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Authors: James Lowder

Tags: #Fantástico, Aventuras

El principe de las mentiras (6 page)

BOOK: El principe de las mentiras
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Bevis cerró el cuadernillo. La lectura a la luz vacilante de los braseros le había producido un fuerte dolor de cabeza y tenía la boca extrañamente seca. Se frotó las sienes y durante un momento mantuvo los ojos cerrados, esperando que así desapareciera el dolor, pero las horripilantes ilustraciones seguían bailando ante sus ojos. Las palabras de la historia le resonaban en la cabeza como el canto de una sirena que lo incitase a seguir leyendo. A lo mejor era una especie de libro de conjuros disfrazado para que tuviera la apariencia de la vida de Cyric. O tal vez los clérigos habían lanzado una maldición sobre las páginas para castigar a todo aquel que lo leyera sin autorización. Con el corazón desbocado, Bevis dio la vuelta a la pila de hojas en busca de una clave.

El gremio de los copistas de Zhentil Keep exigía que sus miembros pusieran un colofón en la página final de un manuscrito. Por lo general, esas notas personales, escritas en el código esotérico del gremio, expresaban el alivio del copista al haber terminado el libro, junto con el deseo de que se lo recompensase bien por sus esfuerzos. En el caso de tomos peligrosos, el colofón advertía a los demás miembros del gremio de que sólo podían hojear el libro bajo su propio riesgo.

El colofón de éste no era más largo que el de otros libros. Empezaba con las habituales exclamaciones de alivio y con las quejas consabidas por la mano agarrotada, y a continuación pasaba a expresar su esperanza de verse recompensado con una bella muchacha y una pinta de buena cerveza. La parte final del colofón había sido oscurecida mediante tachaduras apresuradas, lo cual indicaba que las líneas serían borradas del pergamino antes de su encuadernación. Las tachaduras dificultaban la lectura del texto, pero Bevis tenía práctica descifrando esos rompecabezas.

De la boca del dios a mi pluma en este décimo año del reinado de Cyric como señor de los Muertos. Trescientas noventa y siete versiones de este tomo se han hecho antes de mí. Pluga a mi inmortal señor no utilizar mi piel para las páginas de la tricentésima nonagésima octava.

Con un grito de horror, Bevis dio un manotazo a los cuadernillos, que flotaron desde la mesa hasta posarse en el suelo como buitres en torno a un cadáver.

—No es ése el modo en que un artista debería tratar la obra de sus colegas —dijo una voz desde las sombras.

Bevis se volvió precipitadamente. Había alguien allí, en la parte más oscura de la cripta.

—¿P-patriarca Mirrormane? —tartamudeó el iluminador mientras buscaba precavido su navaja.

—No precisamente. —El hombre refugiado en las sombras dio un paso adelante. Era joven e imberbe, con una gracia felina que hablaba de su formación como ladrón. Apartando hacia un lado el negro capote apoyó con gesto dramático una mano en la empuñadura de su espada corta. Ésta pendía de un pasador de su cinto, y su color rosáceo se traslucía a pesar de la vaina—. ¿Te ha gustado mi libro?

El iluminador balbució una respuesta, pero las palabras se resistían a salir de su garganta. El hombre de nariz aguileña se acercó. Sus pisadas no hacían el menor ruido sobre la piedra fría del suelo. Se agachó y recogió un cuadernillo, uno en el que estaba representado el señor de los Muertos, y, levantándolo, lo colocó junto a su cara para que Bevis pudiera comparar. La miniatura tenía un parecido sorprendente, hasta en lo del halo de oscuridad.

—Oh, dioses —consiguió farfullar Bevis mientras caía al suelo desmadejado.

La cruel sonrisa de Cyric se hizo más ancha.

—No, el único que importa.

* * *

Bevis colgaba inerte contra el pilar de piedra, afortunadamente ajeno a la presencia de las tres figuras reunidas en torno a él. El círculo de braseros seguía ardiendo intensamente, pero ya no era necesario. Con un solo pensamiento de Cyric la luz inundó las catacumbas, permitiendo ver con claridad hasta el menor detalle de los suelos de piedra desiguales y de los techos bajos y abovedados.

