DARTH VADER El señor oscuro (2 page)

BOOK: DARTH VADER El señor oscuro
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Había otros tres Jedi en una de las cincuenta y tantas fragatas que descendían hacia el grueso del combate, y entre ellos estaba el Maestro Saras. Shryne buscó con la Fuerza y los encontró, débiles ecos que confirmaban que seguían con vida.

Cuando los pilotos arrojaron su pesada carga en la orilla, evitando por poco una pareja de misiles de metralla, los artilleros de las torretas blindadas de la fragata respondieron al fuego con disparos láser mientras enjambres de interceptores mankvim llegaban en oleadas al encuentro de las fuerzas de la República. Los aerosoles antiláser del aire dispersaron los disparos, pero aun así docenas de naves separatistas sucumbieron a los misiles en masa escupidos por los lanzacohetes montados en la cubierta superior de las fragatas.

—El Alto Mando debió concedernos la petición de bombardearlos desde la órbita —dijo Munición, con voz amplificada.

—La idea es tomar la ciudad, comandante, no vaporizarla —repuso Shryne alzando la voz. Habían ofrecido a Murkhana varias semanas para rendirse, pero el ultimátum de la República terminó expirando—. Puede que el deseo de Palpatine de ganarse el corazón y la mente de las poblaciones separatistas no tenga mucho sentido militar, pero sí político.

Munición le miró desde detrás de su visor.

—No nos interesa la política.

—Tampoco a los Jedi.

—¿Por qué lucháis si no se os crió para ello?

—Para servir a lo que queda de la República. —La breve visión verde del final de la guerra volvió a él, y sonrió con pena—. Dooku ha muerto. Estamos a punto de encontrar a Grievous. Si eso significa algo, es que el final está cerca.

—¿El de la guerra o el de que luchemos codo con codo?

—El de la guerra, comandante.

—¿Qué será entonces de los Jedi?

—Haremos lo que siempre hicimos: seguir a la Fuerza.

—¿Y el Gran Ejército?

Shryne le miró fijamente.

—Nos ayudará a preservar la paz.

2

Y
a podían ver la ciudad de Murkhana, que trepaba en un largo
crescendo
por las escarpadas montañas que se alzaban desde la costa, el brillo de los superpuestos escudos de partículas apagado por el gris de la parte inferior de las nubes. Antes de que la fragata descendiera hacia las crestas de espumeantes olas, alteró el rumbo para apuntar con el morro achatado a la apelotonada línea del cielo de la ciudad, zigzagueando entre cabezas nucleares disparadas desde los emplazamientos de artillería que bordeaban la costa.

Murkhana era un mundo como Mygeeto, Muunilinst y Neimoidia, pero no era un planeta conquistado, sino un mundo anfitrión, cuartel general de la Alianza Corporativa y residencia de Passel Argente, antiguo senador y miembro del Consejo Separatista. Los mediadores y litigantes de Murkhana, atendidos por ejércitos de androides domésticos y guardias de seguridad privados, habían levantado un dominio hedonista de enormes edificios de oficinas, lujosos complejos de apartamentos, centros médicos exclusivos y elegantes áreas comerciales, casinos y clubes nocturnos. Sólo los deslizadores más caros se paseaban por su vertical paisaje urbano de edificios altos y elegantes que parecían haber crecido del coral del océano más que haber sido construidos por el hombre.

Murkhana también albergaba el mejor centro de comunicaciones de esa parte del Borde Exterior, y era la principal fuente de las «emisiones sombra» que difundían propaganda separatista por los mundos de la República y de la Confederación.

Cuatro puentes de diez kilómetros de largo dispuestos como los radios de una rueda unían la ciudad con una enorme plataforma de aterrizaje construida sobre el mar. La plataforma tenía forma hexagonal, estaba sostenida por gruesas columnas ancladas en el lecho marino y era lo que necesitaba la República para poder iniciar la invasión a gran escala del resto del planeta. Para que eso sucediera, el Gran Ejército tendría que atravesar los paraguas defensivos y acabar con los generadores. Pero casi todas las techumbres y plataformas de aterrizaje estaban protegidas con rayos repulsores y el único lugar en el que las fragatas podían desembarcar ahora sus cargas de soldados clon y Jedi era la playa de arena negra de Murkhana.

Shryne miraba la plataforma de aterrizaje cuando sintió que alguien se situaba entre el comandante Munición y él, tratando de ver mejor por la abierta escotilla. Supo que era Olee Starstone antes incluso de ver su cabeza de negros rizos. Plantó con firmeza la mano izquierda en la nuca de la chica y la devolvió de un tirón al interior.

—Si tan decidida estás a ser un blanco, padawan, espera al menos a que estemos en la playa.

La pequeña joven de ojos azules se frotó la cabeza mientras miraba por encima del hombro a la alta mujer Jedi que tenía detrás.

—¿Lo ves, Maestra? Sí le importa —dijo la padawan Starstone.

