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Authors: Jude Watson

El único testigo (2 page)

BOOK: El único testigo
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—Eso debe de ser Frego.

La voz de Qui-Gon sorprendió a Obi-Wan y le llenó de alivio. Después de todo, no iba a tener que molestar a su Maestro.

—Y ese punto brillante debe de ser Rian, la ciudad capital —prosiguió Qui-Gon.

Obi-Wan se dio cuenta de que su Maestro estaba triste y distraído. Era casi como estar frente a un fantasma. Pero al menos hablaba. Estaba haciendo un esfuerzo.

Mientras salían de la nave, Obi-Wan se sintió al límite. De él dependía llevar a buen término la misión. No podía confiar en su Maestro en aquel estado.

Obi-Wan no creía que los Cobral hubieran sido advertidos de su llegada, pero un planeta gobernado por criminales siempre es un sitio peligroso. Estaba casi seguro de que iba a ver tratos sucios y trapicheos de mercado negro nada más bajarse de la nave, pero sólo había una persona cuando desembarcaron, y les miraba sin interés. Obi-Wan se relajó un poco, mientras el capitán del carguero extendía la rampa ante él.

—Me gustaría salir de aquí lo antes posible, sí puede ser —dijo el capitán, nervioso—. No quiero pasar aquí más tiempo del estrictamente necesario, por el impuesto de vuelo de los Cobral y eso.

Obi-Wan asintió. Aunque no sabía exactamente a qué se refería el piloto, se dio cuenta de que no era nada agradable, y probablemente tampoco fuera legal. Agradeció al capitán el viaje y le vio meterse de nuevo en la nave.

En cuanto la puerta se cerró, la solitaria mujer del hangar se acercó a los Jedi.

—Espero que hayáis tenido buen viaje desde... —se quedó callada.

—Coruscant —Obi-Wan terminó la frase por ella—. ¿Eres Lena?

—No —dijo la mujer, quitándose la capucha para revelar un pelo muy corto y un rostro muy joven—. Soy Mica, os llevaré con Lena —miró inquieta de un lado a otro del hangar.

Está nerviosa
, pensó Obi-Wan. Respiró hondo y se concentró en la Fuerza, pero no percibió peligro alguno, sólo el miedo de Mica.

—Seguidme, pero no muy cerca. Si alguien se acerca a mí, fingiré no conoceros —Mica tenía los ojos grandes y oscuros, y los dirigió alternativamente a Qui-Gon y a Obi-Wan, esperando a que ambos asintieran.

—Haremos lo que nos pides —le garantizó Obi-Wan.

Mica volvió a ponerse la capucha y salió del hangar a paso ligero.

A Obi-Wan le gustaba llegar a un planeta nuevo y recorrerlo a pie. Qui-Gon le había enseñado que caminar despacio era la mejor forma de observar, y había mucho que observar en Rian. Y nada era lo que Obi-Wan esperaba.

Las calles estaban limpias, y las aceras, llenas de freganos que llevaban coloridos paquetes y paseaban tranquilamente. A poca distancia del hangar municipal, había unos puestos. Los vendedores de comida ofrecían frutas y verduras frescas, carnes y cereales, gritaban los precios y saludaban a los conocidos. Adentrándose en el mercado, vieron más puestos de objetos para el hogar, e incluso de artesanía. Y todo el mundo parecía contento y relajado.

En el corazón del mercado, la multitud era tal y había tanto que ver que Obi-Wan estuvo a punto de perder a Mica. Pero cuando alzaba la mirada veía los ojos de Qui-Gon clavados en el pico gris de la capucha de ella. El Maestro parecía no prestar la atención que solía a su entorno. Era obvio que sus pensamientos estaban en otra parte.

A Obi-Wan le hubiera gustado discutir sus observaciones con su Maestro. ¿Acaso no era extraño que un planeta controlado por el crimen organizado tuviera una población tan feliz? Pero como estaba seguro de que Qui-Gon no pensaba en los freganos, se quedó callado.