—¡Me gustaría que Fzoul se diera prisa! —chilló Xeno Mirrormane. El pelo blanco plateado del sumo sacerdote formaba alborotados rizos en torno a su cabeza mientras avanzaba a grandes zancadas amenazando a Bevis con una varilla de hierro humeante. La exigua figura del sacerdote quedaba oculta por el volumen de sus ropajes color púrpura oscuro—. Quiero empezar con este espía antes de la cena.

El rollizo noble que tenía a su lado bostezó y se llevó un pañuelo perfumado a la bulbosa nariz.

—Tu extinto hermano habría estado muy orgulloso al ver la forma en que blandes eso, Xeno —dijo con voz cansina a través del lienzo de seda Shou estampada—. Te has adaptado admirablemente a tu nuevo papel de patriarca. Todos debemos dar gracias de que pudieras reemplazar a Maskul después de su misteriosa muerte.

—Ahórranos tus indirectas, lord Chess —dijo Cyric—. Sabes que Xeno asesinó a Maskul. Tus espías te informaron del hecho incluso antes de que la daga llegara a su corazón. Eso no debería sorprenderte en absoluto. Después de todo, Xeno está a mi servicio, y yo soy el señor del Asesinato, ¿no es cierto?

La expresión indolente desapareció y el regente de Zhentil Keep apartó el pañuelo con el que cubría su cara.

—Por supuesto, magnificentísimo señor —murmuró.

—Dime, Chess —inquirió Cyric con perentoriedad—, ¿sigues rogando a Leira para encontrar una manera de ocultar tu desagradable vientre a tus cortesanos? Sabes muy bien que las ilusiones son lo único capaz de semejante ocultación.

Ruborizado de vergüenza, Chess enderezó su voluminosa forma contra la pared de piedra de la cripta. Cuando miró a Cyric esperando alguna señal de aprobación, se encontró con que el avatar del dios se había alejado hacia las lóbregas catacumbas, dejándolo con la duda de cómo habría hecho el señor de los Muertos para interceptar las plegarias dirigidas a otro dios de los cielos.

Las catacumbas habían alojado en otro tiempo a los muertos honorables de Bane, sacerdotes y guerreros y notables hombres de estado que habían dedicado sus vidas al anterior dios de la Lucha. Después de la Era de los Trastornos, cuando Cyric se había apropiado del manto de Bane, dio órdenes a sus secuaces de saquear los lugares consagrados al Señor Tenebroso. Estos pintarrajearon las hermosas estatuas y tumbas de mármol antes de reducirlas a escombros. Los restos de los fieles de Bane fueron arrojados irreverentemente al río Tesh.

La iglesia de Cyric todavía tenía que crear una cantidad suficiente de mártires como para llenar las ahora desoladas criptas, de ahí que el espacio se usara para otros fines. Un grupo de asesinos de la iglesia se había acostumbrado a meditar entre las ratas, las arañas y otros seres más escalofriantes que poblaban las oscuras catacumbas. Aparte de ellos y de los pocos magos de la iglesia que llevaban a cabo experimentos secretos en las criptas, las bóvedas y cámaras seguían vacías. Formaban una red serpenteante e inútil bajo el vasto complejo de templos y monasterios dedicados al Príncipe de las Mentiras.

Cyric se paseaba inquieto entre los restos destrozados de lo que en una época había sido un indicador. Tal vez debería permitir que Xeno encerrara a los copistas que trabajaron en las anteriores versiones del
Cyrinishad
, se dijo. Con eso llenaría muy pronto este lugar. Incluso podría devolver los cuerpos de los copistas si los clérigos quisieran enterrar lo que queda de ellos.

