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Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes

Tags: #Cuento, Fantástico

Buenos Aires es leyenda 2 (4 page)

BOOK: Buenos Aires es leyenda 2
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La negrura de las mesitas contrastaba con la palidez del rostro de la bailarina.

—Este lugar es una gran olla de energías y emociones y todo puede pasar. Todo se potencia y el estrés puede llevarte a niveles increíbles. Es tanta la presión antes de un estreno que no es nada raro que escuches voces.

Le comentamos la teoría de la memoria de los materiales
[5]
por la que, por diferentes causas, los materiales elegidos liberan lo que tienen almacenado y pueden escucharse voces u otros sonidos.

—Lo que puedo decir es que acá, como en muchos ámbitos artísticos, la superstición está a la orden del día. Desde infinitas cábalas, como la de tener que encontrar un clavo en el escenario y doblarlo para que todo salga bien, hasta colores que no se pueden usar juntos, cosas que mejor no pronunciar y demás.

El aspirante, un muchacho joven de riguroso pelo largo y que hasta ese momento sólo escuchaba, hizo su primera intervención hablando con voz grave, de tenor.

—Es muy conocida la yeta que acompaña una obra de Verdi. La voy a nombrar a medias justamente por eso y es
La Fuerza del
… (
La Forza del Destino
) y que el Colón no la representa desde el 85 porque siempre pasan cosas. ¿Qué cosas? Desde un gato negro que se cruza en el escenario hasta un montón de accidentes que acompañan a esa representación.

—Para nosotros —dijimos—, éste es el típico ejemplo de cómo nace una leyenda. Seguramente en una representación ocurrió un inconveniente. Alguien deslizó la teoría de que la obra podía estar maldita y cualquier detalle, aunque más no sea mínimo, fue tomado como parte de esa maldición. Luego, se asoció a esa ópera con la desgracia.

—Sí, sabía eso. De todas maneras las «desgracias» aquí como en otros grandes teatros del mundo, son inducidas por gente muy real. Es bien conocido el tema de poner vidrios en las zapatillas para que nos cortemos. A mí me han tirado pastillas de veneno para ratas en el camarín. Hay mucha mala onda, mucha envidia dando vueltas. Hay una película,
Encuentro con Venus
(
Meeting Venus
) que ilustra muy bien la cuestión.

En ese punto, nos referimos a los duendes que se alimentaban de esa energía.

Julio nos sorprendió:

—Yo debo creer en eso. Tengo que creer en eso.

Preguntamos por qué.

Julio extrajo pacientemente una serie de hojas fotocopiadas. Después las desplegó sobre la mesa y las alisó pacientemente, como si esas hojas fueran a hablar por sí solas con las caricias. Entonces dijo:

Éstas son notas del apuntador durante los ensayos de la ópera
Sueño de una noche de verano
, de Benjamin Britten. Son del año 62, cuando se estrenó aquí. Estas notas las heredé de mi padre que también era cantante, pero se cortó las cuerdas vocales y tuvo que abandonar. Él me dijo que no fue un accidente, que algo lo produjo.

—¿Y cómo fue eso? —preguntó Viviana.

—Estaba dando una nota muy alta y sintió que algo invadía su boca, una fuerza extraña.

—Seguramente un gallo.

—No —dijo Julio—, ningún gallo, fueron ellos, esos duendes. Y yo voy lograr lo que mi padre no pudo. Si no me creen lo de los duendes, ésta es una prueba.

El papel decía:

[…] Ocurrió un hecho por demás extraño. Teníamos la escena del diálogo del personaje, el duende de nombre Puck. Era el ensayo general. Estaban todos los personajes en escena. Cuando Puck empezó su parte, apareció un personaje que se parecía a Puck y comenzó a imitarlo. Efectuaba los mismos movimientos pero tenía una gracia poco común. Se adueñó de la escena y todos nos quedamos mirando sin reaccionar. De pronto, hizo una reverencia y desapareció en una nube de polvo. Jamás supimos quién fue. Me enteré que el día del estreno y durante el desarrollo del tercer acto, apareció fugazmente pero no puedo confirmarlo. Si era un actor, verdaderamente tenía gracia. Y era muy precoz, tal vez un niño, un niño muy brillante. Un técnico del teatro me dijo que se trataba realmente de un duende y que Puck, por ser una representación de este ser, lo había atraído. Pero yo no creo en estas cosas.

Julio disfrutó el momento mirándonos fijamente. Remató con lo siguiente:

—Casualmente y después de muchos años,
Sueño de una noche de verano
está programada para el 2006.

En ese instante la cajera de la confitería comenzó a cantar un área de
Carmen
. Después nos enteramos de que muchos estudiantes de canto trabajan allí y «practican» con esa audiencia. Lo novedoso fue que Julio se unió a la chica, ante la mirada sorprendida de los comensales.

