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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y el Misterio del Príncipe (69 page)

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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Se abrieron paso como sonámbulos entre los murmullos de la muchedumbre hasta la primera fila, donde los estupefactos estudiantes y profesores habían dejado un hueco.

Harry oyó el gemido de dolor de Hagrid, pero no se detuvo; siguió avanzando despacio hasta el sitio donde yacía Dumbledore y se agachó a su lado.

Harry había comprendido que no había nada que hacer en cuanto quedó libre de la maldición de la inmovilidad total que le había echado Dumbledore, pues eso sólo podía significar que su autor había muerto; con todo, no estaba preparado para ver allí, con los brazos y las piernas extendidos, destrozado, al mago más grande que él había conocido y conocería jamás.

Dumbledore tenía los ojos cerrados, y por la curiosa posición en que le habían quedado los brazos y las piernas podía parecer que estaba dormido. Harry alargó un brazo, le enderezó las gafas de media luna sobre la torcida nariz y le limpió con la manga de su propia túnica un hilo de sangre que se le escapaba por la boca. Entonces contempló aquel anciano y sabio rostro e intentó asimilar la monstruosa e incomprensible verdad: Dumbledore jamás volvería a hablarle, jamás podría ayudarlo…

Oía los murmullos a sus espaldas y al cabo de un rato, que a él le pareció muy largo, se dio cuenta de que estaba arrodillado encima de algo duro y miró. El guardapelo que habían logrado robar unas horas atrás se había caído del bolsillo de Dumbledore y se había abierto, quizá debido a la fuerza con que había golpeado el suelo. Y aunque no podía sentir más conmoción, más horror ni más tristeza de los que ya sentía, Harry tuvo la impresión, tan pronto lo cogió, de que algo no encajaba…

Lo miró y remiró entre las manos. Ese guardapelo no era tan grande como el que recordaba haber visto en el
pensadero
, ni tenía marca alguna: no había ni rastro de la elaborada «S», la marca de Slytherin. Y en su interior sólo había un trozo de pergamino, doblado y fuertemente apretado, en el sitio donde tenía que haber un retrato.

Automáticamente, sin reflexionar en lo que estaba haciendo, sacó el trozo de pergamino, lo desplegó y, a la luz de las muchas varitas que se habían encendido detrás de él, leyó:

Para el Señor Tenebroso.

Ya sé que moriré mucho antes de que leáis esto, pero quiero que sepáis que fui yo quien descubrió vuestro secreto.

He robado el Horrocrux auténtico y lo destruiré en cuanto pueda. Afrontaré la muerte con la esperanza de que, cuando encontréis la horma de vuestro zapato, volveréis a ser mortal.

R.A.B.

Harry no supo qué significaba aquel mensaje, ni le importó. Sólo importaba una cosa: que aquel objeto no era un
Horrocrux
. Dumbledore se había debilitado bebiendo la espantosa poción, y todo inútilmente. Arrugó el pergamino en la mano y los ojos se le anegaron en lágrimas mientras, a su lado,
Fang
empezaba a aullar.

29
El lamento del fénix

—Ven, Harry…

—No.

—No puedes quedarte aquí, Harry… Vamos, ven con migo…

—No.

No quería marcharse del lado de Dumbledore, no quería irse a ningún sitio. La mano de Hagrid temblaba en el hombro del muchacho. Entonces otra voz dijo:

—Vamos, Harry.

Una mano mucho más pequeña y suave le había cogido la suya y tiraba de él para que se levantara. El muchacho obedeció a ese contacto sin prestarle atención. Cuando ya había echado a andar a ciegas, abriéndose paso entre el corro de gente, percibió un perfume floral y se dio cuenta de que era Ginny quien lo guiaba hacia el castillo. Oía voces ininteligibles; sollozos, gritos y lamentos hendían la oscuridad, pero ellos siguieron su camino, subieron los escalones de piedra y entraron en el vestíbulo. Harry veía caras cuyos rasgos no distinguía; sus compañeros lo miraban con ojos escrutadores al tiempo que susurraban y se hacían preguntas, y los rubíes de Gryffindor brillaban en el suelo como gotas de sangre mientras ambos se dirigían hacia la escalinata de mármol.