Los puestos eran cada vez más escasos, y la multitud más dispersa. Tras seguir a Mica por un laberinto de callejones oscuros pero limpios, la mujer se detuvo y les indicó que se acercaran a ella. Cuando lo hicieron, Mica pulsó unos controles y una gran puerta de almacén se abrió, dejando ver una enorme estancia llena de equipos abandonados.

—Ya hemos llegado —dijo Mica, indicándoles que pasaran primero, y echando un último vistazo a ambos lados del callejón antes de cerrar la puerta—. Soy la única que conoce el escondite de Lena. Además de vosotros. Es importante que jamás os sigan hasta aquí.

—Por supuesto —asintió Obi-Wan.

En lo alto de varios tramos de escaleras de duracero, los descansillos y la maquinaria de carga dieron paso a un espacio más acogedor. De espaldas a la entrada. entre varios sillones que no combinaban entre sí pero de apariencia cómoda, estaba la mujer que Obi-Wan había visto en la holopantalla de Jocasta Nu. Lena Cobral.

Mica carraspeó para anunciar su llegada. Lena se giró.

—Lo conseguisteis —dijo juntando las manos y ofreciéndoselas a Qui-Gon y Obi-Wan. Luego abrazó a Mica—. Menos mal. ¿Habéis tenido buen viaje?

—Se nos hizo corto —le dijo Qui-Gon antes de presentarse a sí mismo y a Obi-Wan.

Obi-Wan se sintió contento al ver que Qui-Gon salía de su silencio, porque no estaba totalmente seguro de poder llevar aquella conversación sin problemas.

Lena Cobral parecía guapa en la holopantalla, pero en persona era impresionante. La larga melena oscura, suelta sobre los hombros, le enmarcaba la cara y unos ojos oscuros parecidos a los de Mica. Era apenas unos años mayor que Obi-Wan, algo que sorprendió al joven aprendiz. Al igual que los freganos que habían visto, su comportamiento era tranquilo. Saludó a los Jedi como si fueran viejos amigos o invitados de honor en una fiesta, no escoltas políticos.

—Por favor, sentaos —dijo Lena, guiando a los Jedi a las sillas—. ¿Qué vais a tomar? ¿Quizá un té de kopi?

Antes de que los Jedi pudieran decir nada, Lena ya estaba vertiendo un líquido oscuro en las tazas. Tenía una tonalidad anaranjada y un sabor delicioso.

—Mi prima Mica me trae todo desde que estoy escondida —Lena sonrió a la silenciosa Mica—. Ayer me trajo este té. Y hoy os ha traído a vosotros —Lena dirigió su contagiosa sonrisa hacia los Jedi. Obi-Wan encontró imposible no devolverle el gesto.

—Es demasiado buena conmigo —el tono optimista de Lena hacía olvidar cualquier posibilidad de amenaza—. Y se empeña en quedarse aquí sin pensar en el peligro que corre. Sé que no debería permitirlo.

—Eres tú la que no tiene en cuenta el peligro que corre —le dijo Mica suavemente.

Lena contempló cómo su prima se levantaba y abandonaba la habitación, y Obi-Wan apreció por primera vez un atisbo de tensión y miedo en el rostro de la chica. Miró a su Maestro para ver si él también se había dado cuenta, pero Qui-Gon se había vuelto a ensimismar y miraba fijamente la taza de té.

—Lo siento —se disculpó Lena, llevándose súbitamente la mano a la frente—, os estoy haciendo perder el tiempo. No he sido del todo sincera.

Obi-Wan se incorporó en el asiento y Qui-Gon puso la taza en la mesa. No hablaron, se limitaron a esperar a que ella dijera lo que tenía que decir.

—Es cierto que necesitaba una escolta hasta Coruscant. Y es cierto que quiero testificar contra los Cobral. Tengo que terminar lo que Rutin empezó. Aquello por lo que dio su vida —la voz de Lena se quebró. Se puso en pie y, mientras seguía hablando, se dirigió hacia las ventanas tapadas por pesados cortinajes—. En muchos aspectos, es culpa mía. Yo no quería enamorarme de él, pero uno no elige esas cosas, ¿verdad?