Viviana, sin dejarse amedrentar por Julio, nos confesó casi al oído que ella tenía una historia algo similar pero que nunca le había dado demasiada importancia. Era la leyenda de Sofía, la bailarina fantasma. Todo el mundo hablaba de Sofía y era el ejemplo de la exigencia llevada al máximo. La historia trataba acerca de una chica que tenía todas las condiciones para ser una estrella pero en una práctica se había quebrado el tobillo con tan mala suerte que debió abandonar el ballet. Y se suicidó. Y todo el mundo juraba verla. A ella «se le apareció» delante del espejo en una práctica. Viviana siguió como si nada y la figura, muy pálida, casi transparente, imitaba sus movimientos. Cuando intentó hablarle, hubo un repentino corte de electricidad y al volver la energía, el espectro ya no estaba. Si bien nunca pudo confirmarlo, dedujo que era una broma de parte de sus compañeras y la gente de vestuario.

Terminó el mini recital y todos aplaudimos. Julio saludó y agradeció un poco exageradamente. Luego volvió a nuestra mesa.

Antes de despedirnos, Julio nos dejó algo más:

—Acá tengo un regalito para ustedes —era un casete—.

Esto me ocurrió la semana pasada practicando con mi maestro, Leopoldo, en la sala de experimentación, en el segundo subsuelo. Por suerte pude grabarlo. Escuchen esa risita. Éramos varios, pero no había ningún niño ahí, se los puedo asegurar.

Efectivamente, era la risa de un niño pero eso no significaba que no pudiera trucarse. Lo curioso del caso era que parecía darse a otro nivel de la cinta, bastante imperceptible pero en un rango de audición aceptable. La escuchamos una y otra vez. Alguien hacía un chiste, la risita y después risas generales. Sugestivo.

Hace poco, recibimos una llamada de Fernán M., nuestro experto en duendes. Le habíamos mandado la cinta y la analizó exhaustivamente. Para él, era auténtica. Se lo notaba muy entusiasmado y nos aseguró que iniciaría una investigación propia en el Colón.

Sea lo que fuere, el tema sigue abierto. Sólo nos queda comprar el abono para la obra
Sueño de una noche de verano
y disfrutar de ese maravilloso teatro.

¿Cae el telón?

P
ARTE
II
Chicos superpoderosos
Saavedra

El diez de Saavedra

Algunos dicen que todo empezó en aquel partido entre San Lorenzo y Argentinos Juniors perteneciente al campeonato 1985/86 de la primera división de nuestro fútbol. San Lorenzo ganaba 1 a 0 cuando Perazzo convierte el segundo gol de su equipo desde casi cincuenta metros. La conquista fue de tal factura que, en un hecho insólito, Juan Carlos Loustau, el árbitro del encuentro, se acerca a Perazzo, le da la mano y lo felicita diciéndole «le pegaste como Pelosi».

A veinte años del golazo de Perazzo (rima con la que algunos diarios titularon la cobertura del partido), aquellas palabras de Loustau siguen siendo un enigma para muchos. ¿A quién se refirió el árbitro? ¿Quién era ese tal Pelosi?

La mitología urbana, como siempre, no se queda callada y da su respuesta.

Franco Pelosi habría nacido en el barrio de Saavedra en la década del 50. De padre uruguayo y madre argentina, sus comienzos futbolísticos se remontarían a la época escolar, en los mismos torneos estudiantiles y en los potreros barriales. Habría hecho las inferiores en Platense, deslumbrando a entrenadores y compañeros. Sin embargo nunca llegaría a jugar en primera: el inesperado fallecimiento de su madre lo sumiría en una profunda depresión que lo alejaría de las canchas por casi cinco años. Cuando quiso volver al fútbol era demasiado tarde.

Según el mito, la pasión por el fútbol venía de sangre. El padre de Franco habría llegado a jugar como delantero en el primer equipo de Central Uruguay Railway Cricket Club
[6]
. Pero a pesar del antecedente paterno, Franco hizo sus primeras incursiones en el fútbol como arquero.

Se dice que en cierto partido de un torneo interno entre alumnos, Franco hizo algo increíble que marcaría su futuro deportivo.

