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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Casa capitular Dune (4 page)

BOOK: Casa capitular Dune
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Vio que aquella respuesta la había complacido, puesto que demostraba su conocimiento de la relación entre los gusanos de arena y la especia que la Bene Gesserit necesitaba para su existencia. No estaba seguro de cómo funcionaba esa necesidad, pero imaginaba un círculo:
Gusanos de arena a truchas de arena a melange y de vuelta al principio.
Y la Bene Gesserit tomaba lo que necesitaba de ese círculo.

Seguía sintiéndose cansado de toda aquella enseñanza, de modo que preguntó:

—Si todas estas cosas tienen que morir inevitablemente, ¿por qué tengo que ir a la biblioteca y aprenderme sus nombres?

—Porque eres un ser humano, y los seres humanos poseen ese profundo deseo de clasificar, de ser Linneo colocando etiquetas, en latín o en cualquier otro idioma, a todo.

El sabía que existía un antiguo idioma llamado latín, pero Odrade tuvo que deletrearle Linneo, recordándole:

—Estúdialo.

—¿Pero por qué tenemos que dar nombres a estas cosas?

—Porque de esa forma podemos reclamar todo aquello a lo que hemos puesto nombre. Asumimos una propiedad que puede ser engañosa e incluso peligrosa.

Así que habían vuelto a la idea de
propiedad
.

—Mi calle, mi lago, mi planeta, mi amigo —dijo Odrade—. Mi etiqueta para siempre.

El se sobresaltó cuando ella dijo «mi amigo», pero Odrade aún no había terminado con él.

—Una etiqueta colocada sobre un lugar o una cosa puede que no dure ni siquiera tu propio tiempo de vida excepto como un educado regalo aceptado por los conquistadores… o como un sonido recordado con temor.

—Dune —dijo.

—¡Eres rápido!

—Las Honoradas Matres quemaron Dune.

—Nos harán lo mismo a nosotras si nos descubren.

—¡No si yo soy vuestro Bashar! —Las palabras brotaron de él sin pensar pero, una vez pronunciadas, sintió que podía haber en ellas algo de verdad. Los registros de la biblioteca decían que el Bashar había hecho que los enemigos temblaran con su sola presencia en el campo de batalla.

Como si se diera cuenta de lo que él estaba pensando, Odrade dijo:

—El Bashar Teg fue famoso también por crear situaciones en las que no fue necesaria ninguna batalla.

—Pero luchó contra vuestros enemigos.

—Nunca olvides Dune, Miles. Él murió allí.

—Lo sé.

—¿Te han hecho estudiar ya Caladan las Censoras?

—Sí. En mis historias es llamado Dan.

—Etiquetas, Miles. Los nombres son recordatorios interesantes, pero la mayor parte de la gente no efectúa otras conexiones. Una historia aburrida, ¿eh? Nombres… indicadores convenientes, útiles sobre todo con los de tu propia familia.

—¿Eres tú de mi propia familia? —Era una pregunta que lo había estado persiguiendo, pero no con aquellas palabras hasta aquel momento.

—Los dos somos Atreides. Recuerda eso cuando vuelvas a tus estudios sobre Caladan.

Cuando regresaron por entre los huertos y cruzando los pastos hasta la ventajosa loma desde la que se divisaba Central por entre las ramas de los árboles, Teg vio el complejo administrativo y su barrera de plantaciones con una nueva sensibilidad. Conservó cerca aquella visión mientras cruzaban la verja y penetraban por la arcada a la Calle Principal.

«Una joya viviente» llamaba Odrade a Central.

Mientras cruzaban la arcada, el niño alzó la vista hacia el nombre de la calle grabado al fuego junto al arco de entrada. Galach, con una elegante caligrafía decorativa muy Bene Gesserit. Todas las calles y edificios estaban etiquetados de la misma manera.

—No hay ningún motivo por el cual la comunicación deba ser fea —le dijo Odrade cuando le preguntó por qué habían sido escritos de aquel modo.

—¿Dónde aprendisteis a escribir así los nombres?

—Hace miles y miles de años. Lo aprendimos de artistas cuyos nombres solamente nosotras recordamos.

Teg se dio cuenta de que ella estaba refiriéndose a sus Otras Memorias. Algo maravilloso y sorprendente a lo que aquellas mujeres siempre parecían referirse de la forma más casual.

Mirando a Central a su alrededor, la danzarina fuente en la plaza delante de ellos, los elegantes detalles, sintió una profunda experiencia humana. La Bene Gesserit había hecho de aquel lugar algo sustentador de una forma que no podía captar completamente. Las cosas captadas en los estudios y las excursiones por los huertos, cosas simples y complejas, adquirían un nuevo enfoque. Había una respuesta Mentat latente, pero no podía captarla, tan sólo sentir que su persistente memoria había tomado algunas relaciones y las había reorganizado. Se detuvo de pronto y volvió la vista hacia el lugar por donde habían venido… el huerto enmarcado por la arcada de la calle cubierta. Todo estaba relacionado. Los desechos de Central producían metano y fertilizantes. (Había visitado la planta con una Censora). El metano hacía funcionar las bombas y proporcionaba parte de la energía para la refrigeración.