A Obi-Wan le pareció que Qui-Gon asentía imperceptiblemente.

—Antes de casarnos, Rutin me prometió que acabaría con el crimen, pero no podía permitirse ser repudiado por su familia. Era el hijo predilecto de unos padres que le amaban y tenía la esperanza de hacerles cambiar. No sólo quería apartarse él, sino acabar con todo de una vez por todas —comenzó a hablar más rápido, como si no pudiera detener el flujo de palabras.

—Pero entonces, su hermano Solan se enteró de que Rutin estaba intentando cambiar las cosas, y, presa de la furia, acudió a su padre. Rutin no podía romper la red desde dentro, así que lo intentó desde fuera. Fue la decisión más difícil de su vida. Yo quería que saliera, pero le rogué que no arriesgara su vida. Él insistió. Por mí, dijo. Lo hacía por mí —Lena se detuvo de nuevo y se giró hacia los Jedi. Tenía los ojos anegados en lágrimas.

Obi-Wan se sintió como si sólo le estuviera mirando a él, como si esos ojos se dirigieran a su corazón. Era cómo si le estuviera escudriñando, intentando ver si tenía fuerza y valor suficientes para ayudarla. Si se podía confiar en él.

Obi-Wan se fiaba de ella instintivamente. Había algo en su forma de comportarse, en su forma de hablar. No les estaba mintiendo. Él podía percibir el miedo de ella, sí, pero también su sinceridad. Y podía percibir su fuerza. Lena Cobral no era una cobarde.

—Por eso tengo que llevar a cabo este plan —dijo Lena, recobrando el ánimo—. No puedo dejar que la muerte de Rutin quede en nada. Testificaré. Detendré el crimen, pero...

Obi-Wan se acercó. Hasta ahí, todo era normal. ¿Pero qué...?

—No tengo pruebas que ofrecer al Senado —suspiró Lena—. Rutin se esforzó muchísimo por protegerme. Y, pese a todo lo que he oído, al igual que cualquier fregano, lo único que tengo es mi palabra contra la suya.

Qui-Gon se puso en pie. Obi-Wan sabía, por su expresión, que estaba muy molesto con la argucia. Les habían enviado para escoltar a un testigo en peligro, y ahora resultaba que el testigo no tenía nada que contar.

—Por favor —dijo Lena, cogiendo la enorme mano de Qui-Gon—. Os ruego que os quedéis hasta que reúna las pruebas. Yo sé que existen: listas, fechas, libros de cuentas y registros de los delitos de los Cobral. Con vuestra ayuda...

—Nos enviaron aquí sólo para protegerte. Si no puedes testificar, tendremos que regresar a Coruscant. Solos —dijo Qui-Gon, inexpresivo.

Obi-Wan se indignó, incapaz de creer lo que estaba oyendo. ¿Cómo podía Qui-Gon negar su ayuda a aquella mujer?

Capítulo 3

—¡Maestro! —dijo Obi-Wan con mayor intensidad de la que pretendía— Yo... —se detuvo, dándose cuenta de que no era conveniente discutir una diferencia de opiniones delante de Lena—. Me gustaría hablar contigo —dijo.

Obi-Wan hizo un gesto tranquilizador a Lena y bajó rápidamente un tramo de escaleras. Qui-Gon le siguió. Cuando llegó al rellano. Obi-Wan se giró bruscamente.

—Maestro, no irás a dejar aquí a esta mujer. ¡Es obvio que está asustada y corre peligro! —explotó.

—Nos ha mentido con respecto al tema de las pruebas, Obi-Wan. ¿Quién te dice que no miente también sobre el peligro que corre? —dijo Qui-Gon con calma.

—Su miedo es real —dijo Obi-Wan—. Estoy seguro de que eso puedes percibirlo. No podemos abandonarla —sintió que se sonrojaba. No había hablado así a su Maestro desde antes de la muerte de Tahl, porque, en todo ese tiempo, Qui-Gon parecía no haber sentido nada exterior a sí mismo.

El Maestro miró a su padawan un rato. Obi-Wan le aguantó la mirada. No dejaría que Qui-Gon se saliera con la suya.