El Príncipe de las Mentiras cerró los ojos y escuchó. Los chillidos interminables de los hombres y mujeres que habían copiado los tomos fallidos sonaron en sus oídos a pesar de que estaban encerrados a cal y canto en el salón del trono del Castillo de los Huesos.

Un sonido discordante apartó de la conciencia de Cyric los chillidos de los condenados. Se volvió a mirar a los demás. Xeno había dejado caer el hierro en un brasero para calentarlo. La idea de enterrar al patriarca junto con su hermano asesinado pasó por la mente del dios de la Muerte —buena recompensa por sus chillidos y nerviosos desplazamientos—, pero la diversión pronto acabó con el aburrimiento de Cyric.

Cyric había asumido un avatar físico para esta visita a Zhentil Keep, algo que pocas veces había hecho desde que era dios. Prefería horrorizar en sueños a sus fieles como un fantasma ensangrentado o manifestarse como una nube de humo envenenado ante sus enemigos. Había olvidado lo que era percibir el mundo a través de unos sentidos que a menudo son objeto de distracciones. La extraña sensación era agradable. Tenía algo de nostálgico y aplacaba un poco su humor sombrío.

Los ecos de las pisadas de Fzoul precedieron la llegada de éste a las criptas. Cuando apareció al pie de la escalera no daba muestra alguna de haber acudido presuroso a la llamada de Cyric. En realidad, por el traje ceremonial que vestía, daba la impresión de que se había tomado tiempo para acicalarse antes de acudir a la cita. La extraña radiación que iluminaba las catacumbas hacía que la negra armadura de Fzoul pareciera aceitosa, como las escamas de una serpiente inmediatamente después de la muda. En un tiempo, el símbolo sagrado de Bane le había adornado el peto. Ahora estaba vacío: un cielo de medianoche sin una sola estrella. Cintas de plata arrebatadas a los centauros del bosque de Lethyr le sujetaban el largo pelo rojo en una trenza y le recogían los largos bigotes.

Fzoul se quitó parsimoniosamente los guantes, dedo a dedo, y después dobló los guanteletes de piel de dragón y los guardó en el cinto.

—Magnificentísimo señor —dijo en un tono en el que no había ni rastro de reverencia o entusiasmo. El sacerdote hincó rodilla en tierra e inclinó la cabeza, más para ocultar la mirada desdeñosa que como muestra de sumisión.

Las crueles risotadas de Cyric llenaron las criptas.

—Tu renuencia sólo consigue hacerme saborear más tu muestra de respeto, Fzoul. Sé que me odias. Me has odiado desde aquel día en que te clavé una flecha en la batalla del valle de las Sombras. —Hizo un gesto desdeñoso—. Dime, ¿duelen las heridas de guerra en los antiguos días de gloria de Bane?

Un relámpago de furia cruzó por los ojos del sacerdote. Apretó los dientes para reprimir una respuesta mordaz.

—Así está bien, Fzoul. Eleva plegarias silenciosas a todos los poderes oscuros del universo —dijo Cyric—. Los demás dioses no pueden hacer que vuelva Bane, y no harán nada contra mí.

La alegría había desaparecido de su voz y su mirada atravesó el alma del sacerdote.

Lentamente, Fzoul se puso de pie. Un atisbo de miedo había atemperado las afiladas aristas de la ira.

—Así lo has demostrado una y mil veces durante los diez últimos inviernos, magnificentísimo señor.

Para romper la tensión que se cernía sobre el grupo, lord Chess sonrió ampliamente y dio una palmada a Fzoul en el hombro.

—¿Y qué tal van las cosas con los zhentarim? ¿Han encontrado tus magos alguna pista de Kelemvor Lyonsbane? Es sumamente extraño que su alma haya estado desaparecida durante todos estos años —sonrió tontamente a Cyric—. Magnificentísimo señor, creo que lo mataste demasiado bien.

Godsbane se removió intranquila contra el muslo de Cyric.

«Hiervo por beberme la sangre de todos estos monos parlanchines»
, sonó la voz de la espada rosácea en la mente del dios.

