pero la notó demasiado pesada, como si el choque la hubiera convertido en plomo. Se conformó con realizar un breve reconocimiento de sus constantes vitales. Al parecer no se había roto nada.

Prestó atención para escuchar posibles movimientos procedentes del exterior. El Mini crujía y crepitaba, y Harry se acordó de todos los coches que había visto explotar en televisión. Probablemente debía salir de allí, pero no se movió. Si se quedaba agazapada en la oscuridad y se hacía la muerta, tal vez aquel tipo se marchara. Se preguntó si no estaría algo aturdida.

De repente, algo iluminó el coche. Harry, deslumbrada, se protegió los ojos. Se giró en el asiento y miró con dificultad a través de la ventana trasera. Dos esferas la enfocaban desde la carretera. Se sobresaltó: era el Jeep con los faros delanteros enfocados hacia ella. Distinguió una silueta tenebrosa que descendía la colina y atravesaba una y otra vez el cegador haz de luz como si llegara tarde al cine. Sombrero oscuro, cabello blanco y resplandeciente, rostro invisible.

Harry se liberó del cinturón y se agarró a la palanca de cambios para situarse en la puerta del pasajero. El peso desequilibró el coche y lo devolvió a su posición natural, sobre cuatro ruedas. Los cristales le cortaron las palmas de las manos. Abrió la puerta de una patada, cayó rodando sobre la hierba e intentó ponerse en pie sobre el suelo húmedo. Entonces, echó a correr.

Inició el descenso de la colina clavando bien los tacones para evitar resbalarse por la pronunciada pendiente. Podía oír unos pasos sordos por detrás y el inconfundible sonido de una respiración. Cruzó por entre una mata de tojo sin importarle que se le clavaran los pinchos en los vaqueros.

De repente, los pasos se detuvieron y su perseguidor consiguió derribarla. Se subió encima de ella y le presionó la parte inferior de la espalda con las rodillas. Su peso la inmovilizó contra el suelo y apenas le permitía respirar. Con una mano le apretó la nuca para clavarle la cara en la tierra, cuya humedad le penetraba en la boca y la nariz. Trató de gritar, pero no podía respirar. Entonces su captor la agarró del pelo y le estiró la cabeza hacia atrás. Harry dejó escapar un sollozo ahogado. Agitó los brazos por detrás de su cuerpo para intentar defenderse, pero el tipo le agarró la muñeca izquierda, se la retorció y le empujó el brazo hacia arriba hasta conseguir que gritara.

Acercó los labios al oído de Harry que sintió el calor de su aliento contra el cuello y se estremeció. Cuando oyó su voz, supo que era el hombre de la estación.

—Me han dicho que hiciste un trato.

Su voz era áspera y bronca.

Harry tragó saliva y trató de contestarle. Tenía la boca reseca.

—Me limito a hacer lo que queréis —consiguió decir finalmente con la cabeza inclinada hacia atrás mientras él la sujetaba del pelo—. Voy a devolveros el dinero.

—El Profeta no confía en ti. No confía en nadie, excepto en mí.

—¿El Profeta te ha enviado a por mí?

—Como de costumbre. —Le tironeó del pelo con más fuerza y Harry aulló de dolor—. No le gusta la gente que incumple los tratos.

Ella tembló y se esforzó en parecer sincera.

—¿Y por qué no lo iba a cumplir? Dime dónde tengo que enviar el dinero y será todo suyo.

Apretó su rostro contra el cabello de Harry y bajó el tono de voz hasta reducirla a un susurro.

—La última persona que faltó a su palabra murió atropellada.

Harry recordó que a Jonathan Spencer lo arrolló un camión. Tragó saliva de nuevo y notó los latidos del corazón en la garganta.

—El Profeta sabe que no me echaré atrás —respondió.

Con los dedos de la mano derecha Harry exploró el terreno que la rodeaba. Tenía que haber una piedra o un palo, algo que pudiera usar como arma.

—Las personas se vuelven codiciosas. Y cuando esto ocurre, mi trabajo consiste en asegurarme de que mueren calcinados.

Harry pensó instintivamente en Felix, que murió en el incendio de su apartamento, y soltó un gemido. Tocó algo duro y frío. Una piedra.

—¿Y qué planes tiene para mí El Profeta? —preguntó forzando un tono bravucón. Apretó con los dedos el duro granito. La piedra era más o menos del tamaño de un pomelo, con un borde irregular—. ¿Matarme en la carretera o sentenciarme con un incendio?

El tipo retiró la cabeza hacia atrás y le empujó todavía más el brazo, Harry cerró los ojos con fuerza; le saltaban las lágrimas. Le dolían el cuello y la garganta y tenía la sensación de que la cabeza se le iba a separar del resto del cuerpo.

Se inclinó hacia ella y, con voz más ronca, le dijo:

—Contigo, elijo yo.

