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Authors: José Joaquín Fernández de Lizardi

Tags: #clásico, humor, aventuras

El Periquillo Sarniento (5 page)

BOOK: El Periquillo Sarniento
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En fin, tengo un consuelo, y es que mis escritos precisamente
agradarán a mis hijos para quienes en primer lugar los
trabajé; si a los demás no les acomodare, sentiré
que la obra no corresponda a mis deseos, pudiendo decir a cada uno de
mis lectores lo que Ovidio a su amigo Pisón: «Si mis
escritos no merecen tu alabanza, a lo menos yo quise que fueran dignos
de ella.» De esta buena intención me lisonjeo, que no de
mi obra.

Quod si digna tua minus est mea pagina laude,
at voluisse sat est: animum non carmina jacto.

Advertencias generales a los lectores

Estamos entendidos de que no es uso adornar con
notas ni textos esta clase de obras
romancescas
, en las que
debe tener más parte la acción que la moralidad
explicada, no siendo además susceptibles de una frecuente
erudición; pero como la idea de nuestro autor no sólo
fue contar su vida, sino instruir cuanto pudiera a sus hijos, de
ahí es que no escasea las digresiones que le parecen oportunas
en el discurso de su obra, aunque (a mi parecer) no son muy repetidas,
inconexas ni enfadosas.

Yo, coincidiendo con su modo de pensar, y en obsequio de la amistad
que le profesé, he procurado ilustrarla con algunas que pienso
concurren a su misma intención. Al propio tiempo, para ahorrar
a los lectores menos instruidos los tropezones de los latines, como
él recuerda, dejo la traducción castellana en su lugar,
y unas veces pongo el texto original entre las notas, otras
sólo las citas, y algunas veces lo omito enteramente. De
manera, que el lector en romance nada tiene que interrumpir con la
secuela de la lectura, y el lector latino acaso se agradará de
leer lo mismo en su idioma original.

Periquillo, sin embargo de la economía que ofrece, no deja
de corroborar sus opiniones con la doctrina de los poetas y
filósofos paganos.

En uso de las facultades que él me dio para que corrigiera,
quitara o añadiera lo que me pareciera en su obrita, pude
haberle suprimido todos los textos y autoridades dichas; pero cuando
batallaba con la duda de lo que debía de hacer, leí un
párrafo del eruditísimo Jamin que vino a mi
propósito, y dice así: «He sacado mis reflexiones
de los filósofos profanos, sin omitir tampoco el testimonio de
los poetas, persuadido a que el testimonio de éstos… aunque
voluptuosos por lo común, establecía la severidad de las
costumbres de un modo más fuerte y victorioso que el de los
filósofos, de quienes hay motivo de sospechar que sola la
vanidad les ha movido ha establecer la austeridad de las
máximas en el seno de una religión supersticiosa, que al
mismo tiempo lisonjeaba todas las pasiones. En efecto, al oír a
un escritor voluptuoso hablar con elogio de la pureza de las
costumbres, se evidenciará que únicamente la fuerza de
la verdad ha podido arrancar de su boca tan brillante
testimonio.»

Hasta aquí el célebre autor citado, en el
párrafo XX del prefacio a su libro titulado:
El fruto de
mis lecturas
. Ahora digo: si un joven voluptuoso, o un viejo
apelmazado con los vicios ve estos mismos reprendidos, y las virtudes
contrarias elogiadas, no en boca de los Anacoretas y Padres del Yermo,
sino en la de unos hombres sin religión perfecta, sin virtud
sólida, y sin la luz del Evangelio, ¿no es preciso que
forme un concepto muy ventajoso de las virtudes morales? ¿No es
creíble que se avergüence al ver reprendidos y
ridiculizados sus vicios, no ya por los Pablos, Crisóstomos,
Agustinos ni demás padres ni doctores de la iglesia, sino por
los Horacios, Juvenales, Sénecas, Plutarcos y otros ciegos
semejantes del paganismo? Y el amor a la sana moral, o el
aborrecimiento al vicio que produzca el testimonio de los autores
gentiles, ¿no debe ser de un interés recomendable,
así para los lectores como para la misma sociedad? A mí
a lo menos así me lo parece, y por tanto no he querido omitir
las autoridades de que hablamos.