—Nos quedaremos dos días. Nada más. Si no reúne las pruebas para entonces, nos volveremos a Coruscant sin ella —decidió Qui-Gon—. Pero no creo que sea buena idea. Estás dejándote llevar por tus sentimientos.

—No me arrepentiré —dijo Obi-Wan con firmeza.

—Eso espero —respondió su Maestro.

La ira y la frustración se arremolinaron en el interior de Obi-Wan. Se dirigió hacia las escaleras sin añadir una palabra más. ¿Acaso no había dejado Qui-Gon que sus emociones le guiaran en el pasado? Si tan sólo se permitiera sentir alguna de esas emociones, quizá podría entenderlo. Estaban tomando la decisión adecuada. Lena y Frego les necesitaban.

Luchando por superar la frustración, Obi-Wan se detuvo antes de regresar a la estancia. Lena oyó a los Jedi en las escaleras y se giró. Su rostro estaba lleno de esperanza.

—Nos quedaremos dos días —le dijo Obi-Wan con una sonrisa.

—Te protegeremos mientras estemos aquí, pero eso es todo. No reuniremos pruebas contra los Cobral —añadió Qui-Gon.

Eso bastaba. Lena abrazó con fuerza a Obi-Wan.

—Gracias —le dijo al oído—. Gracias. Es más de lo que podría pedir.

Obi-Wan sintió un calor en la cara y en el cuello mientras le devolvía el abrazo a Lena, no sin sentirse incómodo. Por el rabillo del ojo podía ver a Qui-Gon, y más allá a Mica. Ninguno sonreía.

—Dos días serán suficientes, pero no hay tiempo que perder —dijo Lena. Salió de la sala y un momento después regresó con una capa parecida a la de Mica. Se recogió el pelo rápidamente y se lo cubrió con la capucha.

—Yo voy contigo —dijo Mica.

Lena negó con la cabeza.

—No hay razón para que tú también corras peligro.

Obi-Wan creyó ver un atisbo de rabia en el rostro de Mica, pero se quedó callada mientras los Jedi y Lena salían del apartamento.

Lena se comportó de forma brusca y determinada en su gesto mientras guiaba a los Jedi fuera del callejón. Antes de que se cubriera con un par de gafas oscuras que le ocultaban casi toda la cara, Obi-Wan se dio cuenta de que ella tenía las cejas pintadas.

Lena se movía por las calles casi más rápido que su prima. Guió a los Jedi desde los oscuros y apelotonados almacenes a un barrio lleno de edificios altos y relucientes. Turboascensores como burbujas subían y bajaban por las paredes exteriores.

Lena se detuvo de repente a unos doce metros de un edificio especialmente grande y majestuoso. Tres imponentes hombres hacían guardia en la puerta del turboascensor.

—Vamos a tener que ir por detrás —dijo Lena, dándose la vuelta hacia los Jedi. Suspiró con tristeza—. No he vuelto a mi casa desde...

—¿Tu casa? —interrumpió Qui-Gon.

Obi-Wan se dio cuenta de que su Maestro no estaba del todo sorprendido con la idea, pero no le parecía muy buena. A Obi-Wan tampoco se lo parecía. Pero quería ayudar a Lena.

—¿Estás segura de que esto es buena idea? —le preguntó Qui-Gon.

—No hay otra opción —explicó Lena—. Hay información vital en mi casa y la necesito para testificar.

Qui-Gon no respondió. Lena se giró y bajó por un estrecho callejón hacia la entrada trasera. Por suerte, no estaba custodiada. Introdujo un código en un pequeño panel y la puerta se abrió. No había turboascensor en ese lado del edificio. Tenían que subir treinta y siete pisos andando.

Cuando llegaron, los tres estaban sin aliento. Pero Lena no se detuvo a descansar. En lugar de eso, dobló una esquina para llevarles hacia lo que parecía un muro de durocemento. Hasta que estuvo cerca. Obi-Wan no se dio cuenta de que realmente era una puerta secreta. Lena pulsó un pequeño botón escondido en un panel y la puerta se abrió.

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