—Vamos a la enfermería —dijo Ginny.

—No estoy herido —replicó Harry.

—Son órdenes de la profesora McGonagall —repuso ella—. Están todos allí: Ron, Hermione, Lupin… Todos.

El miedo volvió a prender en el pecho de Harry: se había olvidado de los cuerpos inertes que había dejado atrás.

—¿A quién más han matado, Ginny?

—No te preocupes, a ninguno de los nuestros.

—Pero la Marca Tenebrosa… Malfoy dijo que había pasado por encima de un cadáver.

—Pasó por encima de Bill, pero él está bien, sigue vivo.

Sin embargo, Harry advirtió en el tono de Ginny algo que no auguraba nada bueno.

—¿Estás segura?

—Claro que estoy segura. Está… un poco molido, pero nada más. Lo atacó Greyback. La señora Pomfrey dice que no… que no volverá a ser el de antes… —A Ginny le tembló un poco la voz—. En realidad no sabemos qué consecuencias tendrá. Verás, Greyback es un hombre lobo, pero no se había transformado cuando lo atacó…

—Pero los demás… Había otros cuerpos en el suelo.

—Neville está en la enfermería, pero la señora Pomfrey afirma que se pondrá bien. El profesor Flitwick perdió el conocimiento, aunque sólo está un poco débil y se ha empeñado en ir a vigilar a los de Ravenclaw. Y hay un
mortífago
muerto; lo alcanzó una maldición asesina que aquel tipo rubio y corpulento disparaba en todas direcciones… Si no llega a ser por tu poción de la suerte, Harry, me parece que nos habrían matado a todos, pero las maldiciones pasaban rozándonos…

Llegaron a la enfermería. Al entrar, Harry vio a Neville acostado en una cama cerca de la puerta; al parecer dormía. Ron, Hermione, Luna, Tonks y Lupin se apiñaban alrededor de una cama al fondo de la habitación. Todos se volvieron hacia la puerta. Hermione corrió hacia Harry y lo abrazó; Lupin también fue hacia él, con gesto de aprensión.

—¿Te encuentras bien, Harry?

—Sí, estoy bien. ¿Cómo está Bill?

Nadie contestó. Harry miró por encima del hombro de Hermione y vio una cara irreconocible sobre la almohada; Bill tenía tantos cortes y magulladuras que costaba identificarlo. La señora Pomfrey le aplicaba en las heridas un ungüento verde de olor penetrante. Harry recordó la facilidad con que Snape le había cerrado las heridas causadas por el
Sectumsempra
a Malfoy, al pasar sobre ellas la varita.

—¿No puede curarlo con algún encantamiento? —le preguntó a la enfermera.

—Para esto no hay encantamientos. He probado todo lo que sé, pero las mordeduras de hombre lobo son incurables.

—Pero no lo han mordido con luna llena —objetó Ron, que contemplaba el rostro de su hermano como si creyera poder arreglarlo con la fuerza de la mirada—. Greyback no se había transformado, así que Bill no se convertirá en un… en un… —Miró vacilante a Lupin.

—No, no creo que Bill se convierta en un hombre lobo propiamente dicho —observó Lupin—, pero eso no significa que no exista cierto grado de contaminación. Esas heridas están malditas. Es poco probable que se curen por completo y… Bill podría desarrollar algunos rasgos lobunos a partir de ahora.

—Seguro que a Dumbledore se le ocurre alguna solución —insistió Ron—. ¿Dónde está? Bill peleó contra esos maníacos bajo las órdenes de Dumbledore, así que el director está en deuda con él, no puede dejarlo en la estacada…

—Dumbledore ha muerto —dijo Ginny.