Entonces, sin previo aviso, le asestó un puñetazo en un lado de la cabeza. El cerebro empezó a darle vueltas dentro del cráneo y oyó un agudo zumbido. Él volvió a hundirle la cara en la tierra. Harry se percató demasiado tarde de que ya había soltado la piedra.

—No te muevas y empieza a contar —le ordenó—. No pares hasta llegar a trescientos.

Como no respondió, le pegó otra vez en la cabeza y el zumbido se hizo más intenso.

—¡Cuenta!

Escupió tierra y empezó a contar. Detestaba el temblor que había detectado en su propia voz. Notó cómo el tipo se alejaba a su espalda. Sin aquel peso encima ya podía respirar mejor, y apartó la nariz y la boca del suelo. Percibió el húmedo olor del barro y la hierba, y siguió contando. Escuchaba sus pasos entre la vegetación cada vez con menor intensidad.

En ese momento, oyó el rugido del Jeep y el chirrido de los neumáticos al emprender la marcha a toda velocidad. El valle se sumió de nuevo en la oscuridad. Contó hasta más allá de cuatrocientos y después rompió a sollozar sobre la tierra húmeda.

Capítulo 33

—Ha llegado la señorita en apuros —dijo Harry con ironía—. Es la segunda vez esta semana, perdona.

Miró a Dillon e intentó calibrar su reacción, pero le resultaba difícil interpretar su expresión. Él encendió el motor e hizo girar el Lexus describiendo una «U» cerrada sin apartar la mirada del frente. Desde que la encontrara en el valle, apenas articulaba palabra.

No sin dificultades, Harry había conseguido regresar al coche y recuperar su bolso de debajo del asiento. Se dejó caer en el suelo y, acurrucada contra el Mini, llamó a Dillon con manos temblorosas. Cuando la encontró, temblaba de frío y estaba rígida.

Harry volvió a observarlo. Parecía como si una cremallera hubiera cerrado su boca y agarraba el volante con fuerza. De vez en cuando estiraba los dedos como si intentara decidir algo.

Dillon le echó una mirada.

—Esos cortes en las manos tienen un aspecto horrible, igual que los del ojo. Te llevaré a urgencias, quizá deban darte algunos puntos.

—No, ya te he dicho que estoy bien. —Se obligó a sonreír—. En serio.

—En mi opinión, puede que hayas sufrido una conmoción cerebral.

Negó con la cabeza. Quería creer que se equivocaba, pero un dolor agudo le taladraba la frente. Tal vez Dillon tenía razón.

—Se me pasará. —Se masajeó la nuca, que se le empezaba a agarrotar—. Sólo necesito descansar.

Dillon frunció el ceño y volvió a concentrar su atención en la carretera. Llevaba unos vaqueros y una cara chaqueta de cuero bastante holgada. Aquella piel parecía suave como la mantequilla, y ella se preguntó qué ocurriría si alargara la mano y la tocara.

Harry se aclaró la voz.

—¿Dónde vamos?

—¿Dónde te gustaría ir?

Harry miró con ojos entrecerrados los campos y los setos sumidos en la oscuridad, y decidió que ya estaba cansada de tanta naturaleza.

—¿Te importaría que volviéramos a la ciudad? Podríamos ir a mi casa, comprar comida para llevar..., si te apetece.

Dillon le clavó unos ojos inquisidores, pero se limitó a encogerse de hombros y apartó la mirada de nuevo.

—Está bien.

Harry se apoyó en el reposacabezas, cerró los ojos y trató de olvidarse de él. En aquel momento sólo podía pensar en lo más elemental: estar a salvo, dormir y comer. Cualquier otra cosa más complicada debería esperar. Se sentía torpe y soñolienta después de tanta descarga de adrenalina.

Quizá debió haber advertido a Dillon del desastroso estado en el que se encontraba su coche. Sólo le comentó que había sufrido un accidente y que se había salido de la carretera. En aquel momento, le pareció lo más conveniente. Si le hubiera ofrecido más detalles, el temblor de su voz se habría convertido en llanto.

Dillon enmudeció cuando iluminó el coche de Harry con la linterna. La apagó y la volvió a encender al darse cuenta del verdadero alcance de los daños. El parabrisas estaba hecho añicos por completo y parecía como si un puño invisible hubiera golpeado el resto de cristales. El contorno del capó se veía deformado y aplastado como si el coche estuviera derritiéndose. La propia Harry se preguntó cómo diablos había salido viva de allí.

Ella se quedó junto al Mini varios minutos. Acariciaba el capó como si se tratara de un cachorro herido y no quería abandonarlo. Entonces, sin decir palabra, Dillon le llevó la mano al codo y la guió colina arriba hasta su Lexus.

El Lexus circulaba ahora cuesta abajo por la carretera de la montaña. A Harry la cabeza le daba vueltas y los ojos le pesaban del sueño. Dillon dio un frenazo que la sacudió hacia delante y casi le tira el bolso del regazo. Abrió los ojos y lo fulminó con la mirada. Estaba segura de que lo había hecho a propósito. ¿A qué se debía su enojo? Al fin y al cabo, era ella la que había estado a punto de morir.