—¿Qué estás mirando, Miles?

No supo qué responder. Pero recordó una tarde de otoño en que Odrade lo llevó por encima de Central en un tóptero para hablarle de esas relaciones y ofrecerle una «visión de conjunto». Entonces sólo habían sido palabras (¡otra de sus
lecciones
!), pero ahora las palabras tenían un significado.

—Es lo más cercano a un círculo ecológico cerrado que podemos crear —había dicho Odrade en el tóptero—. Los monitores orbitales del Control del Clima lo supervisan y marcan las líneas generales.

—¿Por qué te quedas ahí mirando el huerto, Miles? —Su voz estaba ahora llena de tonos imperativos contra los que no tenía defensa.

—En el ornitóptero, dijiste que era hermoso pero también peligroso.

Tan sólo habían efectuado un viaje en tóptero juntos. Odrade captó inmediatamente la referencia.


El círculo ecológico.

El se volvió y la miró, aguardando.

—Cerrado —dijo ella—. Qué tentador resulta levantar altos muros y mantener fuera el cambio. Arraigarnos aquí en nuestra satisfecha comodidad.

Sus palabras lo llenaron de inquietud. Tuvo la sensación de haberlas oído antes… en algún otro lugar, con una mujer distinta sujetando su mano.

—Los recintos de cualquier tipo son un fértil campo abonado para odiar a los extranjeros —dijo Odrade—. Eso produce una amarga cosecha.

No eran exactamente las mismas palabras, pero si la misma lección.

Caminó pausadamente al lado de Odrade, notando su mano sudorosa contra la de la mujer.

Una vez más, su mente dio un giro de aquella extraña manera, reorganizando datos, planteando nuevas relaciones. La fuerza Mentat lo mantenía como atontado mientras se producían cambios internos. Otoño: regulado y encajado en un ciclo de estaciones. Pronto llegaría el tiempo de la recolección… círculos girando ahí afuera y en su mente. Todo ello ordenado de acuerdo con las necesidades de jardines y huertos primero, de otras comodidades segundo.

—¿Por qué estás tan callado, Miles?

—Sois agricultoras —dijo—. Eso es realmente lo que hacéis las Bene Gesserit.

Odrade comprendió inmediatamente lo que había ocurrido. El adiestramiento Mentat brotando de él sin que se diera cuenta de ello. Era mejor no explorarlo todavía.

—Estamos preocupadas por todo lo que crece y se desarrolla, Miles. Es perspicaz por tu parte el darte cuenta de ello.

Mientras proseguían su camino, ella de vuelta a su torre, él a sus aposentos en la sección de la escuela, Odrade dijo:

—Diré a tus Censoras que pongan mayor énfasis en los usos sutiles de tus energías.

El interpretó mal sus palabras.

—Ya estoy adiestrándome con pistolas láser. Dicen que soy muy bueno con ellas.

—Eso he oído. Pero hay armas que no puedes sostener en tus manos. Sólo puedes sostenerlas en tu mente.

Capítulo IV

Las reglas construyen fortificaciones tras las cuales las mentes pequeñas crean satrapías. Algo peligroso en los mejores tiempos, desastroso durante las crisis.

«Coda Bene Gesserit»

Una oscuridad estigia inundaba el dormitorio de la Gran Honorada Matre Logno, una Gran Dama y la más antigua ayudante de la Altísima, entró procedente del pasillo sin iluminar tal como se le había advertido que debía hacer y, enfrentada a la oscuridad, se estremeció. Aquellas consultas sin la menor luz la aterraban, y sabía que la Gran Honorada Matre se complacía en ellas. De todos modos, era posible que aquella no fuera la única razón para la oscuridad. ¿Temía la Gran Honorada Matre algún ataque? Varias Altísimas habían sido destronadas en la cama. No… no había sido exactamente así; se les había dado la posibilidad de elegir el lugar.

Gruñidos y gemidos en la oscuridad.

Algunas Honoradas Matres reían por lo bajo y decían que la Gran Honorada Matre compartía su cama con un Futar. Logno pensaba que era posible. Aquella Gran Honorada Matre se había atrevido a muchas cosas. ¿No había salvado algunas de las Armas del desastre de la Dispersión? ¿Futars, sin embargo? Las Hermanas sabían que los Futars no podían ser ligados por el sexo. Al menos no por el sexo con los humanos. Ese podía ser sin embargo el modo en que lo hacían los Enemigos de Muchos Rostros. ¿Quién sabía?

Había como un olor a pelaje en el dormitorio. Logno cerró la puerta tras ella y aguardó. A la Gran Honorada Matre no le gustaba ser interrumpida en nada de lo que hacía allí en aquella protectora oscuridad.
Pero me permite que la llame Dama.

Otro gemido. Luego:

—Siéntate en el suelo, Logno. Sí, aquí junto a la puerta.

¿Me ve realmente, o sólo supone?