—Pese a toda evidencia de lo contrario —dijo la mujer Jedi.

—Sólo quise decir que así me sería más fácil enterrarte en la arena —repuso Shryne.

Starstone frunció el ceño, cruzó los brazos sobre el pecho y se alejó de los dos.

Bol Chatak clavó en Shryne una mirada recriminadora. Llevaba alzada la capucha de su túnica negra ocultando así sus cortos cuernos. Era una zabrak iridoniana, tan tolerante que nunca había reprochado a Shryne su conducta irascible ni interferido en la relación burlona que mantenía con Starstone, la cual se había convertido en su padawan apenas una semana estándar antes, cuando llegó con el Maestro Loorne y otros dos Caballeros Jedi. Las necesidades de los Asedios del Borde Exterior habían alejado de Coruscant a tantos Jedi que el Templo estaba prácticamente desierto.

Hacía poco que Shryne también tuvo un aprendiz padawan...

Para bien del Jedi, el piloto de la fragata anunció que se acercaban al punto de salto.

—¡Comprobad las armas! —le dijo Munición al pelotón—. ¡Gases y cargadores!

Mientras la bodega se llenaba del ruido de armas activándose, Chatak posó la mano en el tembloroso hombro de Starstone.

—Utiliza tu incomodidad para aguzar tus sentidos, padawan.

—Lo haré, Maestra.

—La Fuerza te acompañará.

—Todos moriremos —le dijo Munición a los soldados—. ¡Prometeos ser los últimos en hacerlo!

En el techo se abrieron paneles de accesos, liberando más de una docena de cables de poliplástico que quedaron al alcance de los soldados.

—¡Enganchaos a los cables! —dijo Munición—. Hay sitio para tres más, general —añadió, mientras manos enguantadas y blindadas se agarraban a los cables.

Shryne calculó que el salto no superaba los diez metros y negó con la cabeza a Munición.

—No hay necesidad. Lo veremos abajo.

La fragata ganó altitud inesperadamente al acercarse a la costa y se paró junto a la playa, como frenada en seco. Los rayos repulsores se conectaron y la nave flotó sobre la arena. En ese momento, centenares de androides bélicos separatistas llegaron a la playa disparando simultáneamente las armas láser.

El intercomunicador chirrió y el piloto dijo:

—¡Lanzamos el anulador de androides!

El anulador de androides, un arma emisora de ondas de impacto, detonó a cinco metros del punto cero, tumbando a todos los androides en un radio de cincuenta metros. Explosiones semejantes subrayaron la llegada de una docena de fragatas más.

—¿Dónde estaban estas armas hace tres años? —preguntó a Munición uno de los soldados.

—Es el progreso —repuso el comandante—. De pronto parecemos estar ganando la guerra en una semana.

La fragata descendió un poco más y Shryne saltó al aire, usando la Fuerza para controlar su caída y aterrizar agazapado en la arena compacta, como hicieron a continuación Chatak y Starstone, si bien de forma menos experta.

Les siguieron Munición y los soldados clon, que descendían agarrados con una mano a cables individuales, mientras con la otra disparaban los rifles a medida que bajaban a la playa. Cuando el último soldado estuvo en suelo firme, la fragata elevó el morro y empezó a alejarse. La misma escena se repetía a lo largo de toda la playa. Algunas fragatas no consiguieron escapar al fuego de artillería y se estrellaron envueltas en llamas antes de poder dar media vuelta.

Otras saltaron en pedazos antes de poder descargar a sus hombres.

Jedi y soldados avanzaron mientras proyectiles y disparos láser silbaban en sus oídos y les obligaban a agacharse tras el protector de la autopista que discurría entre la playa y los riscos verticales de la ciudad. El encargado de comunicaciones de Munición solicitó apoyo aéreo contra las baterías que más les castigaban.

Por una abertura del muro aparecieron cuatro hombres pertenecientes a un comando que llevaba a un cautivo con ellos. Los comandos se distinguían de los soldados porque llevaban armadura gris clase Katarn y empleaban armas más pesadas. Sus trajes reforzados contra las pulsaciones magnéticas les permitían atravesar los campos defensivos.

El combatiente enemigo capturado vestía una túnica larga y una capucha con borla, pero carecía de la complexión enjuta, los tatuajes horizontales y los cuernos craneales característicos de los koorivar. La especie de Passel Argente, al igual que le ocurría a sus compañeros separatistas neimoidianos, no sentía ninguna afición bélica, pero no le acomplejaba contratar a los mejores mercenarios que podían comprarse con créditos.

El grueso jefe del comando se dirigió inmediatamente a Munición.

—Equipo Ion, comandante, adscrito al veintidós de Boz Pity.

Se volvió ligeramente en dirección a Shryne y asintió con la cabeza.

—Bienvenido a Murkhana, general Shryne.

Las oscuras cejas de Shryne se agitaron.

—La voz me resulta familiar... —empezó a decir.

—Y la cara más aún —terminó el comando.