No es este el Periquillo que cantando
o haciendo no sé qué se llevó el viento.
Este Perico sin cantar, va dando
A muchos mil lecciones de escarmiento.

Su fin es deleitar aprovechando
a quien su vida quiera leer atento.
Tal el carácter es de mi Perico.
Escucha pues, lector que ya abre el pico.

Vida y hechos de Periquillo Sarniento

Escrita por él para sus hijos

Capítulo I

Comienza Periquillo escribiendo el
motivo que tuvo para dejar a sus hijos estos cuadernos, y da
razón de sus padres, patria, nacimiento y demás
ocurrencias de su infancia

Postrado en una cama muchos meses hace,
batallando con los médicos y enfermedades, y esperando con
resignación el día en que, cumplido el orden de la
Divina Providencia, hayáis de cerrar mis ojos, queridos hijos
míos, he pensado dejaros escritos los nada raros sucesos de mi
vida, para que os sepáis guardar y precaver de muchos de los
peligros que amenazan, y aun lastiman al hombre en el discurso de sus
días.

Deseo que en esta lectura aprendáis a desechar muchos
errores que notaréis admitidos por mí y por otros, y
que, prevenidos con mis lecciones, no os expongáis a sufrir los
malos tratamientos que yo he sufrido por mi culpa; satisfechos de que
mejor es aprovechar el desengaño en las cabezas ajenas que en
la propia.

Os suplico encarecidamente que no os escandalicéis con los
extravíos de mi mocedad, que os contaré sin rebozo, y
con bastante confusión; pues mi deseo es instruiros y alejaros
de los escollos donde tantas veces se estrelló mi juventud, y a
cuyo mismo peligro quedáis expuestos.

No creáis que la lectura de mi vida os será demasiado
fastidiosa, pues como yo sé bien que la variedad deleita el
entendimiento, procuraré evitar aquella monotonía o
igualdad de estilo, que regularmente enfada a los lectores. Así
es, que unas veces me advertiréis tan serio y sentencioso como
un Catón, y otras tan trivial y bufón como un
Bertoldo. Ya leeréis en mis discursos, retazos de
erudición y rasgos de elocuencia; y ya veréis seguido un
estilo popular mezclado con los refranes y
paparruchadas
del
vulgo.

También os prometo que todo esto será sin
afectación ni pedantismo, sino según me ocurra a la
memoria, de donde pasará luego al papel, cuyo método me
parece el más análogo con nuestra natural veleidad.

Últimamente, os mando y encargo que estos cuadernos no
salgan de vuestras manos, porque no se hagan el objeto de la
maledicencia, de los necios o de los inmorales; pero si tenéis
la debilidad de prestarlos alguna vez, os suplico no los
prestéis a esos señores, ni a las viejas
hipócritas, ni a los curas interesables, y que saben hacer
negocio con sus feligreses vivos y muertos, ni a los médicos y
abogados chapuceros, ni a los escribanos, agentes, relatores y
procuradores ladrones, ni a los comerciantes usureros, ni a los
albaceas herederos, ni a los padres y madres indolentes en la
educación de su familia, ni a las beatas necias y
supersticiosas, ni a los jueces venales, ni a los corchetes
pícaros, ni a los alcaides tiranos, ni a los poetas y
escritores remendones como yo, ni a los oficiales de la guerra y
soldados fanfarrones y hazañeros, ni a los ricos avaros,
necios, soberbios y tiranos de los hombres, ni a los pobres que lo son
por flojera, inutilidad o mala conducta, ni a los mendigos fingidos;
ni los prestéis tampoco a las muchachas que se alquilan, ni a
las mozas que se corren, ni a las viejas que se afeitan, ni… pero va
larga esta lista. Basta deciros que no los prestéis ni por un
minuto a ninguno de cuantos advirtiereis que les tocan las generales
en lo que leyeren; pues sin embargo de lo que asiento en mi
prólogo, al momento que vean sus interiores retratados por mi
pluma, y al punto que lean alguna opinión que para ellos sea
nueva o no conforme con sus extraviadas o depravadas ideas, a ese
mismo instante me calificarán de un necio, harán que se
escandalizan de mis discursos, y aun habrá quien pretenda
quizá que soy hereje, y tratará de delatarme por tal,
aunque ya esté convertido en polvo. ¡Tanta es la fuerza
de la malicia, de la preocupación o la ignorancia!