O
MAR
P. (quien dijo haber participado de aquel cotejo): «Fue al final de la escuela primaria. Yo jugaba para el otro equipo. Franco era el arquero contrario. Me acuerdo que teníamos un tiro de esquina a favor. El centro vino medio llovido, y Franco saltó y nos ganó a todos; pero en vez de atrapar la pelota con las manos, la cacheteó para adelante y salió jugando. Como la mayoría de los nuestros había ido a cabecear, nos agarró a contramano y empezó a dejarnos atrás, siempre con la pelota atada al pie. Llegó a la mitad de la cancha. Se enfrentó con el cinco nuestro. Con un enganche lo dejó en el camino. Le salió a marcar el seis. Lo esquivó. Nuestro líbero se le tiró a los pies y le dejó los tapones marcados en el tobillo. Franco trastabilló pero no se cayó. Y tampoco perdió la pelota. Entonces fue arquero contra arquero. El nuestro se adelantó para taparle los ángulos, pero Franco cuchareó la pelota y se la metió por arriba, de sombrero. Un gol increíble. Al final ganamos nosotros, cinco a dos o cinco a tres; pero después nadie se acordó del resultado, sólo hablaban del gol de Franco».

El saber popular asegura que luego de ese partido, Franco Pelosi colgó los guantes de arquero para convertirse en jugador de campo. Habría empezado a jugar de nueve, pero como si fuera un mandato histórico para todo crack del balompié, al poco tiempo jugó de diez, posición que nunca abandonaría.

Los que dicen haberlo visto jugar sólo hablan de su destreza:

G
USTAVO
P. (vecino): «Yo vi a un pibe tirar cinco rabonas en una misma jugada, y la última fue un pase gol al nueve. Después me dijeron que el pibe ése era Pelosi».

C
ARLOS
M. (ex colaborador de las inferiores de Platense): «Aquel dicho de tirar el centro e ir a cabecear, él lo hizo realidad. Fue en un partido contra Ferro, por el campeonato de tercera. Teníamos un tiro libre desde el costado, una especie de corner corto. Franco le pegó con tal efecto, que tuvo tiempo de llegar al borde del área y tirarse de palomita. La pelota se fue al lado del palo. Si era gol teníamos que cerrar la cancha».

S
IMÓN
D. (vecino): «Era un vivo del año cero. En un campeonato barrial usó su picardía para hacer una de billar. Era un tiro libre pegado a la línea del fondo. Franco no tenía ángulo para darle directo al arco; tenía que tirar centro sí o sí. Delante de él estaba la barrera de tres hombres y el referí cuidando la distancia de la barrera. Entonces el árbitro pitó, pero Franco no le dio tiempo a que se alejara mucho. Ahí nomás sacó el remate apuntándole al juez. El árbitro quiso esquivarla pero no pudo: la pelota le pegó en la cadera y se clavó en el ángulo. Primero no sabía qué hacer, pero al final no le quedó otra, tuvo que cobrar el gol. Pelosi había jugado a dos bandas».

El testimonio de Simón tiene una base reglamentaria: en lo que se refiere a la trayectoria del balón dentro del campo de juego, el árbitro juega el mismo papel que un poste del arco, o sea que si el esférico rebota en él y luego ingresa en la meta, es gol.

Habiendo gente tan segura de las hazañas de Franco Pelosi, ¿cómo es posible que otros vecinos de Saavedra nos entregaran testimonios como los siguientes?

G
ABRIE
L H.: «Pelosi no existe, es un invento de los de Platense. ¿Ustedes lo vieron jugar alguna vez? ¿Lo vieron en el diario? Si sos un fuera de serie tenés que salir en el diario, aunque sea una vez».

I
GNACIO
E.: «No puede ser que no haya un documento, una foto, nada. O el tipo jugó muy poco, o ni siquiera existió».

V
ÍCTOR
L.: «Nunca hubo un Franco Pelosi en Platense. Yo llevo a Platense en la sangre desde la cuna, así que si yo les digo que no hubo un Pelosi en Platense, quédense tranquilos que es así».

Existe un mecanismo, dentro de la mitología urbana, que puede justificar semejante ambigüedad.

Veamos el mecanismo:

Alguien comenta que Fulano de Tal hizo un gol memorable.

Una de las personas que escuchó el comentario se lo repite a una tercera, pero como Fulano de Tal no es conocido, no lo cita, sólo detalla la heroica jugada.

Durante cierto tiempo el golazo se transmite así, sin un autor. Hasta algunos narradores podrán agregarle un toque de misterio diciendo algo como «… y es que nadie sabe quién hizo aquel gol fantástico…».

Esta adosada incertidumbre será bienvenida por algunos, quienes seguirán expandiendo el relato sin un nombre para el crack. Pero habrá otros que no se sentirán tan cómodos con la duda, y entre ellos estará aquel a quien se le ocurra unificar las cosas, y haga que Fulano de Tal y Franco Pelosi sean la misma persona.

La adjudicación del gol a Franco quizá no se haga con firmeza en una primera instancia. El que relata podrá decir: «No es seguro, pero quién otro que no sea Pelosi pudo haber elaborado semejante obra de arte».

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