La lúgubre sonrisa volvió al rostro de Cyric al compartir la espada con él imágenes de la carnicería. El Príncipe de las Mentiras se regodeó en ellas. La precisa explicación de Fzoul de la incapacidad de los zhentarim para encontrar el alma de Kelemvor se alojó en otra parte de la conciencia de Cyric.

El señor de los Muertos no confiaba mucho en los zhentarim. Desde la destrucción de su patrono inmortal, Bane, la Red Negra había seguido minando sutilmente los reinos legales de Faerun valiéndose de espías y asesinos. Los magos que controlaban al grupo habían resultado fastidiosamente leales a la memoria de Bane, o, lo que resultaba todavía más oprobioso, a la diosa de la Magia. No obstante, Cyric reconocía que eran útiles, especialmente para cuestiones que requerían los servicios de magos talentosos.

—Y los oráculos no encuentran ni vestigio de Lyonsbane —fue la conclusión final de Fzoul—. Si su alma escapó a tu ira y se oculta en los reinos de los vivos, algún gran poder lo protege de nuestra magia.

Cyric frunció el entrecejo.

—Lo mismo que todos los informes de los diez últimos años —bramó—. Mystra está detrás de esto, o uno de sus aliados. Pero no podrán mantener oculto a Kelemvor de mí para siempre, no cuando el
Cyrinishad
les robe a sus fieles. ¿No es cierto, Xeno?

El patriarca prorrumpió en carcajadas y levantó la pila de pergaminos de la mesa.

—Eres afortunado, Fzoul. Alguien ha hecho ya la primera revisión del libro, o al menos de una parte. —Señaló a Bevis con el mentón—. Le pondremos la marca y veremos si lo cree.

—No te preocupes, Fzoul —murmuró Cyric pasando cerca del sacerdote—. Serás el siguiente en leer el libro si este pequeño experimento tiene éxito. Para eso te he llamado. Quiero que seas el primero en ver lo erróneo de tus métodos.

Tras sacudir a Bevis para despertarlo, Xeno aproximó la varilla de hierro al rojo a los pies desnudos del hombre. El dolor hizo caer al copista en un desmayo de agonía. En cuanto su mente se despejó, el olor de su propia carne chamuscada le produjo arcadas.

—Lo siento —dijo Bevis con voz ahogada—. Sé que no debería haberlo leído, p-pero en cuanto empecé no pude parar.

Xeno lanzó un aullido triunfal.

—¿Dices que no pudiste impedirlo? —Blandió el hierro candente frente a la cara de Bevis—. No mentirías sobre eso, ¿verdad?

—¡No! —gritó el prisionero—. P-por favor. No le diré a nadie lo que he leído. ¡No les diré lo que dice el libro!

Frotándose la papada, lord Chess frunció el entrecejo y movió la cabeza insatisfecho.

—No se trata de eso. Más bien queremos que se lo digas a todos.

En el rostro de Bevis brilló la esperanza al mirar al presumido noble.

—Entonces lo haré. Me pondré en las calles a repetir la historia una y otra vez. Mi hija era copista, una excelente copista. Abandonó el gremio, pero haré que vuelva a ayudarme a copiar el texto si así lo quieres...

—Esto no nos lleva a ninguna parte —soltó Fzoul, arrebatándole al patriarca el hierro candente—. Lo que queremos es saber si creyó en el libro, no si podemos inducirlo a propagar su contenido en bien de la iglesia.

Con la aquiescencia de Cyric, Fzoul Chembryl empezó a torturar a Bevis de una manera larga y sistemática. Durante más de una hora el iluminador soportó el dolor. Repitió gran parte de lo que había leído en el
Cyrinishad
, palabra por palabra. Los pasajes estaban grabados en su memoria con una intensidad que el ingenioso uso de la daga o del hierro candente por parte del sacerdote no consiguió borrar..., hasta que llegaron a la muerte de Myrkul y a la batalla en lo alto de la torre de Bastón Negro.

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