—¿Ni siquiera me vas a preguntar qué ha pasado? —dijo Harry.

Dillon propinó un puñetazo al volante que la sobresaltó.

—No sé, Harry, ¿debería hacerlo? —Puso segunda y tomó una curva—. ¿Me contarás la verdad? ¿O te limitarás a darme largas asegurándome que todo va bien?

Harry abrió los ojos de par en par. Despegó los labios para hablar pero los volvió a cerrar de golpe.

—Así que has tenido un accidente y el coche se ha salido de la carretera. —Negó con la cabeza—. El coche no se ha salido solo, eso lo ve cualquiera.

—Mira, si estás mosqueado por lo de esta noche...

—Por Dios, Harry, claro que no estoy enfadado por eso. —Pisó el freno y el coche paró en seco con un chirrido—. ¿Por quién me tomas?

Dillon se pasó la mano por el pelo. Espiró largamente y, con un brazo apoyado en el volante, giró la cara hacia Harry.

—Escucha, los dos sabemos que te encuentras en grave peligro —aseguró.

La miró fijamente. Por un momento, Harry se acordó de aquel chico de ojos oscuros sentado en su dormitorio que le hablaba de la vida y la ética con pasión desmedida.

Dillon suspiró y negó con la cabeza.

—¿Tan malo sería que me dejaras ayudarte?

Harry parpadeó y se mordió los labios. Tenía razón. No le había permitido acercarse a ella. Se había acostumbrado a no confiar en nadie más que en ella misma. Desde su punto de vista, así se ahorraba decepciones. Por otro lado, ser independiente la mantenía muy ocupada y nunca se le había pasado por la cabeza que esa actitud pudiera molestar a Dillon. Intentó mostrarse arrepentida, pero en alguna parte de su cabeza tarareaba una alegre melodía al darse cuenta de que a Dillon le importaba.

—Perdona. Estoy acostumbrada a sacarme las castañas del fuego yo sola. —Se encogió de hombros—. Parece que esta vez no lo estoy haciendo muy bien.

—¿Quieres hablar sobre ello?

Asintió con la cabeza.

—Tú conduces y yo te lo explico. —Escudriñó las sombras del exterior—. Regresemos a la civilización.

El Lexus reanudó el descenso de la montaña y Harry se preguntó por dónde empezar. Suspiró. Como siempre, todo empezaba y acababa por su padre.

—Aún estoy tratando de encajar todas las piezas, pero creo que la historia es la siguiente: antes de ser detenido, mi padre ocultó la fortuna que reunió gracias al abuso de información privilegiada, y ahora sus antiguos compinches quieren recuperar ese dinero. El problema es que piensan que lo tengo yo. De hecho, creí tenerlo durante unas horas, pero por lo visto estaba equivocaba.

Dillon la miró con perplejidad. Harry se acordó del error en su cuenta bancaria y el disgusto se reflejó en su rostro.

—No preguntes —le pidió—. Aún me pongo enferma al recordarlo. El caso es que todo esto me llevó a cometer un error catastrófico. —Cerró los ojos. Se mareaba al pensar en su propia estupidez—. Hice un trato con la organización de mi padre.

—¿Estás loca?

Ella abrió los ojos y le lanzó una mirada.

—Bueno, estaba bastante desesperada. Acababa de averiguar que habían matado a una persona y todo parecía indicar que yo iba a ser la siguiente. —Se abrazó el pecho—. Se me ocurrió hacer un pacto: yo les devolvía el dinero y, a cambio, ellos me dejaban en paz. Si no lo hago, me matarán.

Sintió un escalofrío al pensar en aquel tipo de la montaña y en qué castigo escogería para ella.

Harry se estremeció.

—Evidentemente, si es posible, no me gustaría tener que faltar a mi palabra.

Dillon permanecía en silencio. Harry lo observó y se fijó en que tenía los músculos de la garganta tensos, como si le resultara difícil tragar.

—¿De qué estás hablando, Harry? ¿Quién es esa gente?

—Son varios.

Le puso al corriente sobre los miembros de la organización que había descubierto hasta aquel momento: El Profeta les proporcionaba información confidencial de JX Warner; Leon Ritch vio reducida su condena por delatar a sus compinches; Jonathan Spencer quiso abandonar la organización pero lo mataron para evitar que pusiera en peligro la operación Sorohan; Ralphy, de identidad aún desconocida, era supuestamente el banquero protegido por Leon; Felix Roche se había aprovechado de la información que manejaba la organización y murió porque conocía la identidad de El Profeta; y, por último, su propio padre, el único que cumplía condena en prisión por todo aquel lamentable asunto.

Dillon emitió un silbido poco perceptible. Desaceleró para prestarle más atención a Harry.

—¿Cómo sabes todo eso?

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