—¡No! —Lupin, atónito, miró a Harry con la esperanza de que éste lo desmintiera, pero al ver que se quedaba callado, se desplomó en una silla, al lado de la cama de Bill, y se tapó la cara con ambas manos.

Era la primera vez que Harry lo veía derrumbarse; como tuvo la impresión de que interrumpía algo íntimo, se dio la vuelta y miró a Ron, con el que intercambió una silenciosa mirada que confirmaba las palabras de Ginny.

—¿Cómo ha muerto? —susurró Tonks—. ¿Qué ha sucedido?

—Lo mató Snape —declaró Harry—. Yo estaba delante, lo vi con mis propios ojos. Dumbledore y yo fuimos directamente a la torre de Astronomía porque ahí había aparecido la Marca. El no se encontraba bien, estaba muy débil, pero creo que sospechó que nos habían tendido una trampa cuando oyó pasos que subían por la escalera. Entonces me inmovilizó; yo no podía hacer nada, y además llevaba puesta la capa invisible. Luego Malfoy abrió la puerta y lo desarmó. —Hermione se tapó la boca con la mano y Ron soltó un gemido. A Luna le temblaban los labios—. Llegaron más
mortífagos
, y entonces Snape… Snape… lo mató. Con el
Avada Kedavra
. —Harry no pudo continuar.

La señora Pomfrey rompió a llorar. Nadie le hizo caso excepto Ginny, que susurró:

—¡Chist! ¡Escuche!

La enfermera, con los ojos como platos, tragó saliva y se tapó la boca con la mano. Fuera, en la oscuridad, un fénix cantaba de un modo que Harry no había oído nunca: era un triste lamento de una belleza sobrecogedora. Y el muchacho sintió, como ya le había ocurrido anteriormente al oír cantar esa ave, que la música estaba dentro de él y no fuera: lo que resonaba por los jardines y entraba por las ventanas del castillo era su propio dolor convertido, mediante magia, en música.

Harry no sabía cuánto tiempo habían permanecido escuchando, ni por qué aquel sonido que tan bien expresaba su desconsuelo reducía un poco el dolor que sentían todos los presentes, pero tuvo la impresión de que había transcurrido una eternidad cuando la puerta de la enfermería volvió a abrirse y entró la profesora McGonagall. Ella, como los demás, mostraba huellas de la reciente batalla: tenía varios arañazos en la cara y desgarrones en la túnica.

—Molly y Arthur están en camino —anunció, y rompió el hechizo de la música: todos volvieron en sí de golpe, como si salieran de un trance, y, abandonando sus posiciones, miraron de nuevo a Bill, o se frotaron los ojos, o movieron la cabeza—. ¿Qué ha pasado, Harry? Según Hagrid, estabas con el profesor Dumbledore cuando… cuando ha sucedido. Nos ha dicho que el profesor Snape ha participado en…

—Snape mató a Dumbledore —dijo Harry.

La profesora lo miró fijamente y se tambaleó como si fuera a desmayarse. La señora Pomfrey, que ya se había serenado un poco, se adelantó e hizo aparecer una silla que colocó detrás de la profesora McGonagall.

—Snape —repitió ésta con un hilo de voz, y se dejó caer en la silla—. Todos nos preguntábamos… Pero él confiaba… En todo momento confió… ¡Snape!… No puedo creerlo…

—Snape era un experto oclumántico —intervino Lupin con una voz más áspera de lo habitual—. Eso ya lo sabíamos.

—¡Pero Dumbledore nos juró que estaba en nuestro bando! —susurró Tonks—. Siempre pensé que el director sabía algo sobre Snape que nosotros ignorábamos…

—Sí, siempre insinuó que tenía un motivo irrefutable para confiar en él —musitó McGonagall mientras se secaba las lágrimas con un pañuelo con ribete de tela escocesa—. Claro, con el historial que tenía Snape… es lógico que la gente se hiciera preguntas. Pero Dumbledore me aseguró de manera muy explícita que el arrepentimiento de Snape era absolutamente sincero… ¡No quería oír ni una palabra contra él!