Logno no tenía el valor de comprobarlo.
Veneno. Algún día me encargaré de ella de este modo. Es cautelosa, pero puedo conseguir que se distraiga.
Aunque sus hermanas se burlaran de ello, el veneno era un instrumento aceptado de sucesión, siempre y cuando el sucesor poseyera otras formas de mantener su dominio.

—Logno, esos ixianos con los que hablaste hoy. ¿Qué dicen del Arma?

—No comprenden su función, Dama. No les dije qué era.

—Por supuesto que no.

—¿Sugeriréis de nuevo que Arma y Carga sean unidas?

—¿Te estás burlando de mí, Logno?

—¡Dama! Jamás haría algo así.

—Espero que no.

Silencio. Logno comprendió que ambas consideraban el mismo problema. Sólo trescientas unidades del Arma habían sobrevivido al desastre. Cada una de ellas podía ser utilizada tan sólo una vez, a condición que el Consejo (que retenía la Carga) aceptara armarlas. La Gran Honorada Matre, controlando el Arma en sí, tenía tan sólo la mitad de aquel horrible poder. El Arma sin la Carga era simplemente un pequeño tubo negro que cabía en la mano. Con su Carga, era como una guadaña que abría un sendero de muerte sin sangre a lo largo del arco de su limitado alcance.

—Los de Muchos Rostros —murmuró la Gran Honorada Matre.

Logno asintió hacia la porción de oscuridad de donde procedía el murmullo.

Quizá puede verme. No sé qué otra cosa salvó, o lo que pueden haberle proporcionado los ixianos.

Y los de Muchos Rostros, malditos fueran por toda la eternidad, habían ocasionado el desastre. ¡Ellos y sus Futars! ¡La facilidad con la que todo excepto aquel puñado de ejemplares del Arma había sido confiscado! Asombrosos poderes.
Tenemos que armarnos bien antes de volver a esa batalla. Dama tiene razón.

—Ese planeta… Buzzell —dijo la Gran Honorada Matre—. ¿Estás segura de que no está defendido?

—No detectamos defensas. Los contrabandistas dicen que no está defendido.

—¡Pero es tan rico en soopiedras!

—Aquí en el Antiguo Imperio, la gente no se atreve a atacar a las brujas.

—No creo que tan sólo haya un puñado de ellas en ese planeta. Es una trampa de algún tipo.

—Eso siempre es posible, Dama.

—No confío en nuestros contrabandistas, Logno. Atrapa a unos cuantos más y comprueba de nuevo eso de Buzzell. Puede que las brujas sean débiles, pero no creo que sean estúpidas.

—Sí, Dama.

—Di a los ixianos que incurrirán en nuestro desagrado si no pueden duplicar el Arma.

—Pero sin la Carga, Dama…

—Trataremos de ese otro punto cuando debamos hacerlo. Ahora vete.

Logno oyó un sibilante «¡Sssssí!» mientras salía. Incluso la oscuridad del pasillo era bienvenida tras la oscuridad del dormitorio, y se apresuró hacia la luz.

Capítulo V

Tendemos a convertirnos en lo peor de aquello a lo que nos oponemos.

«Coda Bene Gesserit»

¡De nuevo las imágenes de agua!

¡Estamos convirtiendo todo este maldito planeta en un desierto, y yo no consigo otra cosa más que imágenes de agua!

Odrade permanecía sentada en su sala de trabajo, con el habitual desorden matutino a su alrededor, y tuvo la sensación de la Hija del Mar flotando entre las olas, bañada por ellas, arrastrada por ellas. Las olas eran del color de la sangre. Su Hija del Mar anticipaba tiempos de sangre.

Sabía el origen de aquellas imágenes: la época anterior a aquella otra en que las Reverendas Madres gobernaran su vida; su infancia en la hermosa casa a orillas del mar en Gammu. Pese a las preocupaciones inmediatas, no pudo evitar una sonrisa. Las ostras preparadas por Papá. El guiso de carne que siempre había sido su preferido.

Lo que mejor recordaba de su infancia eran las excursiones por el mar. Algo acerca de permanecer a flote incidía en su más profundo yo. Las olas subiendo y bajando, la sensación de ilimitados horizontes con extraños lugares nuevos justo más allá de los curvados límites de un mundo acuático, aquella estremecedora sensación de peligro implícita en la misma sustancia que constituía su yo. Todo ello combinado para afirmar que ella era la Hija del Mar.

Papá estaba también más tranquilo allí. Y Mamá Sibia más feliz, el rostro vuelto al viento, el oscuro pelo agitándose. De aquellos tiempos irradiaba una sensación de equilibrio, un mensaje tranquilizador hablado en un idioma más antiguo que la más antigua de las Otras Memorias de Odrade.
«Este es mi hogar, mi medio. Yo soy la Hija del Mar.»

Su concepto personal de la cordura procedía de esos tiempos.
La habilidad de mantener el equilibrio sobre extraños azares. La habilidad de mantener su más profundo yo pese a las inesperadas olas.

Mamá Sibia le había proporcionado a Odrade esa habilidad mucho antes de que llegaran las Reverendas Madres para llevarse a su «retoño Atreides oculto». Mamá Sibia,
tan sólo
una madre adoptiva, había enseñado a Odrade a amarse a sí misma.

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