Por tanto, o leed para vosotros solos mis cuadernos, o en caso de
prestarlos sea únicamente a los verdaderos hombres de bien,
pues éstos, aunque como frágiles yerren o hayan errado,
conocerán el peso de la verdad sin darse por agraviados,
advirtiendo que no hablo con ninguno determinadamente, sino con todos
los que traspasan los límites de la justicia; mas a los
primeros (si al fin leyeren mi obra) cuando se incomoden o se burlen
de ella, podréis decirles, con satisfacción de que
quedarán corridos: «¿De qué te alteras?
¿Qué mofas, si con distinto nombre de ti habla la vida
de este hombre desreglado?»
[14]

Hijos míos, después de mi muerte leeréis por
primera vez estos escritos. Dirigid entonces vuestros votos por
mí al trono de las misericordias; escarmentad en mis locuras;
no os dejéis seducir por las falsedades de los hombres;
aprended las máximas que os enseño, acordándoos
que las aprendí a costa de muy dolorosas experiencias;
jamás alabéis mi obra, pues ha tenido más parte
en ella el deseo de aprovecharos; y empapados en estas
consideraciones, comenzad a leer.

Mi patria, padres, nacimiento y primera educación

Nací en México, capital de la
América Septentrional, en la Nueva-España. Ningunos
elogios serían bastantes en mi boca para dedicarlos a mi cara
patria; pero, por serlo, ningunos más sospechosos. Los que la
habitan y los extranjeros que la han visto, pueden hacer su
panegírico más creíble, pues no tienen el estorbo
de la parcialidad, cuyo lente de aumento puede a veces disfrazar los
defectos, o poner en grande las ventajas de la patria aun a los mismos
naturales; y así, dejando la descripción de
México para los curiosos imparciales, digo: que nací en
esta rica y populosa ciudad por los años de 1771 a 73 de unos
padres no opulentos, pero no constituidos en la miseria; al mismo
tiempo que eran de una limpia sangre, la hacían lucir y conocer
por su virtud. ¡Oh, si siempre los hijos siguieran
constantemente los buenos ejemplos de sus padres!

Luego que nací, después de las
lavadas y demás diligencias de aquella hora, mis tías,
mis abuelas y otras viejas del antiguo cuño querían
amarrarme las manos, y fajarme o liarme como un cohete, alegando que
si me las dejaban sueltas, estaba yo propenso a ser muy
manilargo
[15]
de grande, y por último, y
como la razón de más peso y el argumento más
incontrastable, decían que éste era el modo con que a
ellas las habían criado, y que por tanto, era el mejor y el que
se debía seguir como más seguro, sin meterse a disputar
para nada del asunto; porque los viejos eran en todo más sabios
que los del día, y pues ellos amarraban las manos a sus hijos,
se debía seguir su ejemplo a ojos cerrados.

A seguida, sacaron de un canastito una cincha de listón que
llamaban
faja de dijes
, guarnecida con
manitas de
azabache
, el
ojo del venado
,
colmillo de
caimán
, y otras baratijas de esta clase, dizque para
engalanarme con estas reliquias del supersticioso paganismo el mismo
día que se había señalado para que en boca de mis
padrinos fuera yo a profesar la fe y santa religión de
Jesucristo.

¡Válgame Dios cuánto tuvo mi padre que batallar
con las preocupaciones de las benditas viejas! ¡Cuánta
saliva no gastó para hacerles ver que era una quimera y un
absurdo pernicioso el liar y atar las manos a las criaturas! ¡Y
qué trabajo no lo costó persuadir a estas ancianas
inocentes a que el azabache, el hueso, la piedra, ni otros amuletos de
esta ni ninguna clase, no tienen virtud alguna contra el aire, rabia,
mal de ojo, y semejantes faramallas!

Así me lo contó su merced muchas veces, como
también el triunfo que logró de todas ellas, que a
fuerza o de grado accedieron a no aprisionarme, a no adornarme sino
con un rosario, la santa cruz, un relicario y los cuatro evangelios, y
luego se trató de bautizarme.

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