El chiste se había hecho viejo tres años antes, pero seguía siendo habitual entre los soldados clon, y entre ellos y los Jedi.

—Trepador —dijo el comando, llamándole por su apodo—. Luchamos juntos en Deko Neimoidia.

Shryne agarró al comando por el hombro.

—Me alegra volver a verte, Trepador... aunque sea aquí.

—Como ya te dije —le comentó Chatak a Starstone—, el Maestro Shryne tiene amigos en todas partes.

—Igual no le conocen tan bien como yo, Maestra —gruñó Starstone.

Trepador alzó el visor de su casco hacia el cielo gris.

—Es un buen día para luchar, general.

—Aceptaré tu sugerencia —dijo Shryne.

—Tu informe, jefe de escuadrón —interrumpió Munición.

Trepador se volvió hacia el comandante.

—Los koorivar están evacuando la ciudad, pero están tomándose su tiempo. Han depositado en esos escudos de energía más fe de la que deberían. —Empujó al cautivo hacia delante y le hizo volverse para ponerlo de cara a Munición—. Le presento a Idis; es un humano bajo estos ropajes de koorivar. Un distinguido miembro de la Brigada Vibrocuchilla.

—Una banda de mercenarios —explicó Chatak a Starstone.

—Lo cogimos... con los pantalones bajados, y lo convencimos para que nos contase todo lo que sabe sobre las defensas de la costa. Ha sido tan amable como para proporcionarnos la localización del generador de campo de la plataforma de aterrizaje. —El comando señaló un edificio alto situado playa abajo—. Al norte del primer puente, cerca del puerto deportivo. Instalaron el generador a dos pisos de profundidad. Igual debemos tomar el edificio entero para llegar a él.

Munición le hizo una seña a su encargado de comunicaciones.

—Transmite las coordenadas del edificio a la artillería del
Galante...

—Un momento —dijo Shryne con rapidez—. Disparar contra el edificio pondrá en peligro los puentes. Los necesitamos intactos si queremos hacer entrar vehículos en la ciudad.

Munición lo meditó brevemente.

—Un ataque quirúrgico, entonces.

Shryne negó con la cabeza.

—Hay otra razón para un ataque comedido. El edificio es un centro médico. O al menos lo era la última vez que estuve aquí.

Munición miró a Trepador buscando confirmación.

—El general tiene razón, comandante. Sigue siendo un centro médico.

Munición volvió a mirar a Shryne.

—Un centro médico enemigo, general.

Shryne apretó los labios y asintió.

—Los pacientes siguen considerándose no combatientes, incluso a estas alturas de la guerra. Recuerde lo que le dije de ganarse las mentes y los corazones, comandante. —Miró al mercenario—. ¿Se puede llegar desde la calle al generador de escudo?

—Eso depende de su habilidad.

Shryne miró a Trepador.

—No será problema —dijo el comando.

Munición profirió un sonido de desagrado.

—¿Confías en la palabra de un mercenario?

Trepador presionó el cañón de su rifle DC-17 contra la nuca del mercenario.

—Ahora Idis está de nuestro lado, ¿a que sí?

La cabeza del mercenario se bamboleó.

—Y sin cargo alguno.

Shryne volvió a mirar a Trepador.

—¿Lleváis suficientes cargas térmicas para el trabajo?

—Sí, señor.

A Munición seguía sin gustarle.

—Recomiendo encarecidamente que dejemos esto al
Galante
.

Shryne le miró fijo.

—¿Qué pasa, comandante? ¿Es que no estamos matando a los separatistas en la cantidad suficiente?

—En cantidad suficiente, general. Sólo que no con suficiente rapidez.

—El
Galante
no dejará de estar a cincuenta kilómetros de distancia —dijo Chatak en tono conciliador—. Hay tiempo para reconocer el edificio.

Munición mostró su desagrado con un encogimiento de hombros.

—Si se equivocan será su funeral.

—No lo será ni aquí ni allí —dijo Shryne—. Nos encontraremos con usted en el punto de reunión de Aurek-Bacta. Si no aparecemos para cuando llegue el
Galante
, envíe las coordenadas del edificio.

—Puede contar con ello, señor.

3

M
urkhana ya era un mundo peligroso mucho antes de convertirse en un mundo traidor. El magistrado Passel Argente había permitido que el crimen floreciera en él, siempre y cuando la Alianza Corporativa y su principal empresa subsidiaria, Mercadotecnia Lethe, recibieran buena parte de sus beneficios. Para cuando Argente se unió al movimiento secesionista del Conde Dooku, haciendo que Murkhana entrase en la Confederación de Sistemas Independientes, ya no había forma de distinguir entre las tácticas extorsionistas de la Alianza Corporativa y las de Sol Negro u otros sindicatos gangsteriles semejantes, salvo por el hecho de que la Alianza se interesaba más por las adquisiciones corporativas que por el juego, el negocio de la protección y el contrabando de especias.

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