—Me encantaría saber qué le contó Snape para convencerlo —terció Tonks.

—Yo lo sé —dijo Harry, y todos se quedaron mirándolo—. Snape le proporcionó a Voldemort la información que provocó que éste emprendiera la búsqueda de mis padres. Pero Snape le dijo a Dumbledore que no se había dado cuenta de lo que había hecho, que se arrepentía profundamente de haberlo dicho y que lamentaba que mis padres hubieran muerto.

—¿Y se lo creyó? —se extrañó Lupin—. ¿Dumbledore se creyó que Snape lamentaba que James hubiera muerto? Pero si lo odiaba…

—Y tampoco creía que mi madre valiera un pimiento —añadió Harry—, porque ella era hija de
muggles
… La llamaba «sangre sucia».

Nadie le preguntó cómo lo sabía. Parecían horrorizados y conmocionados, como si trataran de asimilar la monstruosa verdad de lo ocurrido.

—Todo esto es culpa mía —dijo de pronto la profesora McGonagall, retorciendo su húmedo pañuelo con ambas manos, muy turbada—. Yo tengo la culpa. ¡Envié a Filius a buscar a Snape, le pedí que fuera a buscarlo para que nos ayudara! Si no lo hubiera alertado de lo que estaba pasando, quizá no se hubiese unido a los
mortífagos
. No creo que supiera que habían entrado en el castillo hasta que se lo contó Filius, ni creo que estuviera enterado de que iban a venir.

—No es culpa tuya, Minerva —dijo Lupin con firmeza—. Necesitábamos ayuda y nos tranquilizó saber que Snape estaba en camino…

—¿Y cuando llegó a donde se libraba la batalla, se unió al bando de los
mortífagos
? —preguntó Harry, que quería obtener hasta el más nimio detalle de la duplicidad y la infamia de Snape y recogía febrilmente más razones para odiarlo y jurar vengarse de él.

—No sé exactamente qué sucedió —dijo la profesora McGonagall, abstraída—. Resulta todo tan confuso… Dumbledore nos había dicho que se ausentaría del colegio unas horas y que debíamos patrullar por los pasillos por si acaso. Remus, Bill y Nymphadora debían ayudarnos… así que nos pusimos a vigilar. Todo parecía tranquilo y los pasadizos secretos que daban al exterior del colegio estaban controlados. Sabíamos que nadie podía entrar volando, pues había poderosos sortilegios en todos los accesos al castillo. Todavía no me explico cómo pudieron colarse los
mortífagos

—Yo sí —dijo Harry, y explicó brevemente lo de los dos armarios evanescentes y el pasillo secreto que formaban—. O sea que entraron por la Sala de los Menesteres. —Casi sin proponérselo, miró a Ron y Hermione, que estaban anonadados.

—Lo estropeé todo, Harry —se lamentó Ron con gesto sombrío—. Hicimos lo que nos ordenaste: abrimos el mapa del merodeador y al no localizar a Malfoy pensamos que estaría en la Sala de los Menesteres, de modo que Ginny, Neville y yo fuimos a hacer guardia en el pasillo… Pero Malfoy se nos escapó.

—Salió de la sala cuando llevábamos una hora vigilando la entrada —explicó Ginny—. Iba solo y llevaba ese repugnante brazo reseco…

—Su Mano de la Gloria —especificó Ron—. Esa que sólo ilumina al que la sostiene, ¿te acuerdas?

—Pues bien —continuó Ginny—, debió de asomarse a ver si había alguien antes de permitir que salieran los
mortífagos
, porque tan pronto nos vio lanzó algo al aire y todo se puso negrísimo…

—Polvo peruano de oscuridad instantánea —explicó Ron con amargura—. ¿Te suena? Cuando pille a Fred o George… No deberían venderle sus productos a cualquiera.

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